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Don Gerónimo Valdés nació en la aldea de Villarín parroquia de San Andrés de Veigas concejo de Somiedo, en Asturias, en el día 4 de mayo de 1784. Fueron sus padres Don Francisco Valdés y Doña Antonia Sierra. Dedicado al estudio de las letras, cursó latín y filosofía en el colegio Seminario de Lugo, del que era rector un tío suyo, pasando después a la ciudad de Oviedo a estudiar en su universidad literaria los derechos civil y canónico. Después de cursar siete años en dicha universidad y obtuvo los grados de bachiller en ambos derechos, con notas de sobresaliente tanto en estos ejercicios como en las pruebas de curso.  Con motivo del alzamiento nacional de 1808, llevado del justo entusiasmo que animaba entonces a la juventud, abandonó los libros y empuñando las armas, se fue a defender a su Patria contra la más impía de las invasiones. Las sobresalientes notas de concepto que había merecido en la universidad literaria, su elevada categoría escolar, pues había ya obtenido algunos grados académicos,  y se hallaba próximo a terminar la carrera de la jurisprudencia; la energía con que se decidió por la santa causa de sus reyes y de su patria, y la influencia que en la Junta soberana del Principado ejercían los catedráticos a cuyas lecciones había asistido, se le concedió el empleo de Capitán del Regimiento de Cangas de Tineo, el 18 de junio de 1808; que en aquellos días se estaba organizando provisionalmente y con oficiales en comisión. De esta manera empezó su carrera militar y en 1825  contaba ya doce campañas, cuatro de ellas en la Península y ocho en América a las que tenemos que agregar la que hizo posteriormente en defensa de la Reina.

Año 1808

Al recibir el título de Capitán en 1808, trató de incorporarse a su compañía que se hallaba en la ciudad de León, en marcha para unirse al ejército que fue batido en Rioseco al día siguiente de haberse incorporado a él. Enteradas las autoridades de León de esta circunstancia y por las noticias que circulaban de que los franceses se dirigían sobre aquel punto para retirarse a los parajes que les parecían más seguros, pasó con el Regimiento  de Cangas de Tineo al pueblo de Torre Barrio con la orden de permanecer allí hasta nueva disposición y con objeto de cubrir las entradas que por el puerto de la Mesa tienen divide Castilla y Asturias; a los ocho días fue trasladado el Regimiento con igual objeto a Leitariegos, acantonándose en este punto cuatro compañías a las órdenes del coronel, y las restantes en Orallo al mando de Valdés, de cuyo pueblo marchó a practicar un reconocimiento sobre León que ejecutó con rapidez, acierto y muy a satisfacción del jefe de la línea que le confió la expresada comisión, regresando a Orallo, volvió a ponerse al frente de las referidas compañías. En las indicadas posiciones permaneció con su Regimiento hasta el mes de septiembre en que recibió la orden de ponerse en marcha hacia Vizcaya para unirse al ejército de Galicia mandado por el General Blake.

Se incorporó en Orduña al ejército y tomó parte en la acción de Valmaseda, que tuvo lugar el día 5 de noviembre y en la cual fue destinado con dos compañías a cubrir la altura que domina el puente por donde tenía que desfilar gran parte del ejército; la cual sostuvo a pesar de haber sido atacado no por fuerzas iguales sino superiores en número, hasta haber pasado el último hombre; continuando en seguida toda aquella noche cubriendo la retaguardia del ejército con la expresada fuerza. Los días 10 y 11 de noviembre tomó parte en la batalla de Espinosa de los Monteros que duró dos días. En la retirada que su Regimiento hizo por la montaña de Santander cubriendo la retaguardia de las tropas que seguían aquella dirección, y habiendo sido alcanzado en Comillas por una columna francesa que las perseguía, les hizo bastante pérdida en muertos y heridos, sin haber tenido por su parte más que cuatro muertos y cinco heridos. En San Vicente de la Barquera, el 19 de junio, cubriendo con su compañía el puente del mismo nombre que fue disputado con encarnizamiento y mucha sangre, hasta que al fin desalojadas las tropas españolas, por la artillería enemiga, de la que aquellas carecían fueron perseguidas activa y tenazmente por la caballería hasta el río Nansa; a cuya orilla los dispersos se libraron de la persecución, ocultándose por los bosques y por los barrancos, en muy pequeño número, entre ellos Valdés lanzándose en el río le pasaron con el agua hasta el cuello, siguiendo después por la costa de Asturias hasta la villa de Colunga en donde reforzadas por algunas tropas que mandaba la Junta del Principado a las órdenes del general Ballesteros para contener a los enemigos por aquella parte, volvieron a tomar la ofensiva nuestras tropas, desalojando a las enemigas de la villa de Llanes, a donde se habían adelantado haciéndolas repasar el río Deva, que Ballesteros tomó por línea de  defensa y que se sostuvo hasta la primavera siguiente.

 

Año 1809

En el año 1809 estuvo en la línea de Columbres tomando parte en las academias, maniobras, ejercicios y escaramuzas con que el general Ballesteros procuró aleccionar la división asturiana de que formaba parte el Regimiento de Cangas. En la acción de Molleda, que tuvo lugar el 18 de febrero, en las Barcas de Unquera que fueron precedidas de un movimiento general de toda la línea y que dieron por resultado arrojar a los franceses más allá de San Vicente de la Barquera; en Peña Castillo; en el Puente de Santa Lucía: en Cabezón de la Sal el 26 de agosto; en la batalla de Medina del Campo el 23 de noviembre, y en la de Alba de Tormes el 29 de dicho mes y año, ejerció en ambas el cargo de ayudante de órdenes del jefe de la Brigada para que fue elegido el día antes de la primera. En la retirada a las inmediaciones de Ciudad Rodrigo donde permaneció algunos días, pasando después a acantonarse en varios pueblos de la Sierra de Gata, desde donde pasó al pueblo de Espeja en Castilla a custodiar los hospitales y observar los movimientos de los enemigos por aquella parte, se le encargó además de dirigir sobre la Sierra de Gata los convoyes de víveres que le enviaban los comisionados en Castilla para su requisición, cuyo triple encargo desempeñó a satisfacción  de su General.

Año 1810

En el mes de marzo de 1810 fue nombrado ayudante de campo del Excmo. Sr. D. Francisco Ballesteros, ejerciendo este empleo hasta el mes de julio de 1812, en cuyo intermedio tomó parte en las acciones de guerra siguientes: en la de Ronquillo el 26 de marzo de 1810; en la de Aracena el 26 de mayo del mismo año; en la batalla de Canta el Gallo el 12 de agosto y en el Castillo de las Guardias  el 17 de diciembre.

Año 1811

El día 1 de enero de 1811 tomó parte en la de Guadalcanal; en la de la Calera el 4 del mismo mes; en la batalla de Castillejos el 25 del mismo mes, por la que fue declarado benemérito de la Patria; en la sorpresa de Fregeneal de la Sierra; en otras dos sobre el Río Tinto; en la acción de Villalta contra un cuerpo de caballería; en la sorpresa de la Palma; en el ataque del Fregenal  el 13 de abril; en Jerez de los Caballeros el 14 del mismo; en la batalla e Albuera el 16 de mayo, por la que obtuvo el grado de teniente coronel y fue por segunda vez declarado benemérito de la Patria; en el Cerro el 26 de junio; en la retirada de Trigueros el 5 de julio, y en la acción de Jimena el 5 de septiembre. El 26 de septiembre fue nombrado para mandar un destacamento de 200 infantes y el Regimiento de Dragones de Madrid, y destinado a la Hoya de Málaga, que se hallaba ocupada por los enemigos, con el encargo de recoger dispersos, desertores y víveres para la subsistencia de las tropas, desempeñando esta difícil comisión a satisfacción del General; extendiendo sus correrías  hasta las cabeceras  de Vélez Málaga, en medio de una gran porción de guarniciones enemigas, hostilizado de varias partidas sueltas, y obligando a encerrarse  en los puntos fuertes a la columna volante enemiga de Málaga, aunque superior en fuerza, después de haberla batido y derrotado por tres veces en Junquera, Monda y Coín. En noviembre del propio año fue encargado del mando e instrucción del segundo Batallón Provincial de la Sierra. En 9 de diciembre realizó un desembarco con 600 hombres de dicho cuerpo en la retaguardia del enemigo, cuando ocupaba  el Campo de Gibraltar, a pesar de la vigorosa resistencia  que opuso. Desempeñó a consecuencia el importante encargo que se le había confiado de interceptación de correos y convoyes, e impedir la comunicación; contribuyendo así en gran manera a la pronta evacuación del Campo, que en efecto se realizó.

Año 1812

En el año 1812 mandó los mismos 600 hombres en la acción de Puerto Ojen y todo el Batallón en una expedición sobre la plaza de Ronda, mandada por el Brigadier D. Pedro Cortés, Subinspector del Ejército, cuyo objeto era llamar la atención del enemigo que sitiaba la de Tarifa. Terminada esta campaña, pasó con el cuerpo de su mando a la plaza de Ceuta, de guarnición, hasta que habiendo recibido nueva organización los Batallones primero y segundo de la Sierra, fue nombrado primer Sargento Mayor de instrucción del Regimiento de Castropol; y en esta clase tomó parte en la acción del Campillo el 23 de abril y en la del Burgo el 29 del mismo mes; en la acción y entrada en la ciudad de Málaga, y en la sorpresa de Osuna ocurridas el 14 y 24 de julio. Se halló también en las acciones de Antequera y de Alendin ocurridas en la retirada de los franceses de Andalucía.

Desempeñó además con la mayor energía varias comisiones que le confió el Excmo. Sr. General en Jefe, como Oficial de la mayor confianza, a saber: la observación de los enemigos en sus marchas y contramarchas; la Comandancia General de avanzadas y otras de interés, manifestando en todas sus conocimientos militares, su constancia y adhesión a la buena causa, y su gran delicadeza; habiendo merecido por ellas mayor aprecio. Retirados los franceses  de Andalucía, fue destinado con su Regimiento a la ciudad de Córdoba, de donde pasó a la Mancha; allí sostuvo algunas escaramuzas con las tropas avanzadas de los enemigos. El 21 de diciembre de este año se le confirió el empleo de Teniente Coronel efectivo.

Año 1815

El 15 de julio de 1815 fue nombrado segundo Ayudante General del Estado Mayor General de los Ejércitos, encargándosele al propio tiempo del destino de jefe de E.M. de la columna de Granaderos de Castilla, que con motivo de la salida de Napoleón de la isla de Elva y de su entrada en París se estaba organizando en Salamanca; lo cual desempeñó hasta la disolución de la expresada columna.

En una extensa y curiosa memoria biográfica que se ha publicado de este General se insertan las dos anécdotas siguientes que copiamos porque dan una idea de la viveza y decisión de su carácter.

1ª.- “El último de los cinco años que estuvo en Lugo con su tío, en cierta ocasión hubo éste de reprenderlo o amenazarlo con algún castigo por alguna travesura. A la noche inmediata se fugó del colegio y se dirigió a la Coruña, rumbo que calculó más seguro, por ser opuesto al que conducía a Asturias, dado caso, como sucedió, salieran en su busca. Tenía entonces 16 años. Su dinero consistía en dos pesos fuertes que se le concluyeron al llegar a Betanzos, distante tres leguas de la Coruña, en cuya ciudad no contaba con más recursos que en Betanzos. La misma tarde había llegado a este punto un Regimiento de Infantería, cuyo nombre es sensible se haya olvidado, el cual debía continuar su marcha al día siguiente a la plaza de la Coruña. Pareció esta buena ocasión al colegial viajero para hacer fortuna sentando plaza de soldado, como lo verificó, recibiendo tres duros de enganche. Se le tomó por de  pronto su media filiación, comió el rancho y durmió en el cuartel; pero ni la cama que tuvo esa noche, ni la comida, habían sido muy a propósito para aficionar a su nueva profesión al joven militar, el cual por otra parte creía que con sus tres pesos tenía caudal suficiente  para emprenderlo todo. Así que al amanecer se salió del cuartel, y se marchó a la Coruña donde llegó tres horas antes que el regimiento. Entró este en aquella plaza, y calculando entonces e recluta que de permanecer en ella se exponía a ser preso y tratado como desertor, partió sin pérdida de momentos para la ciudad de Santiago, en cuya universidad tenía un hermano estudiando derecho, el cual después pasó en su compañía a continuar los estudios en la de Oviedo. A los dos días se presentó en la posada de su hermano, quien sabía ya la fuga que había hecho del colegio.

Descansó allí corto tiempo, y habilitado por aquel con dinero y demás que pudiera necesitar se puso en marcha para casa de sus padres, por haber opuesto una resistencia invencible a volver al colegio temeroso del castigo. Permaneció en la casa paterna unos quince días, pasados los cuales su mismo padre le condujo al colegio para servirle de mediador, con cuya precisa condición se prestó a presentarse, porque su padre que mejor que nadie conocía el genio y modo de manejar a su hijo, no creyó conveniente oponerle dificultades. Llegó al fin al colegio, y con una dulce y suave amonestación quedó reinstalado en él hasta que terminado el curso, que era el último de filosofía, pasó a Oviedo a estudiar leyes”.

 

2ª.- “Los cuatro primeros años de estudio en la universidad los pasó en compañía de su hermano, pero éste concluyó la carrera y D. Gerónimo siguió en ella el quinto año. Con este motivo le confió su padre una cantidad para que la entregase a cierta persona de la capital. Nunca había jugado Valdés, e inducido por otros jóvenes lo hizo por primera vez  quedando sin un maravedí suyo ni ajeno a los pocos días de llegar a Oviedo. Tres meses pasaron sin resultado y sin tomar resolución alguna, hasta que una tarde yendo para la cátedra, se halló inesperadamente con su padre que se estaba apeando a la puerta de la casa donde vivía. Se puede inferir cual sería la situación del intrépido jugador con semejante visita bastante para hacerle recelar que si su padre no sabía ya lo ocurrido, debería saberlo luego inevitablemente. Es de advertir que dicho su padre tenía un carácter circunspecto, un exterior serio  y grave con su familia; pero en cambio estaba dotado de una gran capacidad y talento naturales aunque sin estudios; y que en fuerza de su severa moralidad abominaba el juego y los jugadores contra los cuales  le habían oído muchas veces declamar. Después de los saludos y cumplimientos propios del caso le preguntó su padre si iba a la cátedra, y contestándole que sí, le repuso que no fuese por aquella tarde, previniéndole que le sirviesen de comer, pues aún no lo había verificado; le acompañó a la mesa y la conversación giró en tanto sobre materias indiferentes. Es seguida le manifestó su padre deseos de pasear por las inmediaciones de la ciudad y así lo hicieron, hablando de cosas generales, hasta que habiendo llegado a cierta distancia, de repente, y como cosa impensada, y que en aquel momento le había ocurrido le dijo: “No me has avisado de haber satisfecho el dinero que te encargué entregases a D. F. de T.” la contestación de su hijo fue La fijar la vista en tierra y guardar un profundo silencio, sin levantar los ojos a ver la cara de su padre. Éste por su parte también quedó en silencio por cosa de un momento, y acto continuo con ademán cariñoso y un tono de voz más dulce y tierno que jamás acostumbró, prorrumpió las siguientes palabras: Ya lo sé todo, pero nada importa: solo tengo el sentimiento de que no me lo hayas comunicado con oportunidad para no caer en falta con el acreedor”. Y tomando entonces a su hijo por la mano, añadió conmovido de ternura: “Otra vez hijo mío, cuando te suceda alguna desgracia, que nade lo sepa primero que tu padre, ¿a qué otro amigo, a quien más interesado que él puedes en el mundo acudir, hallándote en algún conflicto?”. Enseguida, como si nada hubiera pasado, toma un aire festivo y continúa el paseo hablando como antes de objetos indiferentes y jamás después recordó el suceso ni hizo acerca de él la más mínima alusión. Este rasgo de talento, de bondad y de amor paternal no fue perdido: la sensación que hizo en el alma tierna de su hijo fue tan profunda que nosotros le hemos oído recordar aquella escena derramando lágrimas de amor y agradecimiento.

 

En la expresada memoria biográfica se refiere a un suceso que tuvo lugar en la citada marcha y que demostrando el prestigio que tenía entre la tropa el capitán Valdés, creemos oportuno copiar a continuación, tal cual en aquella obra se refiere. Dice así:

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       “Al pasar por Ávila se dio al cuerpo un nuevo coronel, el cual al tomar posesión del mando hizo en la orden del cuerpo varias prevenciones sobre disciplina, y la resolución que tenía de sostenerla a toda costa, las cuales recibió la tropa con prevención desfavorable, sin duda por haber sido dictadas por un jefe que no había nacido en España: sin embargo, ningún síntoma alarmante se notó por lo pronto; más al salir de Avilés, dos días después para trasladarse a Gijón, tan luego como el regimiento llegó al punto en que se separa el camino que conduce a éste, del que va a Oviedo, los soldados todos sin ninguna excepción manifestaron resueltamente su intención de dirigirse a la capital, con objeto de pedir a la Junta la separación del Coronela quien sin embargo respetaron. Éste después de haber hecho los mayores esfuerzos en unión de los oficiales para disuadir a la tropa de llevar adelante su desobediencia, les manifestó que él con los oficiales y la bandera se dirigiría a Gijón como le estaba prevenido, a lo que contestaron los amotinados, que el coronel y los oficiales podían dirigirse adonde bien les pareciese; pero de ninguna manera permitirían dejarse llevar la bandera que debía acompañarles, para que nunca se dijese que eran desertores. ¡Así entendían aquellos bisoños soldados  la disciplina y los deberes militares! Se hizo pues la separación emprendiendo la tropa la marcha dirección a Oviedo que ella misma había elegido, continuando la suya por el camino de Gijón, el coronel y los demás jefes y oficiales. Un cuarto de hora habían andado éstos cuando al coronel le ocurrió lo inconveniente que era que la tropa marchase sin un solo oficial y dispuso por lo tanto después de haber conferenciado con sus oficiales, y por unánime acuerdo con ellos, que el capitán Valdés marchase a ponerse a la cabeza del regimiento y lo condujese a presencia de la Junta por ser el de más influencia y prestigio en el cuerpo; y que por lo tanto era el que más fácilmente se podía hacer obedecer y respetar.

       Por esto se ve que apenas entrado en la carrera de las armas, principió a dar pruebas de que su cabeza abrigaba gérmenes de dotes sobresalientes para el mando, algún día debían fructificar. Valdés condujo el regimiento hasta Oviedo, sin que hubiera en toda la marcha ocurrido el más pequeño e insignificante desorden; y mandándole hacer alto en las inmediaciones de la ciudad, se adelantó a dar parte de lo ocurrido a la Junta y al comandante general. Enterado éste de la ocurrencia referida, dispuso que el regimiento se alojase  y esperase órdenes sobre lo que tenía que hacer: se previno al coronel y demás oficiales, que se trasladasen a Oviedo a unirse al cuerpo, y a éste se le mandó formar al día siguiente para pasarle revista, como se verificó, habiendo sido arengada y reprendida la tropa por su falta, la cual manifestó  desde luego su obediencia y sumisión, sin que hubiese tenido ulteriores consecuencias aquel hecho, más sin embargo, el presidente de la Junta no creyó conveniente ni prudente que el coronel continuase a la cabeza del cuerpo.” 

Año 1816

El 8 de mayo de 1816 se embarca en Cádiz en dirección al Perú, pasó el Cabo de Hornos y desembarcó en el puerto de Arica a los cuatro meses justos de navegación, es decir el 8 de septiembre, y se incorporó en el ejército sin la menor demora, pasando para hacerlo la penosísima y tan famosa cordillera de los Andes, en la que los europeos, especialmente los recién llegados al país, tantas penalidades y trabajos experimentan.

Al recibir el mando el General La Serna fue el encargado de plantear en el Estado Mayor General, cuya institución no se conocía aún en aquel país, conservándose la antigua o de ordenanza de los Mayores Generales. No dejó esta circunstancia de causar algún descontento, especialmente de parte de aquellos que debían cesar en sus destinos: pero Valdés, auxiliado eficazmente con la actividad y conocimientos de Latorre y Seoane, logró remover todos los obstáculos que se oponían, quedando desde entonces planteado el cuerpo de Estado Mayor  en aquel Ejército, y cumplimentada por consiguiente la Real Orden que así lo prevenía.

Una vez hecho cargo del Estado Mayor del Ejército al recibir el mando el General Don José de la Serna, se ocupó éste en los preparativos para emprender la campaña que iba a empezar. Exigían éstos un trabajo activo y continuo porque de todo se carecía, para acometer operaciones arriesgadas y muy distantes de la base que se iba a abandonar: caballos, transportes, botiquines, hospitales y subsistencias, todo era necesario proporcionárselo, a pesar de la mucha escasez de medios pecuniarios, en un breve período de tiempo, por exigirlo así las circunstancias apremiantes de la guerra. No vamos a entrar en relaciones minuciosas sobre la parte que le ha tocado en estos trabajos preparatorios, los cuales aunque no tienen la brillantez que acompaña siempre a los hechos de armas, no por eso son menos recomendables, ni dejan de dar una reputación sólida y más apreciable acaso a los que dirigen en el concepto de los inteligentes, que el que producen las batallas, aún las más sangrientas; siempre que aquellos se desempeñan con los conocimientos, laboriosidad y celo que desplegó en esta ocasión, en la que dio una prueba  irrefutable de que si era valiente en el combate, no era menos inteligente y activo sobre el bufete. Este laborioso Jefe de Estado Mayor nada dejó que desear en clase de tal; y su buen desempeño, no solo le captó la benevolencia y aprecio del General Jefe, sino que le dio a conocer con ventaja a todas las clases del Ejército. Valdés no se contentaba con desempeñar los trabajos del bufete, de proporcionar víveres, seguridad y comodidad a la tropa, de vigilar y animar con su presencia la instrucción y disciplina, sino que se hallaba presente, se puede decir, en donde había peligros o se tiraba un tiro contra los enemigos, marchaba siempre a la cabeza de las primeras guerrillas cuando se a avanzaba, y era el último en las retiradas, animando con su ejemplo el valor y el entusiasmo del soldado.  

Era uno de sus primeros cuidados como Jefe de Estado Mayor cuando se llegaba por la tarde al campamento, adelantar sus reconocimientos hasta unas distancias prodigiosas, no solo para proveer a la seguridad de éste durante la noche, sino para que al día siguiente pudiese marchar el Ejército por un terreno ya explorado y reconocido personalmente por el jefe que debía dirigir la marcha ulterior. En una de estas incursiones hizo la sorprendente marcha en el preciso término de veinticuatro horas, entre ida y vuelta, desde Humahuaca a Jujui, un total de 60 leguas, cuya velocidad y no otra cosa le libró de caer en poder de los enemigos, que a no ser por esto hubieran privado al Ejército de un Jefe que le era tan necesario.

Situadas las tropas en Jujui, y destacadas varias Divisiones o Columnas con diferentes objetivos, el Cuartel General se hallaba acosado en todas direcciones por los gauchos, habitantes armados, y con objeto de alejarlos salió una expedición de 200 hombres del Regimiento de Gerona, los cuales atacados por fuerzas muy superiores de la facción de  Guemes, fue necesario que marchase con alguna fuerza y con toda rapidez en su auxilio; con este refuerzo fueron completamente destrozados los enemigos y perseguidos por espacio de tres leguas.

Esto no obstante, la situación del Ejército por aquel tiempo era sumamente crítica sobre Jujui; las fuerzas que operaban fuera retardaban su incorporación, habiéndose alejado las que mandaba el Brigadier Don Pedro Antonio Olañeta que era el mayor número, hasta la ciudad de Nueva Orán; los víveres por otra parte escaseaban hasta el extremo de ofrecerse por una libra de chocolate una onza de oro, y media por un cuartillo de aguardiente; pagándose proporcionalmente los artículos de primera necesidad que a la par de aquellos escaseaban. Para remediar estas penurias, y con el objeto de adquirir noticias de la División de Olañeta de que absolutamente se carecía, el General en Jefe dispuso que saliese una expedición compuesta de 500 infantes y 60 caballos y una pieza de artillería al mando inmediato de Valdés, el cual debía principiar su operación por la sorpresa del caudillo Corte, que tenía su campamento en los bajos de Palpalá; lo que ejecutó tan felizmente esta preliminar operación, que apoderándose de todas las avanzadas enemigas, llegó sin ser sentido hasta tiro de pistola de su campamento. Solo Corte con tres o cuatro de sus más adictos pudo sustraerse a la bravura de los españoles; los demás quedaron muertos en el campo, excepto dos oficiales y 16 hombres que rindieron sus armas; una porción de mulas, caballos, la tienda del mismo caudillo, su equipaje y algún dinero.

Prosiguiendo Valdés el objeto de su movimiento pasó enseguida el río Grande en dirección a Zapla, en donde dispersó otra fuerza enemiga, que independiente de la de Corte se presentó por aquella parte; allí supo que las fuerzas de Olañeta divididas en dos columnas, que marchaba la una por la quebrada de Humahuaca y la otra por el camino de Ormenta, se hallaban próximas al Cuartel General después de haber desempeñado completa su comisión. En este estado se propuso Valdés regresar a Jujui recogiendo antes en los campos más de 500 cabezas de ganado vacuno, artículo que más que de ningún otro se carecía en el Cuartel General. La incorporación de Olañeta y el brillante resultado de la columna mandada por Valdés, privó a los enemigos de su preponderancia por aquella parte y los obligó a retirarse a Salta, distante 18 leguas.

1817

En el año 1817, reunidas todas las Divisiones en Jujui, el General en Jefe se propuso ocupar aquella ciudad y puso al efecto en marcha en aquella dirección las fuerzas que no creyó necesarias para conservar Jujui, en donde dejó sus enfermos y heridos. La marcha fue penosa y muy disputada por los enemigos, especialmente en los puntos de la Caldera y en las inmediaciones de la ciudad; Valdés observó la misma conducta en este período que en los anteriores; y en tal sentido se producen algunas líneas de su hoja de servicios:

 “Se halló en la marcha y entrada de Salta, en los tiroteos de los días 13, 14 y 15 del mismo (abril): en la expedición  sobre Cerrillos y Silleta mandada por él mismo: en 1º de mayo cuando los enemigos atacaron a los forrajeadores, por cuya disposición, acierto y valor no consiguieron ventaja ninguna, y sí mucha pérdida, a pesar de la respetable reunión de fuerzas que habían hecho para la sorpresa: en las acciones de los días 5 y 6 del mismo mes durante la retirada de Salta: en la acción del Comedero junto a Jujui: en la retirada de este punto a Tupiza, en que estuvo siempre encargado de la retaguardia; y por lo mismo se halló en los diarios tiroteos que durante ella ocurrieron hasta situarse el ejército en Mojos, con que concluyó la campaña de que nos ocupamos”.

Valdés obtuvo el empleo de Coronel por despacho del Virrey, que posteriormente fue confirmado por S.M. Al apoderarse el ejército de la ciudad de Salta, el Intendente y demás empleados de Hacienda instigaban al General en Jefe para que se saqueasen las tiendas de los comerciantes, que se hallaban en ella, como se había hecho en épocas anteriores al posesionarse del mismo punto; los soldados por su parte clamaban porque se les diese el saqueo, sin esperar órdenes para principiar la operación; más Valdés impidió uno y otro, empleando toda su energía en salvar aquel hermoso pueblo de los desórdenes y perjuicios que le iban a causar los soldados desbandados, a los que logró conservar en una rigurosa disciplina; aprovechándose al propio tiempo del ascendiente que ya entonces tenía con el General Jefe, para fortificarle en la idea de no permitir el injusto desmán que se solicitaba contra los comerciantes de Salta; cuya medida muy poca o ninguna utilidad debía producir al tesoro público, como había sucedido otras veces, quedándose casi todo su producto entre las manos impuras  de aquellos que con aparente celo saben apoderarse en tiempos de revueltas y de operaciones precipitadas de los intereses públicos. Los habitantes de aquella ciudad que veían en el Jefe del Estado Mayor del Ejército al libertador de sus propiedades, le llenaron de encomios y le dispensaron después una estimación que es más que probable le continúen aún en la actualidad. Los mismos enemigos armados participaron a la par con los habitantes de Salta del agradecimiento; así fue que llegaron a recomendar en la Orden general del Ejército el buen trato al Jefe del Estado Mayor Valdés, si llegaban a hacerlo prisionero, lo que creían muy fácil de conseguir al verle constantemente en los puestos avanzados y de más riesgo. Este rasgo bien haya sido ejecutado por un principio severo de disciplina, bien por el de humanidad  y de justicia, honra sobremanera a la persona que lo ejecutó.

A continuación transcribiremos literalmente lo que refiere Torrente a propósito de la retirada de Jujui a Tupiza .

            “Habiendo pintado en varias ocasiones con los colores más brillantes las acciones distinguidas de toda clase de sujetos que han llegado a nuestra noticia como un tributo de nuestra admiración y aprecio y llevando asimismo el doble objeto de proponerlas como modelos de imitación, faltaríamos a la severa imparcialidad, que es nuestra divisa, si no hiciésemos mención en este lugar de un laudable rasgo de humanidad y valentía de don Gerónimo Valdés durante la retirada que se acaba de referir, en la que ejerció funciones de jefe de estado mayor del ejército. Al llegar al punto llamado de los Alisos de Yala, más debajo de la confluencia del río de León con el de Humahuaca, que es cuando toma el nombre de río Grande de Jujui, se hallaba éste tan caudaloso, por ser aquella la estación de las aguas, que parecía invadeable; pero como fuera necesario que lo cruzasen algunas compañías a costa de cualquier peligro, dio Valdés las órdenes convenientes para esta operación, después de haber tomado todas las precauciones necesarias a fin de que se llevasen a efecto con el menor quebranto posible. La fuerza de la corriente, sin embargo arrebató a uno de los soldados encargados de aquel paso; las tropas que se hallaban en la orilla veían  fríamente a este desgraciado que estaba luchando con la muerte, sin que ninguno se resolviese a prestarle auxilio. Precipitado Valdés por sus ardientes sentimientos de nobleza y generosidad, se arrojó al río, y aunque llegó a asirse al moribundo soldado lejos de poder sacarlo a la orilla, era igualmente arrebatado por aquella corriente, sumergido en ella repetidas veces, y expuesto a ser víctima de la misma grandeza de su alma. Al ver el ejército en tan inminente peligro a su respetable jefe, se lanzaron a aquel furioso elemento varios oficiales y soldados, y formada una cadena con sus brazos, consiguieron salvar tan preciosas vidas. Se conmovieron todos al ver tanta heroicidad de parte de aquel virtuoso guerrero; resonaron largo tiempo en todo el campo cordiales vivas, y aplausos expresivos del más puro entusiasmo; y aquella sublime prueba de filantropía y arrojo, fue sin duda una de las causas que más contribuyeron a granjearle  el mágico ascendiente que tuvo en lo sucesivo, sobre cuantos empuñaron las armas para sostener los reales derechos”. (Historia de la Revolución Hispano Americana, tomo II. P. 303).

Año 1818

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En el año 1818, situado el Ejército en los mismos cantones que había dejado a últimos del año anterior, sus Jefes se ocuparon en organizarle, aumentarle, instruirle y disciplinarle; sin perjuicio de tener constantemente destacadas diferentes expediciones  o columnas por su frente, flancos y retaguardia, con el objeto de pacificar el país, de alejar a los enemigos, y de quitarles recursos de caballos, mulas y ganado, de cuyos artículos había escasez en los cantones que ocupaba Valdés como Jefe de Estado Mayor primero y después como Subinspector de Infantería y Caballería del Ejército, por haber llegado a aquellos países el Brigadier Don José Canterac; Valdés tuvo una parte muy activa en la instrucción y disciplina que en aquella época llegó a tener el ejército, época la más brillante de su existencia; recorrió en diferentes direcciones todas las provincias del alto Perú y parte de las del bajo, con una rapidez y actividad prodigiosas, en busca de reclutas, caballos acémilas, maderas y demás que era necesario para el personal y material de las maestranzas y de los cuerpos; este mérito no es fácil pueda ser apreciado por aquellos que no sean conocedores de las inmensas distancias que allí separan la capital de una provincia a otra, y de las dificultades que se encuentran en los caminos, por los despoblados, montañas y ríos que hay que atravesar a cada paso.

Relataremos aquí lo que ocurrió a Valdés en una de las correrías, en que marchando desde Oruro a Cochabamba. El país por donde debía pasar se hallaba infestado de partidas enemigas, por lo cual tuvo que llevar un escuadrón para que le escoltase: el tiempo era muy lluviosos, y los ríos y torrentes que tenía que atravesar, ofrecían peligros a cada paso; al llegar al pueblecillo de Colcha, a cuyo frente pasa uno de los brazos que concurren a formar el río de la Plata, los habitantes de aquel le manifestaron que el río estaba invadeable, y aún le rogaban y pedían encarecidamente que no se aventurase en su paso para evitar una catástrofe que creían cierta; pero llevado del deseo de realizar su comisión en el menor tiempo posible, se puso en marcha a la cabeza del escuadrón y se arrojó al río denodadamente; pero a los primeros pasos, su caballo  perdió pie y la corriente le obligaba a dar vueltas entre las ondas, visto lo cual por los oficiales y soldados, hubieron de retroceder  y no entrar en el río; Valdés se encontró en la orilla opuesta salvado como por milagro; más no por eso cesó el eminente peligro que había corrido, pues otro no menor le amenazaba de nuevo. Los enemigos se hallaban muy próximos, y parecía extraño  que ya no estuviesen tiroteando y disputando el paso, y como se hallaba solo y en la alternativa de caer en manos de los indios y ser degollado, o de arrojarse nuevamente al río que continuaba creciendo. En tal situación continuó toda la tarde, hasta que, próxima la noche, uno de los ayudantes que llevaba, Don Tadeo Lezama, natural del Cuzco, arrebatado del noble pundonor y cariño hacia su jefe, se metió al agua con el fin de pasar la noche en su compañía y lo consiguió no sin correr el mismo peligro de ser arrebatado por la corriente que Valdés había arrostrado horas antes. En este estado pasaron la noche alternando en el cuidado de los caballos y en escuchar si se aproximaban los enemigos, sin que por un exceso de fortuna hubiesen sido incomodados, por no haberse apercibido aquellos de lo que al frente de Colcha pasaba. La mañana siguiente, ya más bajo el río por haber cesado de llover, pudo atravesarlo el escuadrón, aunque todavía con bastante riesgo. Continuó la marcha, y encontrando a los enemigos en el punto llamado de la Angostura, a una legua del río, los atacó, derrotó y dispersó, causándoles pérdidas de bastante consideración en muertos, heridos y prisioneros.

Sin embargo la actividad y ahínco con que este jefe cuidaba  de buscar medios y recursos para la organización  del Ejército, no por eso dejaba de tomar parte en casi todos los hechos de armas que se ofrecían; así que a principios de este mismo año fue encargado con el Brigadier Olañeta de una expedición sobre Jujui, que tenía por objeto alejar partidas  enemigas que por aquel frente se aproximaban a los cantones que ocupaban las tropas, y con el de proporcionarse ganado para abastecer el Ejército. Torrente emplea en su historia los mayores elogios a favor de estos Jefes por la fortuna que su inteligencia y previsión alcanzaron en este empeño; encomiado también la bizarría de las tropas en el combate, y su decisión y constancia en medio de las marchas penosísimas que tuvieron que hacer para secundar a ambos caudillos.

En mayo del mismo año fue Valdés mandando una expedición a Santa Victoria, en combinación con otras columnas dirigidas al mismo fin. Penetró con la suya hasta más adentro de la frontera de los indios bárbaros, después de haber batido y dispersado al caudillo Ruiz, quitándole una  porción considerable de ganado vacuno y lanar. En agosto del propio año de 1818, hizo a las órdenes del Brigadier Canterac otra expedición sobre la provincia de Tarija y valle de las Salinas; penetrando también hasta el territorio de los indios salvajes; la cual tuvo por resultado haber batido a los caudillos Oriundo, Rojas y otros, hechos en que no cupo pequeña parte al coronel Valdés.

En septiembre fue mandando las tropas destinadas a la pacificación de Santa Elena y río Pilaya, cuyo resultado fue después de muchos días de privaciones, trabajos y penalidades, haber quedado sin un solo enemigo aquellos parajes, con la muerte del caudillo Rosales, recogiendo gran porción de ganado.

Año 1819

En el año 1819, los temores de una expedición preparada  en Chile y que personalmente se proponía dirigir al Perú el general insurgente San Martín, obligaron a salir para Oruro al General en Jefe Don José de la Serna, como lo hizo el día 1 de mayo, haciendo marchar algunos cuerpos en la misma dirección; con ellos y a las órdenes de Valdés formó una División intermedia, cuya posición en Oruro, debía asegurar y abreviar las comunicaciones, y acudiendo oportunamente a donde fuese preciso, sostener las fuerzas que guarnecían las costas de Arequipa, dado el caso de que se aproximasen a ellas los enemigos; pero pareciéndole a Valdés que sus tropas nada ganaban en la quietud, dispuso a principios de octubre una batida sobre los valles de la Paz y Yungas, en cuyos escabrosos lugares se abrigaban aún varios caudillos que no habían podido ser completamente exterminados, a pesar  de las muchas expediciones que en años anteriores se habían hecho a ellos para conseguirlo. Este Jefe dividió sus fuerzas en tres diferentes columnas mandadas por los tres más activos y bizarros subalternos que servían a sus órdenes Don Cayetano Ameller, Don Baldomero Espartero y Don Antonio Seoane, los cuales rivalizaron en celo y valor, persiguiendo en distintas direcciones por el espacio de 56 días al caudillo Chinchilla y demás que infestaban aquellos valles; haciendo aquellas marchas por caminos casi impracticables, obteniendo al fin por premio de sus trabajos la muerte de los dos hermanos Contreras; de Andrés Rodríguez; Ramos; Hervoso; Gómez; y de otros varios cabecillas y varios de individuos de tropa, cogiéndoles asimismo 85 prisioneros, dos cañones de a cuarto, un considerable número de fusiles, un gran surtido de municiones, mil cabezas de ganado vacuno y tres mil ovejas; después de estos triunfos, las tropas que los obtuvieron regresaron a su cantón de Oruro.

Año 1820

En el año 1820, cuando el General Don Juan Ramírez Orozco se encargó del mando del Ejército, que el General de la Serna había dejado en el estado más brillante, pensó en hacer una expedición sobre las provincias del río de la Plata, ocupando a Salta y Jujui, con el objeto de llamar las fuerzas de Buenos Aires sobre el Tucumán, para que la expedición peninsular de que se tenían avisos debía salir de Cádiz inmediatamente, encontrase menos obstáculos al tiempo de su desembarco, bien lo hiciese sobre Montevideo o sobre Buenos Aires. En su consecuencia el Ejército dejó sus cantones en el mes de mayo; habiendo sido destacadas por derecha e izquierda varias partidas, a fin de que recogiesen ganado, las cuales llevaban orden de reunirse al Cuartel General en la quebrada de Humahuaca, como lo hicieron; pero sin haber conseguido su objetivo, pues fueron muy pocas las reses que condujeron. Entonces, para salir de aquel apuro, dispuso el General, a petición del mismo Valdés, que saliese en el acto con una columna que debía incorporarse en el Volcán; Valdés ejecutó esta operación con tanta fortuna, que a los dos días estaba ya de regreso en el punto de reunión con un considerable número de cabezas de ganado vacuno, sin haber experimentado ninguna pérdida por su parte; pero al llegar al Volcán, en vez de encontrar allí al Ejército como se había convenido, supo y conoció que éste había pasado doblando una marcha, por razones que el General en Jefe tuvo sin duda para ello; más de todos modos era necesario pasar allí la noche porque ésta ya se aproximaba, y la tropa estaba sumamente cansada.

En su consecuencia, encerró el ganado en los corrales de una hacienda abandonada que allí había, y colocó la tropa en la casa; pero al anochecer se vio atacado por una fuerza enemiga muy considerable, que se había quedado a retaguardia del Ejército, con el empeño decidido de recuperar el ganado y de apoderarse de las cortas fuerzas de Valdés, creyendo seguro el triunfo; pero fueron vigorosamente rechazados en los diferentes ataques que dieron a los corrales y a la casa. Luego que Valdés se vio un poco desembarazado, empezó con su tropa a levantar o construir parapetos y otras obras que diesen alguna más seguridad a su posición; él mismo con todos sus Oficiales obraba materialmente para estimular a los soldados, y concluir las obras antes que amaneciese, hora en que suponía, no sin fundamento, que los enemigos repetirían sus ataques con más empeño y con más fuerza. El fuego se oía bastante claramente desde el campamento del Ejército, aunque distaba más de tres leguas; corrida la voz entre los cuerpos que lo componían, de que el coronel Valdés se hallaba en una situación muy crítica, rodeado de enemigos y expuesto a caer en sus manos, todos, jefes, oficiales y soldados, querían ir en su auxilio a pesar de la oscuridad de la noche, y tuvo el General en Jefe que valerse de su autoridad, para que solo marchasen las fuerzas que designó y creyó suficientes; cabiéndole la suerte de ir mandándolas al Coronel de Caballería Don Antonio Vigil. Serían las dos de la mañana cuando se presentó éste al frente de la casa que ocupaba Valdés; y a su aproximación se alejaron los enemigos dejándole franco el paso. Grande fue la admiración de aquel Jefe al ver la tranquilidad y sosiego en que aquel puñado de compañeros de armas, rodeados de más de cuadruplicadas fuerzas, se hallaban en tan crítica situación; pero aquella creció de punto cuando vio a Valdés y a los Oficiales  que le acompañaban llenos de barro, tan afanosos en levantar parapetos y tabicar las puertas y ventanas que no se necesitaban abiertas para la defensa, o porque no alcanzaba la tropa para cubrirlas todas a la vez. Luego que amaneció, marcharon estas fuerzas a incorporarse al grueso del Ejército, lo que hicieron sin ser hostilizadas; siendo recibidas por aquel con vivas aclamaciones de entusiasmo.

Prosiguió el Ejército su marcha sobre la ciudad de Salta después de haber ocupado a Jujui; durante ella y según dice Torrente, tuvo el coronel Valdés, Subinspector  entonces de Infantería y Caballería del Ejército, ocasión de distinguirse en el punto de Cuyaya. El mismo Torrente continúa diciendo:

Informado el general en jefe de que en el Chamical había una reunión considerable, dispuso que el día 2de junio saliese sobre aquel punto una fuerte división a las órdenes del brigadier Olañeta. Por algunos prisioneros que hicieron las guerrillas realistas en el paraje de la Pedrera, adquirieron noticias positivas de que la fuerza situada en el referido punto de Chamical consistía en dos escuadrones de gauchos de Velarde, y en el 2º de granaderos de línea. Se trató pues del exterminio de esta columna; pero como no pudiese verificarse sin dar primero un golpe de sorpresa a la avanzada sobre que  aquella descansaba, el coronel Valdés, que hacía las funciones de segundo en esta expedición, pidió el honor de que le fuera confiada aquella empresa; y escogiendo 55 caballos se adelantó a desempeñarla, siguiéndole Olañeta a media legua de distancia con el resto de sus tropas.

Ver Valdés la referida avanzada, arrojarse impetuosamente sobre ella, y hacerla prisionera, fue obra de pocos instantes: un solo individuo pudo sustraerse a la furia de los realistas; pero temiendo aquel bizarro jefe que pudiese comunicar la alarma al campo enemigo, se dirigió sobre éste sin pérdida de tiempo con aquel puñado de valiente. No se hallaban los insurgentes tan desprevenidos como se había figurado Valdés: 100 hombres colocados en un desfiladero, que era el paso preciso para entrar en su campo, estaban resueltos a defenderlo a todo trance: pero el jefe español se hallaba comprometido y se determinó por lo tanto a correr todos los riesgos de aquel arriesgado lance.

Puesto a la cabeza de su esforzada partida, se arrojó ciegamente sobre los contrarios, a los que logró poner en precipitada fuga, acuchillándolos horriblemente hasta su mismo campamento, en el que se introdujo el mayor desorden y confusión. El brazo de los soldados de Valdés estaba cansado de descargar pesados golpes cuando llegó Olañeta con el resto de la división: solo una pequeña reserva habían podido conservar los rebeldes y ésta acabó de ser desbaratada con tan oportunos refuerzos. Más de 100 caballos, la mayor parte ensillados, 80 carabinas, más de 100 sables, 24 prisioneros, igual número de muertos y porción considerable de heridos con sus equipajes y pertrechos fueron los trofeos de aquel brillante movimiento.

Dejando La Hera, con una parte de aquella división, en el mismo punto de Cahmical, pasó Olañeta a situarse en la Troja y Valdés con una compañía de húsares, fue destinado a perseguir a los dispersos del día anterior en dirección al río Pasaje, llevando asimismo el objeto de hacer un reconocimiento por este lado. Ambos objetos fueron desempeñados felizmente por el citado Valdés, pasando a nado el mencionado río, y hasta dos leguas más allá de aquellos límites que no habían sido franqueados por ningún jefe realista desde la desgraciada acción del Tucumán, de 1812.

Retrocediendo a reunirse con sus tropas, salieron por dos direcciones diferentes en persecución del caudillo Rojas que tantos daños había causado desde el principio de la revolución: la muerte de este indomable insurgente y la completa derrota de su partida, fueron nuevos títulos de gloria para la columna de Valdés, que tuvo la fortuna de alcanzarlo. Terminada favorablemente esta atrevida operación, regresaron los encargados de ella con unas 2000 vacas, porción crecida de mulas y caballos, y multitud de despojos y  trofeos militares, por cuyo recomendable servicio recibieron testimonios públicos de singular aprecio.”

Continuará…

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