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31 de diciembre de 2021. Test agotados en farmacias, colas interminables en los laboratorios, aumento explosivo de contagios de ómicron, incidencia disparada y fuera de control, colapso sanitario según el relato mediático, noche vieja con distancia, mascarilla y ventilación cruzada en la cena… nada de besos y abrazos familiares. Desde la Puerta del Sol de Madrid, el kilómetro cero de España, y más allá de las tradicionales 12 uvas, se impone ver y oír en pantalla la nueva ocurrencia de imagen y discursiva de la maestra de ceremonias, presentadora, reportera, modelo, actriz y empresaria “vallekana” -referente de la izquierda, según palabras de Pablo Iglesias y Pablo Echenique entre otros-, Cristina Pedroche. Es su momento estelar, las campanadas del Año Nuevo, todas las cámaras y las miradas son para ella.
He aquí sus palabras y que España toda esperaba con ansiedad: “El 2021 ha sido un año de reciclaje, reconstrucción y resiliencia. Palabras que nos han enseñado la importancia de la salud mental, palabras que han puesto en el centro de muchos corazones la importancia de cuidarse y de cuidar (…) De cuidar nuestro entorno para hacerlo sostenible y de cuidar a las personas como ha hecho el personal sanitario. Un ejemplo de lucha, compromiso y profesionalidad que sigue ola tras ola dándolo todo (…) Estamos entendiendo la importancia de amar y de que nadie es mejor que nadie. Sé quién quieras ser sin miedo, ama a quien quieras, con libertad y con orgullo. Un orgullo con mayúsculas (…) Que no se nos olvide que los derechos que tanto esfuerzo, sudor y dolor nos ha costado conseguir no se pueden negociar, que son nuestros. Que el 2022 sea un año sin LGTBIfobia. Salud y amor para todos”. Así sentenció la mujer que más expectativas despierta en estas fechas y que probablemente estemos ante lo que podría definirse como una nueva corriente de pensamiento: el pedrochismo.
En realidad, el pedrochismo tampoco es nuevo sino un reciclaje, un coctel y un lavado de cara del pensamiento político flower power, hippie, sesentaiochista y pequeñoburgues, cómodo y acomodaticio, vacío de contenido y de principios trascendentes. Si rascamos solo un poco en la superficie nos encontramos con lemas y mantras pijoprogres repetidos una y otra vez con cadencia hipnótica y reiterativa como lo hacen habitualmente los Hare Krishna. Es la ideología de los hijos renegados y arrepentidos del eufemísticamente llamado régimen anterior, en su mayoría criados en ese microcosmos izquierdista de los que se podían permitir ser revolucionarios de café.
Hoy, esta casta con privilegios que solo alcanzan unos pocos, son funcionales al gran capital financiero y especulativo. Paradójicamente, pero con cierta lógica kafkiana, comparten objetivos con los más poderosos entre los poderosos, son los sacerdotes y sacerdotisas de los nuevos dioses del dogma globalista de los Objetivos de desarrollo sostenibles de la ONU.
¿Cuál es la diferencia discursiva e ideológica entre el Schwab, Soros, Gates, Bezos, Zukerberg, Guterres, Biden, von der Leyen, su Majestad Felipe VI, Sánchez, Díaz, el consejo de ministros al completo y sus socios de gobierno, la mayoría parlamentaria, Casado, Arrimadas, Pedroche, los cuñados y la señora mayor de al lado de casa? Ninguna. El pedrochismo ha calado profundamente, hay que reconocerlo y ello tiene mérito.
Los mensajes de los medios de comunicación de masas y entretenimiento, de las plataformas de pago, de la educación, la cultura, la llamada superestructura de la sociedad, ha adoptado las formas y los contenidos que se pueden apreciar con prístina claridad en las publicidades de perfumes o de coches de alta gama en la campaña navideña. Son el pensamiento, la ética y la estética globalista en su versión local pedrochista.
Ómicron ha sido declarado hoy como el virus más contagioso en la historia de la Humanidad. Letra griega que encaja perfectamente para un personaje de ciencia ficción, un alienígena asexuado enfundado en un traje plateado que llega a la Tierra para dar un mensaje de paz, amor e igualdad. Ahí están las viejas películas de bajo presupuesto de los años 50 o Star Trek, para demostrar que la estética no es nueva. También podemos apreciarla en o los estrambóticos personajes que desfilan en Cachitos de hierro y cromo en la televisión de la Nochevieja de la Radiotelevisión Española.
Ómicron, los alienígenas en fundados en papel de aluminio y el pedrochismo, a pesar de parecer novedoso no dejan de oler a rancio. Afortunadamente la Historia no es resiliente y tampoco lo es la verdad.
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