12/05/2024 08:11
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No hubo nada más fácil, desde la agonía del franquismo, que profetizar el porvenir de España: bastaba con anunciar ultrajes, cohechos y catástrofes, pues a la vista de los actuantes en el tinglado de la farsa democrática que se cocía, era cuestión de tiempo que en nuestra patria las calamidades se incubaran como el fuego bajo la tierra y el pollo bajo la cáscara, y siempre se sentían demasiado consecuentes y cercanas.

Algunos enseguida supieron que de las dos potencias que gobiernan el mundo, la que da la fuerza y la que da el espíritu, sería la primera, el Mal, la predominante. Lo que quizá no fueron capaces de predecir es la absoluta virulencia con que tal potencia iba a desarrollarse, tal vez porque esperaban mayor resistencia por parte del espíritu. Pero lo cierto es que ambas potencias jamás se aliarán, porque entre ellas, desde que el hombre es hombre, se ha establecido una lucha a muerte.

Y ahora es el tiempo de que el espíritu recupere la iniciativa que nunca debió perder, el momento de lanzarse al palenque a pelear, con todas las armas y con todas las fuerzas que asisten a la razón y a la verdad. Porque en la lucha que en la existencia se halla entablada entre el bien y el mal uno no entra con un corazón tibio ni jadeante, lo mismo que uno no entra en la hembra con una verga blanda.

El caso es que fueron aquellos ufanos padres constitucionales, encargados por sus mentores y manipuladores interiores y exteriores, todos ellos hispanófobos o apátridas, quienes nos metieron en este baile, que no ha sido baile para los españoles de bien, sino funeral. Y cuando gracias a su servidumbre ideológica o codiciosa están a punto de lograr la destrucción de la patria en este juego arriesgado de trocear una nación próspera, entonces toca la hora de huir hacia adelante o de protegerse bajo el paraguas de la propaganda oficial para justificar sus traiciones o sus crímenes. Porque los bribones se complacen en la desgracia ajena, y que sea el diablo correspondiente -Franco o la cruz de Cristo o el sursuncorda- el que cargue con todo.

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El caso, como digo, es que la gran mayoría de nuestros políticos llevan ya muchas décadas empeñados en la labor de destrozar España, esa sufrida madre de cuya teta viven y bajo cuyo amparo y protección medran, se encumbran y enriquecen. Y que es posible que sin el fructuoso paréntesis conocido históricamente como franquismo ya lo hubieran conseguido definitivamente. Con la aquiescencia, eso sí, de un pueblo servil y colaborador, que ha entregado a manos desleales su teórica soberanía.

Lo paradójico es ver cómo estos exterminadores de la gran nación española se afanan en construir pintorescas naciones imaginarias de acuerdo con su mezquindad personal; y que salvo casos aislados no lo hacen por insensatas convicciones históricas sino por ambición particular. Ambición que un Tribunal Constitucional, fraguado a imagen y semejanza de los defraudadores políticos, y una Constitución coja, que acepta el término «nacionalidades» en su texto, y la división de su territorio en taifas ruinosas y centrifugadoras, han fomentado.

Porque en España el pueblo ha permitido todo lo impermisible, dejando que se dé un toque especial –democrático– a este vasto charco de sucia corrupción política, educativa, judicial, migratoria y periodística, y que las nacionalidades de diseño inventadas por los separatistas y demás generadores de odio definan su derecho a un fingido Estado propio y emancipado, poblado por inmigrantes y rojos incendiarios, haciéndoselo aceptar y creer a los más sandios.

De ahí que, cada vez que asoman por el horizonte unos nuevos comicios y unas nuevas pateras, esta destrucción de España en la que viene empeñándose con éxito la peste política gobernante, avance un paso más. De manera que nuestra gran nación, poseedora tal vez de la conciencia de unidad más antigua de Europa, se viene deshilvanando de la mano de sus victimarios, gracias a la reafirmación que les otorgan las urnas y gracias a un cúmulo de incoherentes argumentos e increíbles artificios.

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Y para ello, arropados con la cansina matraca de recuperar unas libertades civiles y políticas que precisamente los adoctrinadores identitarios han cercenado, se siembra la desigualdad y el odio a lo español y se queman o proscriben libros, banderas, tradiciones y cruces. Y, sobre todo, además de subvencionar al vago, al maleante y al okupa, se vota. Se vota una y otra vez, cien, mil veces, inagotablemente. ¿Para qué? Para, insisto, justificar y entronizar más aún en sus poltronas a los enemigos del espíritu -del Bien- y de la patria.

Autor

Jesús Aguilar Marina
Jesús Aguilar Marina
Madrid (1945) Poeta, crítico, articulista y narrador, ha obtenido con sus libros numerosos premios de poesía de alcance internacional y ha sido incluido en varias antologías. Sus colaboraciones periodísticas, poéticas y críticas se han dispersado por diversas publicaciones de España y América.
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