21/11/2024 14:33
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Muchos niños de mi generación aprendimos los límites geográficos de España con ese lamento final. Medio siglo después los límites son los mismos, la vergüenza mayor. Porque ahora se han cumplido trescientos años desde que la bandera de la «pérfida Albión»    -como certeramente la llamó D.Matías Prats, padre claro,  preside La Roca, como los británicos llaman a esa «piedra en el zapato de los españoles». Y ello tras la triste «legalización»    del tratado de Utrech

Tres siglos en que monarquías, repúblicas de diferentes signos, dictaduras militares o del proletariado, organizaciones nacionales o internacionales, acuerdos de la ONU, gentes de derechas y de izquierdas, paisanos y militares, por las buenas o por las malas, con bombardeos, con cercos…, con todo, España no ha podido recuperar lo que le fue arrebatado con traición, y que a lo largo de estos siglos ha ido ampliando con engaños y abuso de su  poderío.

Pero si la Historia –inamovible- es esa, y nadie puede asegurar el éxito o la victoria en cualquier clase de enfrentamiento, lo que en esta hora del siglo XXI resulta desolador es el silencio, la sumisión y el conformismo con los que nuestra sociedad, nuestros gobiernos y nuestro Estado han asumido una de las más humillantes y anacrónicas situaciones de la convivencia internacional: Situación en la que un sólido exsocio a partir de hoy,  y aliado mantiene una colonia en su territorio.

La sumisión y la vergüenza de Gibraltar nos recuerda  a Francois Mitterand, el presidente  francés, que ya  en 1.992 reconocía «…que es un tema que, por simple pudor, se evita en cualquier reunión de la Comunidad  Europea». 

Ese pudor, esa mirada desviada, ese silencio cómplice, no solo afecta ya a las naciones vecinas y amigas de Europa y del Reino Unido, a los Comités de Descolonización de la ONU, a los conmilitones de la OTAN sino que ha contagiado a muchos de nuestros políticos. El tono «bajito» de protesta ante la prepotente y reiterada presencia de buques de guerra de peligrosa dotación nuclear, las visitas de la poco ejemplarizante familia real inglesa o de los ministros del gobierno de su graciosa majestad, solo pretende cumplir un mero acto de protocolo diplomático, sin molestar demasiado. El trabajo diario de miles  de «vecinos» durante el horario laboral (¡no se les permite pernoctar en el Peñón!; las propias migajas que el contrabando, el blanqueo de dinero y la empresas de dudosa actividad dejan en algunos  colectivos de españolitos en el ámbito colonial (porteadores, pacotilleros…) permiten a políticos locales o autonómicos reclamar al gobierno de la nación «más tacto y suavidad» en el trato con los llanitos…

 

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La humillación y la vergüenza avanzan, como siempre. Con frecuencia  con la agresión a las aguas de la bahía de Algeciras ( ¡ellos la llaman «de Gibraltar!), que impiden faenar a la flota pesquera. Y ahora con un gobierno español que parece  relajarse en la defensa de esos flecos de soberanía… 

Los que de niños (en los «años de hierro», claro) soñábamos con nuestros valientes soldados asaltando las escarpadas laderas mientras poderosos buques de la Flota bloqueaban y bombardeaban sin cesar  el puerto, y nuestras escuadrillas atacaban el usurpado aeropuerto, sabemos que una acción militar es inimaginable, por múltiples motivos…salvo precisamente –en estúpida paradoja- para defender la propia bandera de la Jack Union ante un hipotético ataque de un tercer país, obligados por nuestra humillada adhesión a la OTAN , con un socio que te coloniza.

Pero frente a nuevas, fracasadas y olvidadas «trampas saduceas» como la de la inadmisible soberanía compartida, o el «pensar  juntos» en plano de igualdad colonizadores, colonizados y colonos, la integración europea permite una salida airosa, imaginativa, brillante, con perspectivas de un futuro prometedor que satisfaga a británicos, españoles, llanitos y a europeos en general.

Ahora los gobiernos han acordado el derribo de la verja , lo queperoduce una»sospechosa» satisfacción…

Ante la salida del Reino Unido de la UESe  m una protruesta atrevida:  que el Reino Unido renuncie a la soberanía en Gibraltar, que España renuncie asimismo a recuperar la usurpada colonia, y que los gibraltareños renuncien a la aspiración de autogobierno o independencia. Todos renunciarían en favor de la Unión Europea, que dispondría así de un territorio de titularidad propiamente europea, de soberanía total. Un territorio propio, germen de una naciente e ilusionada unidad política europea, con unos 30.000 habitantes (los «llanitos») de nacionalidad estrictamente europea. Y su posible capital.

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Una propuesta sugerente para resolver tres siglos de desidia y humillación.

Y en lo alto del Peñón una bandera de todos:

Azul.

 

 Carlos León Roch.

Autor

REDACCIÓN