14/05/2024 18:45

Conviene detenerse a examinar qué género de animales ocupan la mayoría de los sillones congresuales, qué tristes figuras morales respiran en los estrados y demás tarimas y sitios de honor vestidos con hopalandas y rodeados de alfombras y tapices, pues en observaciones tan explícitas se comprenden muchos de los acontecimientos que la patria padece. Y si tras observarlas nos espantan, que es lo propio, estamos obligados a conjurarlas, desobedecerlas y darlas a los diablos, o hacer de esos venenos medicina y remedio, con habilidad y prudencia.

Porque si se habla de codiciosos, bergantes, embusteros, abominables y pervertidos estamos hablando de sus vidas, costumbres y memorias. Y lo que ellos han de hacer es no tomarlo ninguno por sí, sino reflejar sus lacras en los otros, con lo cual quedarán por lo que son, pero no habrán de darse por aludidos. Mas como no dejarán de perseverar en sus delitos y perversiones, estamos obligados a pedir que el destino o la Providencia los confunda.

La gran mayoría de nuestros políticos -carne de cárcel si hubiera justicia humana, y precitos, si la hubiera divina- se han tomado en serio aquello que escribió Quevedo en su Buscón, que «quien no hurta en el mundo, no vive». Estos demonios se conocen bien y suelen averiguarse consigo mismos, arden de chismes y de insidias y se entremeten en las penalidades de los otros, buscando siempre el cacho, el chollo, la prebenda y poniendo zancadillas y malicia y, a la contra, defendiéndose con almaradas de buen filo.

El problema es que, a veces, no hay sinecura para todos, y los diablos han de permanecer en sus partidos mano sobre mano, en espera de poder birlar el sillón al de arriba, ya que no afanar el diablazgo al jefe. Porque esta tropa de parásitos, siempre vaciando palabras y soltando embustes, es, a más inri, falaz y alevosa, y tan pronto usa el halago como el veneno.

Hemos pasado de tener un capitán que supo ganar España con espíritu de trabajo y ayuno, a alimentar a incontables senadores que la han sabido perder con actitudes de holgazanería y opulencia ventajista. Siempre es más digno de ostentar el poder aquél que defiende las leyes y mira por el bien de la ciudadanía y por el progreso de la patria, que quien preside en el delito y es docto en el engaño. Aquél que une y restaña odios, que el que enfrenta e incita a la desavenencia. Aquél que pone a su pueblo entre los más prósperos del mundo, que el que lo arrastra al guerracivilismo. Aquél que busca la gloria nacional, que aquel autor de la maldad que negocia la ruina del Estado. Aquél que rige apoyado en su juramento, que aquél que medra sustentado en su deslealtad.

Es digna de contemplar la cara, de risa o de decepción o de hastío, con que los avisados y prudentes observan la contumacia en el error de los políticos peperos al seguir confiando en los socialistas. Es igual que les hayan dado mil veces con la puerta en las narices o que les hayan engañado otras mil. Ellos siguen inasequibles al desaliento, pidiéndoles lo que el socialismo jamás les dará, porque se lo impide su naturaleza. De ahí que esos avisados y prudentes lleguen a la conclusión de que dicha confianza, dicha esperanza en convertir al delincuente en virtuoso no sea ingenuidad, sino cálculo.

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Porque lo que en realidad quiere el PP es seguir repartiéndose el Estado con el socialismo, ahora tú y ahora yo, algo que se complica si los históricos criminales se echan definitivamente al monte, como está ocurriendo en la actualidad. Y lo mismo puede decirse de los votantes de unos y otros. Todos están en el juego, cada uno con sus cartas y sus trampas, con sus odios y con sus tragaderas, con sus vindictas y su cagapoquito, sin que a ninguno les importe España.

A estas alturas de la película, a punto de finalizar ya el primer cuarto del siglo XXI, el socialcomunismo y sus excrecencias son, más que ideologías, un modo de entender la sociedad y la vida. Y ese comportamiento personal y social se distingue por la aceptación de la vileza en todos sus planos y posibilidades. Y estas corrientes tienen muchos millones de votos porque hay muchos millones de mala gente. Como, al contrario que ellos, la buena gente no puede exterminarlos, pues comprende que la extinción del adversario va contra las reglas que se ha dado la humanidad, sí que puede, al menos, desenmascararlos e identificarlos, dado que la separación de la fruta podrida es necesaria para liberar de la putrefacción a la cosecha sana.

Salvo los podemitas y sus cercanías que suelen ir de cerdos, y en piara, la casta partidocrática suele venderse muy acicalada de facciones y verbosa, haciendo gambetas con el vocabulario y corvetas y mohines con las cejas y los labios, sin olvidar un bullicio de gestos y un misterio de ceño, para darse la gravedad de gran ministro o que va para ello, hombre recto y prudente, dispuesto a perder el sueño en aras del común. Pero la realidad es que anda al husmo de privanzas, intrigando incesante a la busca del chollo o del favor, pisando moqueta, entrando en las audiencias, subiendo y bajando sin parar por escaleras palaciegas, esparciendo inclinaciones a los cuatro vientos, lisonjeando, sonriendo, ejecutando las lecciones congénitas de hipocresía con que le dotó Naturaleza.

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En realidad, como digo, esta casta se pasa media vida persuadiéndose para robar, y la otra media exhortándose para no devolver lo robado. Y, por supuesto, comprometiéndose a ejecutar unos la codicia y otros el odio y la venganza. Y, en particular, los socialcomunistas y sus excrecencias, a base de trampas, se han convertido en ratonera. Esta gente es capaz de quitarte hasta lo que no te puede dar. Los socialcomunistas, con su inclinación al odio y a la tiranía, lo aborrecen todo: a lo bueno porque no es malo, y a lo malo porque no es peor.

En definitiva, cualquiera que tenga ojos en la cara se percata de que la Providencia hace poco caso de los gobiernos y monarquías de la tierra, y de sus seguidores, basta ver a quienes casi siempre se las dan y a quienes les permiten acompañarlos en el destrozo: a las almas más nocivas, a los desperdicios humanos más insalubres.

Autor

Jesús Aguilar Marina
Jesús Aguilar Marina
Madrid (1945) Poeta, crítico, articulista y narrador, ha obtenido con sus libros numerosos premios de poesía de alcance internacional y ha sido incluido en varias antologías. Sus colaboraciones periodísticas, poéticas y críticas se han dispersado por diversas publicaciones de España y América.
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