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Ciertamente se ajusta bastante a la realidad que los viejos “viven en la añoranza y de recuerdos”. Habría mucha tela a cortar porque, dentro de la superficialidad de esa afirmación, hay mucho metal precioso tirado a los escombros…
No todo es añoranza, ni recuerdos románticos o inútiles, pero esta nueva realidad se descubre con los años. Cuando mi paisano Jorge Manrique –mi familia tiene raíces en Paredes de Nava, donde nació él– escribió las Coplas a la muerte de su padre, e hizo inmortal el verso “porque cualquiera tiempo pasado, fue mejor”, había definido para siempre, en plena juventud, eso mismo. Hoy se cumple mejor que nunca: en el siglo de los adelantos técnicos y las leyes que rigen el mundo, fijadas por el Creador, pero retrocede, a esa misma velocidad, en moral, en valores y en progreso verdadero. Los viejos, lo hemos comprobado con la propia experiencia, no nos lo ha contado nadie. Los jóvenes “lo han leído” pero, nosotros, “lo hemos vivido” y no es lo mismo comer… “que ver comer”.
Quienes hace años me conocen, oyen o leen, saben que, suelo hablar y escribir cuando alguien o algo me incitan. Este artículo es consecuencia publicado por el amigo Javier Navascués: “La música de una nación. 9 himnos que hacen vibrar a los patriotas españoles”.
Javier es un joven periodista de gran olfato profesional, como lo demuestra con sus entrevistas y sus escritos. No todos han captado la importancia de la música en la política. Es un tema precioso para un libro: «La importancia de la música en la Victoria de nuestra Cruzada”. Eso sí, exigiría del autor, haber vivido aquellos novecientos ochenta y seis días de guerra y mejor pasando una buena parte en zona roja y, otro tanto, en zona nacional, para conocer “in situ” los dos “climas” vividos: el de la zona de los crímenes, el hambre y el terror, y en la zona libre, donde se comía pan blanco y carne y de todo, y donde, lógicamente, había muertos pero “eran caídos por Dios y por España” y aunque no evitaban el dolor, tampoco mataban la alegría… Yo viví los catorce meses de terror en Santander, y los dieciocho restantes, libre, feliz y bien comido en mi tierra palentina y hablo con conocimiento de causa.
Esos “himnos” nos penetraban las venas y su música corría mezclada con nuestra sangre…y ahí sigue. Para mí oír el “Caraalsol” o el “novio de la muerte” no es lo mismo, que para quienes “no vivieron la lucha y la victoria” frente a la canalla roja. Imposible de explicar por más que uno se esfuerce. Ha hecho muy bien Javier Navascués, en recordar a los españoles que deben cantar esos “ocho himnos” –y el resto– como inicio de la nueva liberación de los hijos de Satanás de la Moncloa.
Pero el título tiene otra razón de ser: “la añoranza de mi España de los años treinta y cuarenta”, cuando el pueblo cantaba. Ibas por la calle y oías siempre a las chicas –y las no tan chicas—“cantar” mientras barrían o lavaban… Y, los hombres en los carros, mientras arreaban a las mulas, cantaban y solían hacerlo bien. No había televisión ni “operaciones triunfo”, pero la gente cantaba casi siempre. En mi familia, –menos yo– todos mis primos cantaban muy bien. Uno de ellos, dueño de camiones pero sin dejar el volante, era tan conocido que los transportistas, que éstos calculaban donde pararía para oírle cantar… No tenía nada que envidiar a Farina, y le he oído un “vino amargo”, a la altura de su autor. Y, tío Paulino, que conocen de otros artículos–el que murió en la reconquista de Teruel el día que cumplía 24 años–, cantaba como los ángeles y con ese don iban reclutando falangistas por la comarca tomando vinillos con los amigos… siendo yo muy pequeño, me llevaba al campo, me envolvía en una manta, y mientras el araba detrás de las mulas, iba cantando como los ángeles, con aquella voz maravillosa, para hacerme feliz.
Los labriegos de hoy –y la gente de ciudad, menos—como suenan las canciones españolas en la garganta de los hombres, cuando el silencio se oye, en las noches- madrugada de julio y agosto. No había cosechadoras y las nías habían de estar en era antes de salir el sol para poder trillar-
En eso, vinieron las comodidades y “el progreso “, la TV, y los audio visuales, y España dejo de cantar. Ni mi familia lo hace ya. Se ha perdido el humor, se han bloqueado las gargantas y hemos llegado a esta España triste, “europea”, sosa, y “democrática”…
¡Pobre y triste España! Me consuela saber que cómo no han probado lo que es la centolla, viven felices comiendo deshechos…Cuando recuerdo la inolvidable voz de tío Paulino cantando “columbianas”, me pregunto: ¿Volverá algún día España a ser lo que era, cantarina, alegre, libre? ¿Nos volverán a envidiar aquellos extranjeros que, a la vuelta, ya en sus tierras, no se cansaban de ponderar la felicidad vivida en sus vacaciones españolas?
Lo sé muy bien: “hoy se oye más música sajona-negroide que nunca”, pero ESPAÑA NO CANTA, Se atiborran de ruidos — para mi inaguantables– y detestan la música de nuestro riquísimo “folclore hispano” (incluido el hispanoamericano)
Autor
- GIL DE LA PISA ANTOLÍN. Se trasladó a Cuba con 17 años (set. 1945), en el primer viaje trasatlántico comercial tras la 2ª Guerra mundial. Allí vivió 14 años, bajo Grau, Prío, Batista y Fidel. Se doctoró en Filosofía y Letras, Universidad Villanueva, Primer Expediente. En 1959 regresó a España, para evitar la cárcel de Fidel. Durante 35 años fue: Ejecutivo, Director Gerente y empresario. Jubilado en 1992. Escritor. Conferenciante. Tres libros editados. Centenares de artículos publicados. Propagandista católico, Colaboró con el P. Piulachs en la O.E. P. Impulsor de los Ejercicios Espirituales ignacianos. Durante los primeros años de la Transición estuvo con Blas Piñar y F. N., desde la primera hora. Primer Secretario Nacional.