15/05/2024 09:51
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Durante estas infaustas y aciagas jornadas parlamentarias, desgraciada votación de investidura del candidato Núñez Feijoó, hemos tenido la oportunidad de asistir a una de las muchas consecuencias de una decisión popular mal deliberada y mal calculada. El resultado ha sido el inicialmente previsible, pese a los delirios del candidato popular, es decir, el de un intento fallido por sumar los “votos de conciencia” de algunas de sus señorías díscolas con las felonías de la ejecutiva socialista. Ni conciencia, ni moral, ni ética, ni ná de ná. Los principios y valores son marxistas, es decir, réplicas de la célebre frase atribuida a Groucho Marx que decía: “Estos son mis principios, y si no le gustan tengo otros”. Por lo visto y oído, en el hemiciclo de la carrera de San Jerónimo, el “marxismo” abunda entre los socialistas, también entre los que no. Lamentable, pero con luz y taquígrafos, así ha sido recogido en el Diario de Sesiones Parlamentarias, así es y así se ha presenciado. Veremos como nos lo cuenta los libros de texto de Historia de España en un futuro.

Sin embargo, las escenas protagonizadas por los portavoces del “NO” han sido grotescas, chabacanas, chulescas, desafiantes y fanfarronas. El cénit de la conversión de las Cortes en un circo por parte de la izquierda y la derecha nacionalista vasca, auténtico esperpento y falta de respeto hacia nuestros compatriotas, deseosos de presenciar un vivo debate, serio y responsable, se alcanzó con la incomparecencia del narcisista y cada vez más ególatra presidente del todavía Reino de España, el cortesano Pedro Sánchez, que con su miserable renuncia a subir a la tribuna de oradores y sus ausencias, despreció y desacreditó a los depositarios de la soberanía popular y, en definitiva, al conjunto del indolente e indiferente pueblo español, demasiado dormido y aletargado ante tanto desatino y desafuero.

El pueblo español, de manera libre y “responsable”, manifestó su supuesta soberanía en las urnas durante los pasados comicios generales festejados. Es por tanto protagonista y autor del sainete escenificado por los actores escogidos. Es lo que tiene sustituir la soberanía nacional por la soberanía popular. A partir de ahí, los socialistas, saltándose el guión de su programa electoral, introducen elementos y discursos no anunciados o, lo que es peor, que contradicen lo que en su día se advirtió que no sucedería con la cuestión catalana. Y el pueblo calla, luego otorga, consiente, tampoco desmiente, a quienes han profanado con su postura el compromiso adquirido ante sus compatriotas –ciudadanos en el argot parlamentario-.

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Esto se venía venir, puesto que ya hubo un primer acto de este vaudeville con razón de la constitución de las Cortes Generales. Aquellos juramentos, aquellos pronunciamientos pintureros, jactanciosos y tan creativos como imaginativos, dejaban entrever lo que estaba por llegar, preludio de los actos centrales de la actual legislatura. Salvo por Snoopy, se prometió por todo. Qué estupideces tuvimos que escuchar aquel día “memorable”. Jamás se había alcanzado ese nivel. El Club de la Comedia se queda pequeño al lado de esta charlotada encarnada por nuestros próceres patrios.

Y lo peor está por desarrollarse, pero que ya se ha iniciado. La investidura del bello don Pedro como señor de la Moncloa, autentica marioneta del beatle de Waterloo, Carlos Montedemonte –en castellano-, Carles Puigdemont –en catalán-. En valenciano, gallego y vasco no estoy dispuesto a traducirlo, para eso están los pinganillos estrenados. Otra memez supina, ridícula, por tonta, simple y muy cara, caradura como la que tienen los cómicos llegados allende Castilla, nativos de la periferia peninsular e intelectual. Hay que ser menguados para utilizar semejante atrezo que, no se olviden de esta importante circunstancia, pagamos todos los españoles.

Así pues tenemos a los autores morales de la tragicomedia. Un pueblo irresponsable y mojigato en la toma de decisiones y, por otra parte, unos parlamentarios de variado pelaje y procedencia tribal. Ni en un caso, ni en el otro, se debe generalizar a todo el conjunto, pero sí una parte muy importante de él.

Y….la Constitución del 78, tan amada por los constitucionalistas, como odiada por los independentistas, es el telón de fondo de la cuestión sobre la que hoy reflexionamos. La Carta Magna, “modelo” de referencia política a escala planetaria –según algunos sabios-, es causa y efecto del desaguisado, descomedimiento, disparate y entuerto de gravísimo alcance en el que nos situamos hoy. Las grietas de la unidad de nuestra Patria –con mayúscula- han crecido y aumentado. El modelo de estado se resquebraja de manera imparable e impenitente. Este malparido texto es el origen, la génesis del drama que presenciamos. Entonces se entregó a los nacionalistas –independentistas hoy-, las llaves de nuestra unidad nacional. Estaba meridianamente claro que la incontinencia, la exigencia y las apetencias de la anti España llegarían más lejos, solamente faltaba la felonía y la deslealtad, la deshonra y el deshonor de quienes les secundaran en sus propuestas. Un auténtico mercado persa alentado desde la Constitución, pese a sus petulantes, grandilocuentes y pomposos principios esgrimidos, tan pedantes como presuntuosos, por pretenciosos y ostentosos. Pura vanidad y banalidad jurídica escrita con forma de Ley de leyes.

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Pero hoy voy a ir más lejos y señalaré como principales inductores de este texto, no ya a los llamados “Padres de la Constitución” –de los que ya les hablaré, sino de quienes ostentaban las máximas responsabilidades del entonces Reino de España. Me refiero claramente a dos perjuros, a dos figuras tan relevantes como don Juan Carlos de Borbón y, su chico de los recados, don Adolfo Suárez, artífice de la transición que inició la deriva a la que hoy nos enfrentamos. El uno y el otro también son valedores de la primera grieta de la unidad territorial de nuestra Patria –con mayúscula-. Impulsaron el Estado regional o de las autonomías, dando alas a las mal llamadas comunidades históricas, generando graves desequilibrios y desigualdades regionales en consecuencia. A ellos yo acuso.

El origen del Mal. Segunda parte. Por José María Nieto Vigil

Autor

Jose Maria Nieto Vigil
Jose Maria Nieto Vigil
Historiador, profesor y periodista. Doctor en Filosofía y Letras. Licenciado en Filosofía y Letras, en las especialidades de Historia Antigua e Historia Medieval. Diplomado en Magisterio con Estudios superiores de Teología y Egiptología. Profesor del Colegio Maristas Castilla de Palencia con más de 20 años de experiencia, ha trabajado como profesor en las Fuerzas Armadas Españolas y en la UNED. Presidente provincial de Federación de Sindicatos Independientes de Enseñanza (FSIE) y presidente del Comité de Empresa del Colegio Marista.
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Geppetto

El origen del mal se llama Constitucion de 1978
El resto son consecuencias

Daniel Antonio Jaimen Navarrete

El origen del mal es una sociedad atocinada e incapaz de hablar y de escribir un texto coherente con una progresión lógica por más licenciaditos y masterizados que estén; lo que acaba con una confusión total en política y en derecho, en una jaula de grillos aconceptuales, en marujeo y charos mediáticas y sin un ideario e ideal que llevarse a la boca y que pueda articular y proponer soluciones o analizar problemas públicos. Más filosofía filosofía de la buena, más ideas, más idearios, más ideales, más decencia conceptual y una nueva y radical reformulación del derecho para acabar de rematar con un tiro de gracia de una vez por todas todas esas pseudociencias del derecho que son las ideologías y, peor aún, en el caso de los partidos políticos, una series de dispositivos simbólicos hueros para producir actos reflejos de masas y falsos psicodramas colectivos en torno a ellos. El folleto a todo color del 78 para vendernos el chistema globalista lleva en su jeta la cicatriz purulenta de la estupidez leguleya y de las pomposas juristillas salidas de facus de mierda y otras modistillas. España hiede y la rebelión de las masas lo ha chusmizado todo, como ya alegorizaba Buñuel en Viridiana. Mucho imbécil resentido pero sindicalizado es lo que hay, apoderándose de los resortes del Estado al que se han encaramado.

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