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Fue una batalla decisiva para la independencia de EE.UU. El malagueño tuvo el valor de entrar con cuatro navíos en una bahía llena de barcos británicos: «El que tenga honor y valor que me siga», dijo a los suyos. Y las tropas españolas cargaron contra los ingleses en el fuerte «Rey Jorge».
Los norteamericanos vivieron en Pensacola una batalla decisiva para su independencia. Aquel encuentro de 1781 fue librado y ganado por la Infantería de Marina española. Una vez más las casacas rojas se cruzaron en el rumbo de nuestra Historia. En esta ocasión, al inglés, también le tocó perder.
El combate de Pensacola, Florida occidental, fue calificado de desembarco audaz y osado, por la dificultad de acceso a su bahía. Una empresa temeraria que terminó con la victoria de los españoles y que pondría de manifiesto el valor de un personaje desconocido en la Historia común de España y de los EE.UU: Bernardo de Gálvez Gallardo Madrid, vizconde de Galvestón y conde de Gálvez. Tras la batalla de Pensacola su escudo de armas luciría el lema: «Yo Solo», porque fue así como entró en el bastión inglés de Florida: «El que tenga honor y valor que me siga».
Devolver un golpe a los ingleses
«Para entender el desembarco de Pensacola, antes debemos remontarnos a la Guerra de los Siete Años (1756-1763), ganada por el Reino Unido a una coalición de naciones entre las que se encontraba Francia y España», relata José María Moreno Martín, jefe de Cartografía del Museo Naval. Tras esta batalla, la España de Carlos III y la Francia de Luis XV, y después Luis XVI, aprovecharon la oportunidad para devolver un golpe a Inglaterra, que sobrevino con la sublevación de las Trece Colonias (1775) y que vieron cómo sus impuestos aumentaban sin cesar. La gota que colmó el vaso fue el nuevo impuesto del té, origen del motín de Boston.
España ayudó económicamente a los rebeldes norteamericanos, pertrechando a 30.000 rebeldes con sus uniformes, fusiles y 216 cañones. ¿Debía intervenir militarmente como hizo posteriormente la Francia de Luis XVI tras la insistencia de Benjamin Franklin? Este fue el dilema de Carlos III. «España se encontraba en una posición delicada. Por un lado, las tesis del Conde de Floridablanca, que abogaba por mantenerse neutral para no desencadenar un efecto dominó de independencias en las colonias españolas americanas; por otro lado, el Conde de Aranda, embajador de España en París, que veía en el apoyo a las Trece Colonias una oportunidad idónea para recuperar Gibraltar», según Moreno Martín. Prevalecieron las tesis del Conde de Aranda y, en 1779, España declaró la guerra a Gran Bretaña. Desde ese momento nada sería igual en la Guerra de Independencia de las Trece Colonias: Inglaterra se vería obligada a dividir esfuerzos: en el Canal de la Mancha (contra Francia), en el Mediterráneo (contra España) y en el Golfo de México, donde Inglaterra había arrebatado años antes a España algunas plazas marítimas como era el caso de Pensacola, también conocida como San Carlos de Panzacola. En resumen: las fuerzas de las Trece Colonias se nivelaron. Estos fueron sus poderes: Reino Unido: 120 navíos y 100 fragatas; y, contra ellos, Francia (60 navíos y 60 fragatas) y España (60 navíos y 30 fragatas).
Aquí saldría a relucir el ingenio del entonces gobernador de la Luisiana, el malagueño Bernardo de Gálvez (1746-1786) que forjaría su leyenda militar como capitán en tierras de Nueva España, llevando a cabo una campaña contra los Apaches. Con 24 años y heridas por todo su cuerpo, el futuro «Yo Solo», lucía el galón de comandante de armas de Nueva Vizcaya y Sonora, que equivalía al actual estado de Nuevo México. El bravo militar español forjaría su leyenda, aunque antes regresaría a España para participar en la expedición de Argel (1775), foco central de la piratería mediterránea.
Al regresar al Nuevo Mundo, en 1776, Gálvez fue destinado a Luisiana, y es cuando España decide enfrentarse a Inglaterra en el Golfo de México para recuperar Pensacola; antes caerían las posesiones británicas de Manchac y Baton Rouge, en la desembocadura del río Mississipi, o Mobila (1779). El círculo se estrechaba en torno a la capital de Florida, aunque su disposición geográfica y su estrecho, de escasa profundidad, impedía acometer la empresa.
«Se trataba de una operación bastante complicada, por no decir inverosímil», destaca el jefe de los cartógrafos. EL 28 de febrero de 1781 partía desde La Habana la expedición española con 36 buques de guerra, comandada por José Calvo Irazábal como de jefe de la escuadra. Mientras tanto, los infantes de Marina aguardaban el momento del desembarco. Otras tropas terrestres españolas, y, más tarde francesas, esperaban el desembarco para envolver la plaza de Pensacola; la ciudad en su bahía y la isla de Santa Rosa en la bocana de acceso, formando un estrecho con la posición fortificada de Barrancas Coloradas.
La toma de Santa Rosa
La acción sería dura, ya que, para llegar hasta su objetivo, la escuadra tenía que pasar a través de un estrecho flanqueado por dos baterías de cañones. Todo un riesgo de muerte. Por ello, Bernardo de Gálvez decidió tomar el fuerte de la isla de Santa Rosa para así evitar ser aniquilados por fuego cruzado.
Con valor, las tropas del malagueño desembarcan en el terreno dispuestas a derramar sangre enemiga, pero, para su sorpresa, la fortaleza había sido desmantelada y la encontraron vacía. «Consiguieron tomar la isla sin ninguna baja y sin ningún disparo», aclara Moreno Martín. La moral aumentó entonces para adentrarse a la bahía de Pensacola y ya sólo tenían que pasar a través de la batería de las Barrancas Coloradas.
«Una vez conseguido esto, lo que pretendía Bernardo de Gálvez era pasar con toda la escuadra, eso sí, lo más cerca posible de la isla, ya española, para evitar el fuego de las Barrancas Coloradas», confirma el jefe de la Cartografía. La empresa comenzaba a tomar forma, pero, al aventurarse por el estrecho, el fondo del casco del navío en el que viajaban el malagueño y Calvo (el San Genaro), tocó fondo: tenía demasiado calado para pasar; por ello, tuvieron que salir a aguas más profundas para no quedar encallados.
Llegados a esa situación, comenzaron las discrepancias pues, mientras Gálvez quería entrar en la bahía y tomar Pensacola, José Calvo (al mando de la escuadra), se negaba a atravesar el estrecho. Y es que, argumentaba, no sin razón, que no se conocía bien el terreno y que una peligrosa tormenta tropical se aproximaba hacia el lugar. Además, la batería situada en el fuerte de las Barrancas Coloradas seguía activa y, en el caso de que un navío quedara encallado, toda la escuadra podría sufrir su fuego y ser seriamente dañada.
Para Gálvez, en cambio, no había opción. El marino subió a bordo de un bergantín llamado «Gálveztown» (un barco con menor calado que el «San Genaro») y se dispuso a llevar a cabo una de las mayores heroicidades de la Historia española: entrar solo en la bahía a través del fuego enemigo. Sus últimas palabras quedarían grabadas para siempre: «Una bala de a treinta y dos, recogida en el campamento, que conduzco y presento, es de las que reparte el Fuerte de la entrada. El que tenga honor y valor que me siga. Yo voy por delante con el “Galvez-town” para quitarle el miedo».
No había vuelta atrás, Gálvez enarboló la bandera de Comandante y entró en el puerto acompañado por dos pequeñas cañoneras y un buque de transporte. En contra de lo que se puede pensar, no sufrió daños por parte de las baterías enemigas y, además, atrajo el fuego sobre sus barcos. «De aquí es donde viene la leyenda que se puede leer en su escudo de armas: ‘Yo Solo’, porque pasó sin que le siguiera ningún comandante», explica Moreno. «Después pasó toda la escuadra, ya que había buques que hacían frente al fuego de las Barrancas Coloradas y podían atravesar la zona con seguridad» confirma el experto.
La marcha de Calvo y la llegada de refuerzos
Tras entrar Gálvez en la bahía, el resto de los buques determinaron seguirle. ¿Todos? No. Hubo uno que se retiró, y es, según fuentes documentadas, el navío en el que se encontraba José Calvo. Según parece, el oficial decidió volver a La Habana tras verificar el éxito del malagueño. Definitivamente, su misión había acabado, como más tarde le haría saber Gálvez mediante una misiva.
Antes de llegar a su destino, sin embargo, se detuvo en Matanzas (Cuba) donde preparó con detalle su argumentario defensivo ante las previsibles acusaciones que podría sufrir al llegar a territorio español. ¿Sintió vergüenza?, es posible, pero nunca se supo. Es cierto que, al no intervenir, dejó a la flota española sin su navío, que era un destacado activo en la contienda.
Tras el ataque inicial, y como estaba planeado, una fuerza terrestre española tomó posiciones para ayudar en el asedio de Pensacola. Esos no serían los únicos refuerzos que recibiría Gálvez. «Ese mes llegó una nueva escuadra de navíos, en un principio se pensaban que era enemiga y que venía a ayudar a los sitiados en Pensacola, pero descubrieron que eran españoles comandados por José Solano y Bote que acudían a socorrer a Gálvez», resalta Moreno. Con esta flota eran ya casi 8.000 los hombres preparados para el asedio, frente a los 3.000 ingleses.
Además, a los asaltantes también se les unieron cuatro fragatas francesas con casi 800 soldados. Y es que, Francia quería aportar también en esta batalla su pequeño granito de arena (o de pólvora), para favorecer la expulsión de Florida de los ingleses y, por lo tanto, luchar a favor de la independencia de los colonos.
La caída de Pensacola
Tras la entrada en la bahía, todo iba a depender de las fuerzas terrestres, comandadas por José de Ezpeleta, que tenía órdenes de tomar los tres fuertes que defendían Pensacola: el de la «Media Luna», el del «Sombrero» y el del «Rey Jorge». «El siguiente episodio se produjo cuando las fuerzas españolas consiguieron tomar la fortaleza de la “Media Luna”, donde murieron 52 británicos», explica el jefe de Cartografía.
«A partir de ahí consiguieron pasar a la del “Sombrero”, luego a la del “Rey Jorge” y asaltar por detrás la ciudad», puntualiza Moreno. La misión tocó a su fin, pues en menos de diez días Pensacola se rindió a los españoles. Las “Barrancas Coloradas” fueron las siguientes en abandonar la defensa, y es que, tras la caída de la ciudad, poco tenían que hacer ante el arrojo de Gálvez.
Un inoportuno huracán
Una vez finalizada la contienda un nuevo enemigo se asomó entre nubes: un huracán que causó grandes problemas a los españoles entre el 5 y el 6 de mayo de 1781. «Se puede ver como el autor dibuja una mar rizada y los barcos inclinados con sensación de movimiento», dijo el experto. Sin embargo, no hubo que lamentar grandes daños, ya que los buques se retiraron de la costa y acudieron a proteger la entrada de la bahía frente a eventuales refuerzos ingleses.
Bernardo de Gálvez
A pesar de las pocas bajas que sufrieron los dos bandos durante esta contienda (74 españolas por 145 inglesas), sin duda la de Pensacola fue una de las batallas que favoreció la independencia de los EE.UU. Gracias a la toma de la ciudad, se abrió otro frente para los ingleses, que se vieron obligados a destinar soldados a las inmediaciones de la zona, poniendo de manifiesto la lucha contra los colonos.
La hazaña le valdría a José Solano y Bote el título de «Marqués del Socorro» por la ayuda prestada. Gálvez recibiría gracias a la toma de Pensacola el nombramiento de mariscal de campo, además de un título que no lo abandonaría jamás…: «Yo solo».
En la España de hoy, casi nadie recuerda aquellos acontecimientos de Florida a fines del siglo XVIII. Ni en los institutos, universidades o redacciones de periódicos saben lo que fue Pensacola. Nos sorprenderíamos escuchar las respuestas. Pero esto es lo que sucede en España, porque en EE.UU. saben que sin la valentía de Bernardo de Gálvez todo habría sido diferente.
Replicamos las respuestas del Comandante General de Infantería de Marina, Pablo Bermudo y de Espinosa (General de División), sobre este acontecimiento histórico, que pone en valor una de las hazañas que, al menos, pudieron neutralizar con la verdad la Leyenda Negra, insuficientemente contestada por España y Portugal.
ABC Sevilla E.V./M.P.VMADRID
¿Qué importancia tiene la Batalla de Pensacola para la Armada de hoy y la Infantería de Marina en particular?
Lo más destacable es, sin duda alguna, la trascendencia de haber participado de una manera directa y decisiva en el proceso de independencia de los Estados Unidos de América. Este vínculo histórico continúa presente hoy en día y se pone de manifiesto en las excelentes relaciones existentes entre la Fuerzas Armadas de ambos países, y en particular de la Infantería de Marina y el Cuerpo de Marines estadounidense.
¿Por qué cree que es tan desconocida en España esta batalla, por otra parte vital para la independencia nada menos que de EE.UU.?
A diferencia de lo que ocurre en EE.UU. y en otros países de nuestro entorno, la atención prestada hacia la historia militar en España constituye todavía una asignatura pendiente en todos los ámbitos del sistema educativo. Nuestro pasado está repleto de hechos gloriosos de los que debemos sentirnos orgullosos, ya no solo como militares, sino como españoles y que deben ser rescatados del «baúl de los recuerdos» dado que constituyen un excelente ejemplo de valores tan importantes y necesarios hoy en día como son el honor, el valor, la disciplina y la lealtad.
¿Cómo eran aquellos infantes de Marina del último tercio de siglo XVIII?
Me atrevo a decir que el lema actual del Cuerpo de Infantería de Marina define perfectamente cómo eran aquellos infantes de finales del Siglo de las Luces, unos «valientes por tierra y por mar».
¿Cómo definiría la personalidad y visión militar de Bernardo de Gálvez?
El carácter expedicionario que ha caracterizado a la Armada y, en particular a la Infantería de Marina prácticamente desde su creación en 1537 (recordemos que es la más antigua del mundo) ha marcado la personalidad de todos sus miembros desde siempre. Bernardo de Gálvez fue un militar que destacó por su extraordinario valor y honor, virtudes humanas que han movido muchas veces la rueda de nuestra historia.
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