El siglo XVIII era aún muy joven. Las lluvias de aquel año de 1.719, habían arreciado sobre Ávila. La falta de una adecuada red de alcantarillado agudizó la situación en la ciudad. Especialmente sus zonas bajas mostraban un aspecto empantanado, y algunos lugares fueron cubiertos por las aguas. Desde hacía ya casi dos siglos, el convento de San Antonio se asentaba en el noreste de la ciudad, en una zona en la que lo hundido de su geografía favorecía que el agua se fuera almacenando en aquellos parajes, llegando a anegarlos por completo. La iglesia del convento presentaba un panorama desolador. Su nave estaba de tal modo encharcada que, hasta los altares fueron inundados por el temporal que no cesaba. De igual modo las distintas dependencias conventuales llegaron a ser más que silenciosos habitáculos, borrascosas acequias embarradas, productoras de susurros amenazadores para las vidas de los frailes que en su interior moraban.
Los hábitos de Fray Luis de San José que se había visto forzado a salir hasta una de las puertas, hoy inexistente, iban dejando una estela en las aguas encenagadas, según regresaba el lego al convento. Todo ocurrió en un instante. Los pies cedieron en lo viscoso del suelo. Una corriente de agua cubrió el cuerpo del frailecillo. En su rostro crispado nació el gesto de la angustiosa asfixia. En su alma surgió el recuerdo de la Virgen María a la que en tantas ocasiones había dirigido sus oraciones. En la vorágine de las aguas enlodadas y los cielos plomizos hizo su aparición un resplandor limpio, claro y luminoso. Un resplandor desde cuyo centro, Nuestra Señora en silencio, miraba al maltrecho lego. Miedo, zozobra, pesadumbre y congoja se vieron trocados en seguridad, bienestar, alegría y paz. El milagro se había realizado.
Quiso Fray Luis inmortalizar la imagen, que ante él se había aparecido, encomendando su reproducción a un pintor. Salvador Galván habría de ser el artista que plasmara el cuadro. El lienzo permitiría a las generaciones venideras contemplar las formas a las que se sujetaba la visión que el lego tuvo de la Virgen. Virgen de la Portería se denominó, porque durante varios años estuvo en ese lugar del convento el cuadro.
Pero la gran devoción que el pueblo de Ávila dirigió a esta advocación de la Santísima Virgen María, las constantes visitas y la legión de fieles devotos, obligaron a la construcción de una capilla de estilo barroco que todavía hoy se conserva en el convento de San Antonio. Capilla que concluida el año 1731, nos permite a todos ver sobre su altar mayor el cuadro que, obedeciendo a las descripciones hechas por Fray Luis de San José, realizara Salvador Galván. Cuadro que observándolo nos lleva a adentrarnos en las lejanías del tiempo y en el gigantesco y gozoso misterio cuyas puertas nos abre a los cristianos, la amorosa contemplación de la Virgen María.
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