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Los días más importantes del año para el cristiano, los de Semana Santa, obligan a hacer un paréntesis en la vida y centrarse en el motivo de la existencia. Los tambores y los pasos salen a la calle. Primero, con esperanzada tristeza; después, con la alegría definitiva que debe ser un reflejo de la vida y la muerte en todos los hombres. El valle de lágrimas precede a la resurrección. Esa ha sido la esencia del hombre y bajo ese sentido se forjó el imperio español, el más bello de todos antaño.

En España, gracias a Dios,todavía se mantiene con fervor y respeto. Los cofrades, tambor en mano, anuncian la muerte del Mesías. A partir del sábado por la noche, las trompetas suenan por el triunfo definitivo de Cristo. Y con ellos, gentes de todo tipo y condición que acuden llamados por el repiqueteo; la curiosidad o la devoción que hay detrás solo la conocen ellos. Pero en cualquier caso, bello es el halago y el acompañamiento en tan señalados días.

España y los cristianos de todo el mundo hacen así un paréntesis obligado en la vida. Y aunque ese paréntesis, a estas alturas, pueda ser mirar el dedo cuando se señala la luna, la esperanza llama a pensar que quizá hay un indiferente que abre su corazón. Por su parte, el católico acompaña piadosamente a su Señor en la angustia y el dolor, pero también en el triunfo definitivo y en la alegría de la Resurrección. Y a su Madre Santísima en la soledad y en la pena.

¡Qué imprescindible es tener presente a Cristo en estos días! Todos sus sufrimientos y sus tormentos se deben única y exclusivamente al amor hacia los hombres. Y concretamente, a cada hombre. Piense aquel que dedica su tiempo a leer estas líneas, que los latigazos, la corona de espinas y la muerte de Cruz, fueron por amor a usted. Porque así fue. Así es la inmensidad de Dios. Cristo tenía presente a todos los hombres. El Redentor pensaba en usted.

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Y el sufrimiento de María Santísima. La mujer que más pudo amar a Dios por ser Dios y a su hijo por ser su hijo. Y el dolor que sentía por ver morir a Dios y por la perdida tormentosa de su hijo en el mismo momento. Y a su vez, confiando en la Providencia, con un deseo ardiente de la redención del género humano. Porque le pese a quien le pese, María es Corredentora.

Toca a los cristianos pararse en la fe. Dejar a un lado, en la medida de lo posible, los quehaceres rutinarios para acompañar a Nuestro Señor en el dolor y en la infinita y eterna alegría de una Resurrección para la que todos estamos llamados.

Autor

Luis Maria Palomar
Luis Maria Palomar
Joven periodista zaragozano nacido en 1996 y profesional desde 2019.

Defensor de lo bueno, lo bello y lo justo; de Dios y de la auténtica España.

Solo la verdad puede hacer libre a la persona, y para ello escribo.

No te preocupes por el mañana, que mañana seguirá reinando Dios.
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