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Define la cultura Luis Cencillo en sus obras “Antropología cultural y psicológica” y “El hombre; noción científica” como la peculiar interpretación que una determinada colectividad humana hace de la realidad. Esa peculiar interpretación constituirá el motor y los cimientos de las diferentes creaciones éticas y estéticas, a las cuales las denominaremos, congruentemente, manifestaciones culturales (música, arte, literatura, derecho, danzas, ritos, costumbres, etc.)
Lo que llamamos cultura europea se ha venido proyectando en tres fiestas, en tres ritos, en tres, en definitiva, manifestaciones de carácter cultural: el Teatro, el Circo y los Toros.
Mediante el Teatro el hombre occidental ha venido manifestando las incógnitas que ante su propia existencia se plantea, que ante su drama vital le surgen, que ante su devenir personal se producen.
Se ha venido valiendo el hombre europeo del Circo para manifestar su vocación de dominador cósmico, de señor de lo creado; para gritar a los cuatro vientos que no es “una cosa entre las cosas” sino precisamente lo contrario “algo que no es una cosa y cuyo destino se encuentra, precisamente, en el enseñoramiento de las cosas”. En el Circo el hombre sueña con desafiar la gravedad, con domeñar a las fieras y con manejar su cuerpo con arreglo a sus deseos. Contraviniendo, incluso, las mismas pautas con las que la Naturaleza le dota y le regula.
Constituye la Tauromaquia una manifestación del perpetuo diálogo con la muerte. La muerte como fondo paisajístico de todo instante vital. La muerte como dinamizadora de todo proceso existencial. La muerte como soporte imprescindible, como pieza inseparable, como compañía ineludible. Un diálogo revestido de dignidad, un diálogo preñado de belleza, un diálogo, en definitiva, rebosante de majeza.
Sea como sea, no podemos marginar a la Tauromaquia del espectro cultural europeo.
La fuerza expresiva de la Tauromaquia, la carga ética que conlleva, el enorme flujo cultural que en sus entrañas porta, quedan demostradas por un simple hecho: el feroz afán que contra la misma muestra la Revolución del Nuevo Orden Mundial y las entidades de las que se vale para implantar su tiránica dictadura.
Durante siglos el rey de España obedecía al ritual de alanceamiento de un toro bravo con motivo del nacimiento de su primogénito. No solo la historia lo pregona sino que ahí están los testimonios que nos brindan Tiziano y Goya en el Museo del Prado.
Durante siglos los doctores que adquirían su grado en la Universidad se veían obligados por su placer, por costumbre y por rito a dar muerte a lanza a un toro.
Las bodas reales siempre fueron celebradas con corridas de toros en España. La reina que cortó con esa tradición fue doña Sofía la esposa de Juan Carlos I. Tampoco Felipe VI y doña Leticia dieron continuidad a esta secular tradición.
Las aldeas, pueblos y ciudades ibéricas siempre honraron a sus santos patronos con fiestas taurinas.
Durante siglos los mozos ibéricos soñaron con poder llamar la atención admirativa de la moza que les partía el alma, jugando, ante ella, con un toro bravo. Bien fuera corriendo ante la fiera, esquivando con un quiebro su embestida, compitiendo en grupo con el toro que al otro extremo de la maroma se encontraba uncido, y así con innumerables y diferentes juegos y suertes.
Hasta la misma lengua española se encuentra sembrada de expresiones que con raíces en la Tauromaquia nos muestra nítidamente el enlazamiento que une lo táurico con el alma ibérica.
De forma constante ha estado presente el toro bravo en la obra artística emanada del espíritu ibérico.
Desde Altamira a Picasso, pasando por Goya y Dalí, siempre estuvo el toro bravo deambulando entre los pinceles de los pintores ibéricos. Desde el prehistórico toro de Costitx en Mallorca a Benlliure siempre estuvo el toro bravo escoltado por los cinceles de los escultores ibéricos. Desde las Cantigas a Lorca, Gerardo Diego y Machado siempre estuvo el toro bravo en boca de los poetas ibéricos. A propósito de Lorca, él fue quien afirmó con mucha razón que la Tauromaquia es la fiesta más culta que hay en el mundo. Y decimos con mucha razón, porque mediante la Tauromaquia el pueblo ibérico ha venido manifestando la forma íntima de interpretar su propia existencia, su modo peculiar de coser con hilos de belleza la vida y la muerte; en definitiva, la colectiva cosmovisión que de la realidad ha venido interiorizando, y eso es cultura. Pues, recordemos de nuevo, que a la peculiar interpretación que una colectividad humana tiene de la realidad se le llama: cultura.
Malos tiempos corremos, como se dolía Thomas S. Eliot, cuando la cultura, como forma de vida de un pueblo, trata de ser sustituida por el programa de un partido político.
Nota del editor: aunque no se convenga en el argumentario de los colaboradores, se respeta la libertad de expresión y la crítica desde la ponderación y el respeto.
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Teatro, Circo y Tauromaquia, forjadores de Europa. Como también lo son Grecia, Roma y el Cristianismo. Hubo unos años décadas, donde se buscaba Libertad, Igualdad y Fraternidad. Durante unos pocos años se habló aquí de Patria, Pan, Justicia… En el siglo XXI, decadente, promiscuo, nihilista, solo se habla de Tripa, Bragueta, Cartera. Y así nos luce el pelo.
Intentar ser «uropeos» desde el olvido y la persecucion de la cultura propia es una aberracion.
Ya quisieran los europeos tener unas tradiciones culturales tan antiguas, relevantes y arraigadas en el pueblo como tiene España, en particular la fiesta nacional la fiesta de los Toros.
A ver, que los españoles SOMOS europeos, que España es la nación más antigua de Europa, ni «uropeos» ni gaitas gallegas, ya está bien de hacer como si España en vez de en Europa estuviera flotando en el éter.
España es pilar fundamental de Europa, de su formación politica y social y de su historia
Pero los españoles consideran que «Uropa» nos hace un favor aceptandonos en suseno
¿Entiende la diferencia entre ser Europeo y «uropeo»?