Muy a menudo la popularidad, la influencia y el éxito distinguen inmerecidamente a los protagonistas del escándalo. Y no hay en nuestra actualidad nacional mayor escandaloso que Pedro Sánchez. Pero como los inmorales no son dignos de galardones, las gentes de bien les deben denunciar y negar cualquier admiración, por mínima que sea. Estos altivos servidores de sus turbios instintos comienzan su biografía, ya de jóvenes, por lo que tiene de más fácil la vida humana: la abyecta ambición, la falsedad, el chantaje, la traición y el engaño. En vez de ascender penosamente la cuesta arriba que siempre es el camino del deber, y careciendo de lealtad, de nobleza y de valor, deciden precipitarse por todas las cuestas abajo de la inmoralidad, descendiendo sin escrúpulos con aires de triunfo hasta enfangarse en los bajos fondos.
La anomalía humana conocida como Pedro Sánchez, esbirro del poder globalista y capitán de forajidos, sueña con que, del Rey abajo, todos los príncipes de la oligarquía se postren a sus pies, porque no sólo desprecia al pueblo, al que depreda y degrada diariamente; también a las elites -no sólo indígenas- mira de arriba abajo, haciéndoles el mismo caso que de las hojas secas hace el viento. Es decir, sueña con ser el nuevo faraón: el faraón Pedro Sánchez.
Aunque su naturaleza digiere cualquier piedra mientras pueda seguir montado en el machito, da gusto ver cómo el rey del engaño y de los viciosos traga quina, tanto ante ciertas argumentaciones de sus oponentes y socios, como sobre todo ante los abucheos y pitidos de la multitud. Pedro Sánchez, el coronado de furias, el sultán del agravio y del veneno, del odio y de la lengua engañosa y feroz, lleva ya muchos años quedando en situación desairada ante todos, pero a pesar de ello nunca ha abandonado sus pretensiones, que son la conquista y el mantenimiento del poder, algo que cree haber conseguido gracias a su diabólica falta de escrúpulos y a su facilidad para la mentira.
Y animado por su éxito y apoyado por sus amos y valedores del NOM, decidió apropiarse del Estado, como siguiente paso, sin cortapisas morales ni políticas. Pero, ahora, parece que, tras la deglución de España, no le quedan más digestiones superiores en el horizonte o, si cree que aún le quedan, tal vez esas probables digestiones se le conviertan en disfagias.
Dicho lo anterior, muchos no entienden que, con esta decidida abdicación del pudor, de la lealtad y de la justicia, todo ser humano, por grande que sea o aparente ser en cuanto a su rango, su talento y su destino, se declara inferior ante sus semejantes. Y también se declara perseguible y encarcelable, pues supone un gravísimo peligro para el bien común. Como igualmente son perseguibles aquellos que lo aplauden y votan en defensa de sus abusivas nóminas o de su resentimiento y malevolencia. Y, sobre todo, muchos no entienden que estos prototipos, debido a lo antedicho y a pesar de su poder, también padecen una agonía íntima, independientemente de la que hacen sufrir a sus víctimas.
Quién ambiciona todo no puede contentarse con lo menos. Quien busca el oro no puede complacerse con la plata, y quien se ve como un faraón no puede disfrutar con una mera presidencia. Pero a Sánchez, que puede seguir sacrificando a España y a los españoles durante no sabemos cuánto tiempo más, se le ha complicado el seguir escalando peldaños en su soñado escalafón universal. Porque como es sabido, son a las torres más altas a quien más hieren los rayos. Y los enemigos se le multiplican.
Pedro Sánchez es un mero peón en el tablero que manejan los amos. ¿Qué le deparará el mañana, y con él a todos los que le sufrimos? ¡Quién puede saberlo! Lo que está claro es que el futuro es un enigma que se halla ante los seres humanos como la niebla otoñal de los pantanos. Envueltas en ella vuelan las aves, invidentes, deslumbradas de opacidad, sin verse unas a otras. El estornino no ve al aguilucho, ni la chova al esparvel, ni la torcaz al gavilán, y así ninguno conoce dónde se encuentra su suerte o su desgracia, a qué distancia vuela de su provecho o de su perdición. Porque todos los seres que habitan en el orden de la Naturaleza carecen de sabiduría para conocer lo que Dios les tiene reservado el día siguiente.
Pero lo que sí está claro es que quien se puso a la altura de las divinidades no puede resignarse a la humildad. Para Pedro Sánchez, en su irrefrenable ambición, en su morboso narcisismo, en sus aspiraciones a formar parte del Olimpo, todo está acabado, cerrado, perdido. No hay más nada que hacer después de su segunda presidencia, si es que la acaba. Esa es la agonía del personaje que se ama a sí mismo sobre todas las cosas: un horizonte de declive. Y esa es la agonía a que se refería este autor en su anterior artículo en este mismo medio. Porque como nos advirtió Lope de Vega en La hermosa Ester, «es comenzar a bajar no tener más que subir». Y a Pedro Sánchez se le han agotado ya las posibilidades de subida.
Pero si una cosa es el desconocimiento de lo que la Providencia nos tiene reservado y otra distinta consiste en que con un personaje así no debemos hacernos sirvientes de falsas esperanzas, el tercer aspecto, que es el que nos interesa más hoy, consiste en la agonía del narciso, y además tirano, que no puede llegar a ser un dios, porque así se lo han hecho ver otros más divinos que él. Y estoy seguro de que hay lectores que saben, quieren y pueden entender la diferencia entre estos tres asuntos, tan seguro como decepcionado ante la existencia de lectores incapaces de percibirla. Y más desilusionado aún por aquellos que sin comprenderla y sin argumentar su incomprensión o su desacuerdo, apelan al insulto, a la afrenta gratuita e impertinente, además.
Sólo los más necios entre los necios suelen mostrar su discrepancia mediante el agravio, pero con ello no hacen al sabio ninguna injuria, como no la hacen a los dioses los que derriban sus altares; aunque, eso sí, se manifiesta su despropósito y su estulticia, aun allí donde no se ha podido hacer daño. La persona prudente hace el mismo caso de las voces de los necios que de los ruidos de vientre. ¿Qué importa que suenen por arriba o por abajo? ¿Alguien podrá considerarse en su sano juicio si devuelve la coz al mulo o el mordisco al perro? ¿Qué ganarías con devolver la injuria a un adoquín que es incapaz de oírte?
El mentecato le dice al avisado: «hablas sin ton ni son». A lo que éste puede responderle: «hablo de futuro, de esperanzas, de ideas, de sueños». Pero el insensato, que tilda de «memo» a su incomprendido, eso tampoco lo comprenderá nunca. Siempre es terrible y descorazonador comprobar que la letra ahoga el espíritu. Para convencer a los sandios y apartarlos de su ofuscación, no es útil el espíritu de la letra, porque no pueden concebirlo. Lo útil es lo mostrenco, lo que sólo entra a ras de tierra, por los ojos y por los oídos, nunca por el alma, es decir, por elevación.
Quien escribe, si se tiene por prudente, recuerda siempre a Horacio, que en sus Sátiras aconsejaba contentarse con pocos y elegidos lectores, sin afanarse por complacer al estólido vulgo, aunque este sea de derechas y presuma de querer lo mejor para su patria. Porque algunos aún no entienden que a la patria se le sirve mejor con la inteligencia y el espíritu que con la boca.
Autor
- Madrid (1945) Poeta, crítico, articulista y narrador, ha obtenido con sus libros numerosos premios de poesía de alcance internacional y ha sido incluido en varias antologías. Sus colaboraciones periodísticas, poéticas y críticas se han dispersado por diversas publicaciones de España y América.
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