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A pocos días ya de las enésimas y putrefactas elecciones de la democrática Transición, me viene a la cabeza el escándalo Filesa. El escándalo Filesa salió a la luz, si no recuerdo mal, en mayo del 91. Un grupo de sociedades controladas por el responsable de finanzas del Grupo Socialista, Carlos Navarro -Filesa, Malesa y Time Export-, se dedicaron durante años a facturar cientos de millones a bancos y empresas de primera fila por estudios que no se llegaron a realizar. Con los ingresos obtenidos, dichas empresas financiaron una parte de la campaña electoral del PSOE correspondiente a las elecciones generales de 1989. Filesa, Malesa y Time Export tenían doble contabilidad. Es decir, declaraban menos beneficios de los que obtenían.
Valga este ejemplo, que es uno entre miles, para mostrar a los desprevenidos lo que ha sido la mefítica atmósfera electoral y ciudadana en nuestra patria durante dicha democrática Transición. Y valga también para subrayar que España no volverá a ser una nación sensata hasta que en ella se reestablezcan los juicios de residencia, pues ya que nuestra política es un cesto de cerezas podridas, cuyos escándalos se enredan unos con otros, es necesaria la regeneración.
Pero resulta inútil que, no ya los astros, sino la cotidiana realidad desvele diariamente a la plebe sus secretos más arcanos si luego la ceguera de la muchedumbre hace vano todo consejo, toda prueba, toda insinuación a la justicia y a la prudencia. Y si el gentío no puede o no quiere ver no hay esperanza para él. El grado de visión o de perspectiva que reside en un hombre es la exacta medida de ese hombre. Y, en general, el hombre de hoy, el español de hoy, es malo e ignorante. Y por si fuera poco cuenta con un jefe de Estado desleal, ajeno a los problemas de la patria o, como piensan muchos, directamente traidor a ella. Y ya se sabe que el rey es el espejo en el que el reino se mira.
La justicia, que es lo esencial, se halla envilecida y deshonrada, porque la justicia es siempre una violencia para el ofensor y una señal que desenmascara al fariseo y al canalla. Y a las hienas y a los resentidos que controlan este estropicio que es hoy España no puede interesarles dicha institución, sino para prostituirla. Así que ya pueden acudir ustedes a votar un millón de veces, amables lectores, que será dar vueltas a la noria, marear la perdiz, o tratar de meter el agua del mar en un dedal.
Esta caterva de lobos y de odiadores, esta caverna de alimañas, con sus votantes como pendón justificativo, se ha empeñado en liquidar la justicia y la educación, y también en cambiar la historia. Porque todo ello es su gran objetivo para sobrevivir. Pero la historia no puede convertir en bueno lo que es malo, ni en malo lo bueno, ni tampoco realzar el carácter de sus falseadores o dotar de virtudes a quien carece de ellas. La historia no puede eliminar ni tan siquiera disminuir en parte los horrores que causan, han causado y causarán los favoritos del diablo, los seres humanos con alma de chacal.
Lo triste es que la voluntad de gritar «siempre lo dije, llevo décadas advirtiéndoos del caos», una de las más fuertes que puede disfrutar un ser humano, tampoco vale en esta hora de tinieblas. Rodeado de codicia, de sandez y de rencor, comprobando diariamente que aquí cada cual, entre quienes nos dirigen y quienes les votan, representa el papel de canalla, de tibio o de ignorante admirablemente, el español avisado no puede sino contemplar los muros de la patria con amargo pesimismo. Pero lo bueno del pesimismo es que te lleva a no rendirte nunca. El que se indigna, si le mueve honrada indignación, quiere cambiar las cosas.
El indignado honesto que, día a día, ve alzarse ante su frente los castigos y los crímenes cometidos contra la verdad no permanecerá inmóvil. En cada testigo, en cada prueba, en cada defensa, allí estará él. Al acecho de que, cuando sobrepasen la medida, el orgullo y la ambición de los malvados les acabe finalmente perdiendo. Y de que, no viendo nunca su pesca lo suficientemente abundante, un salmón más haga zozobrar su embarcación. Porque la ruina y el oprobio suelen seguir de cerca a la codicia y a la jactancia.
El indignado, el conspiranoico, el incontrolable, tiene esto muy presente. Y, aunque consciente de que su voz clama en el desierto, actúa y espera, convencido de que la auténtica gloria radica en la verdad y en la justicia, y que luchar por ellas entra en el orden natural de las cosas.
Autor
- Madrid (1945) Poeta, crítico, articulista y narrador, ha obtenido con sus libros numerosos premios de poesía de alcance internacional y ha sido incluido en varias antologías. Sus colaboraciones periodísticas, poéticas y críticas se han dispersado por diversas publicaciones de España y América.
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