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La elección completamente autónoma y contracorriente de Giorgia Meloni de oponerse al gobierno de Draghi ha provocado dos reacciones opuestas: cada día crece exponencialmente el aprecio de los ciudadanos italianos por la valentía y la coherencia de la líder de Fratelli d ‘Italia que, en el primer lugar de su acción, ha sido fidelidad al mandato electoral; pero también crece el enfado de la izquierda, preocupada por las consecuencias electorales de la decisión de la derecha de decir, en soledad, no a un gobierno que se parece mucho a la “Armada Brancaleone”.
Todas las encuestas dicen lo mismo: Fratelli d’Italia está ahora a punto de convertirse en el segundo partido italiano, no muy lejos de los «poscomunistas» del Partido democratico que no deja de caer en la aprobación popular. El Movimiento 5 Estrellas se hunde. Renzi está desapareciendo. Forza Italia recupera algunos votos de los muchos que ha perdido en los últimos años. Y la Lega se fortalece.
En resumen, el panorama político italiano se está rediseñando. Por otro lado, el gobierno de Draghi nació sobre todo del fracaso de la política de izquierda que, con Conte, gobernó Italia durante el trágico período de la pandemia y mostró toda su incapacidad. Hemos tenido (y todavía tenemos) ministros, como el responsable de Exterior, Di Maio, que escribió en su propio curriculum se presentó como “auxiliar de servicios en campo de futbol” (vendía refrescos, helados, café y agua mineral) o DJ (como el Ministro de Justicia, Bonafede). ¿Cómo pudieron haber enfrentado eficazmente una epidemia como la de Covid 19?
En efecto, Draghi, un economista conocido en todo el mundo, fue llamado a hacer lo que otros no han sido capaces de hacer. Pero Draghi no es el Padre Pio, no hará milagros, no podrá hacerlos, aunque sea apoyado por Bergoglio.
Draghi está a la cabeza de un «rejunte», es decir, de una coalición parlamentaria en la que hay de todo y todo lo contrario: está la extrema izquierda de Leu (Liberi e Uguali) que aún agita los dogmas colectivistas de los más rancios del marxismo-leninismo; está el partido de los progresistas pequeño-burgués formado por excomunistas históricos, ex-demócratas cristianos de izquierda y nostálgicos de Romano Prodi, el católico que besaba el crucifijo los domingos y la hoz y el martillo los lunes; queda lo que queda del antiguo Partido Radical de Marco Pannella y que hoy es el apologista más fanático de la Europa globalista; está Renzi y su pequeño partido (Italia Viva) que está tratando de ganar espacio dentro de la izquierda moderada vinculada al mundo de las finanzas italianas e internacionales.
Y, en el frente de centro derecha, están Berlusconi con lo que queda de Forza Italia, un partido neoliberal-liberal-libertario en agonía, y Salvini con la Lega que en pocas horas descubrió que es mejor estar a favor de esta Europa globalista en lugar de quedarse para defender los intereses italianos en nombre de la soberanía y la identidad nacional.
En resumen, hay de todo y su contrario. Es un gobierno que tiene un fuerte impronta occidental y globalista. Y punto.
No es casual que, en las declaraciones programáticas ante el Parlamento, Draghi dijera literalmente: “Este gobierno significa compartir la irreversibilidad del euro”. Y también: “Los estados nación siguen siendo el referente de nuestros ciudadanos, pero en los ámbitos definidos por su debilidad ceden soberanía nacional para adquirir soberanía compartida”. En definitiva, el euro y la soberanía europea son los cimientos de este gobierno. Meloni entendió esto de inmediato y dijo: Yo no estoy allí. Salvini no lo entendió o fingió no entender, se tragó el sapo, de hecho, dos sapos, y se adaptó.
Pero también hicieron lo mismo en la izquierda: pensemos en la extrema izquierda, obrerista y marxista-leninista. Ahora se sentará a la mesa con los grandes banqueros y el gran capital. ¿Cómo gobernará Draghi con este ejército de Brancaleone?
Las medidas que tomará, especialmente las económicas, serán de tipo neoliberal, agradarán a las grandes empresas, pero decepcionarán a las pequeñas y medianas.
El Movimiento 5 Estrellas nació en una situación social caótica como la de hoy y captó el descontento hacia el gobierno entonces liderado por otro neoliberal, Monti, también representado en su momento como el Salvador de la Patria en peligro, recogiendo la desconfianza de los ciudadanos hacia el colapso del sistema de partidos. Ahora para los amigos de Grillo esto ya no será posible: se han convertido en una de las causas de la crisis italiana, y no su efecto. Por lo tanto…
En cambio, para Giorgia Meloni y Fratelli d’Italia, se abre un gran campo de consenso electoral, determinado por todos aquellos que estarán descontentos con las decisiones de Draghi y su gobierno. Pero Salvini también podrá ganar votos en nombre de la anti izquierda. Otro papel fundamental también estará reservado a la derecha, el de apuntar alto con respecto a la actuación de Draghi. El nuevo gobierno italiano se ocupará de la pandemia, mascarillas, vacunas, indemnización a empresas en crisis, y la apertura y el cierre del territorio nacional para prevenir los contagios.
Pero, ¿Quién se ocupará, al menos a nivel de propuestas, de reformar las instituciones italianas caducas y de la política hecha, cada vez más por incapaces? ¿Quién luchará por cambiar radicalmente la forma de gobernar la “Bota”, dando voz a los sectores que la partidocracia ha olvidado, devolviendo la competencia “dentro” del ámbito del poder, donde se toman las decisiones que conciernen a la comunidad nacional? ¿Quién puede hacerlo sino el partido heredero de una derecha que siempre ha tenido en la cultura corporativa, sus raíces ideales, civiles y sociales?
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