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A mediados de la década de los sesenta, la economía española crecía a ritmo de vértigo y el consumo se había desbocado.
Aquel viernes por la mañana, el titular de Hacienda, Juan José Espinosa San Martín, se presentó en el Consejo de Ministros con la nueva moneda de plata de cien pesetas recién acuñada por la Fábrica Nacional.
En primer lugar, se la mostró a Franco, que la examinó minuciosamente por el anverso, el canto y el reverso, y luego fue pasando de mano en mano a lo largo de la mesa del Consejo de Ministros: Agustín Muñoz Grandes, Camilo Alonso Vega, Luis Carrero Blanco, Antonio María de Oriol, José Solís, Manuel Fraga, Laureano López Rodó, Gregorio López Bravo…hasta que al volver de nuevo al Ministro de Hacienda se había convertido por arte de birlibirloque en una moneda de cincuenta pesetas, desatando las risas de todos los miembros del Gobierno, incluido el propio Franco.
Fernando María Castiella, el Ministro de Asuntos Exteriores, fue el autor de la humorada.
Y también de aquella «devaluación» de la peseta tan abrupta como inesperada.
La verdad es que la situación del país invitaba al optimismo, por no decir a la euforia.
Se respiraba dinero.
Y los españoles compraban compulsivamente: pisos, coches, tocadiscos, neveras, lavadoras…
Pero eso también entrañaba un riesgo: morir de éxito.
Cuando la demanda supera la oferta, los precios se disparan.
Lo que se buscaba con la emisión de aquellas monedas, al poseer un elevado componente de plata, era que los ciudadanos las tuviesen a buen recaudo, que no circularan, a fin de paliar la inflación.
Durante aquel decenio, la sociedad española experimentó un cambio radical.
Estrenaron vivienda cinco millones de familias, se instalaron el 60 por ciento de los teléfonos existentes, se construyeron el 85 por ciento de los automóviles que transitaban nuestras carreteras, recibimos la visita de más de veinte millones de turistas, se crearon infinidad de escuelas y universidades, se produjo un éxodo masivo del campo a la ciudad y se duplicó la renta nacional.
En resumidas cuentas, en España emergió una nueva clase social…
El invierno de 1971, en plena Guerra Fría, el presidente Richard Nixon envió en misión secreta al General Vernon Walters a entrevistarse con Franco.
El objetivo de la visita era averiguar si habría estabilidad en nuestro país tras la muerte del Generalísimo o por el contrario se abriría un período convulso en España.
La administración norteamericana deseaba a toda costa una península ibérica sin sobresaltos para conjurar la amenaza de una infiltración soviética en el sur de Europa.
El robusto General Vernon Walters era políglota y ya había estado en nuestro país acompañando a Eisenhower en Diciembre del 59 cuando el «Amigo Americano» se dio un baño de masas recorriendo las principales arterias de la capital en un Mercedes descapotable junto a Franco, solo unos meses después de que las Cortes aprobaran el Plan de Estabilización que significó un punto de inflexión en la Historia de España.
La entrevista entre Walters y Franco se celebró el 24 de Febrero en el palacio de El Pardo a las cinco de la tarde.
Cuando ambos estuvieron cara a cara, en pie, el que un año después sería nombrado director adjunto de la CIA le entregó una misiva a Franco en la que justificaba su presencia en nuestro país.
El Caudillo, que ya tenía una edad provecta y la salud frágil, tras leer la carta, con un hilo de voz, fue al grano:
– Lo que le interesa realmente a su presidente es lo que acontecerá en España después de mi muerte. Siéntese. Se lo voy a decir…Yo he creado ciertas instituciones. Nadie piensa que funcionaran. El príncipe será Rey porque no hay alternativa. España irá lejos en el camino que desean ustedes, los ingleses y los franceses: democracia, pornografía, droga, qué sé yo. Habrá grandes locuras pero ninguna de ellas será fatal para España.
– Pero, mi General…¿cómo puede usted estar tan seguro?
– Porque yo voy a dejar algo que no encontré al asumir la Jefatura del Estado hace cuarenta años: la clase media. Diga a su presidente que confíe en el buen sentido del pueblo español. No habrá otra guerra civil.
Sus palabras resultaron proféticas…
Cuando aquel viernes por la noche, poco antes de la hora de la cena, mi padre regresó a casa del Consejo de Ministros fatigado, nosotros estábamos sentados en el sofá del cuarto de estar viendo una película de dibujos animados; dejó caer la gruesa cartera negra sobre la alfombra, dio un beso a mi madre y luego nos mostró ufano la flamante moneda de plata de cien pesetas que con el paso del tiempo sería conocida en la jerga popular como «Paquillo».
O tempora o mores…
Miguel Espinosa García de Oteyza. Escritor.
Autor del libro «Mi tío robó los diarios de Azaña y otras historias familiares».
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