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Manuel Acosta. Doctor en filología. Máster en literaturas hispánicas. Título de Nivel superior en Lengua Catalana (Nivel D). Licenciado en Geografía e Historia. Profesor de secundaria y bachillerato. Diputado de VOX en el Parlamento de Cataluña por la provincia de Barcelona.
¿Por qué decidió trabajar en un libro sobre las enseñanzas de Mons. Guerra Campos?
Por tres motivos fundamentales: por mi condición de historiador, por haber tenido la inmensa fortuna de ser el catalogador de su archivo personal y, obviamente, por mi calidad de hijo de la Iglesia. Intentaré explicarme un poco más.
En primer lugar, además de doctor en Filología, soy licenciado en Geografía e Historia, motivo por el cual soy un enamorado de la historia. Porque, ¿qué más subyugante que la Historia? La “Historia es verdaderamente testigo de los tiempos, luz de la verdad, vida de la memoria, maestra de la vida, mensajera de la Antigüedad” (Cicerón, De oratore, II, IX, 36). O, si se prefiere, podemos definirla de esta otra manera: “… habiendo y debiendo ser los historiadores puntuales, verdaderos y no nada apasionados, y que ni el interés ni el miedo, el rancor ni la afición, no les hagan torcer del camino de la verdad, cuya madre es la historia, émula del tiempo, depósito de las acciones, testigo de lo pasado, ejemplo y aviso de lo presente, advertencia de lo por venir.” (Don Quijote de la Mancha, Primera parte, Capítulo IX).
Además, para un católico la Historia es una realidad fundamental porque la forma como Dios se ha revelado a los hombres es en la historia. Por lo tanto, la historia es el lugar de la revelación y, asimismo, la historia es el lugar de la salvación. La salvación no es algo que se dé en una esfera alejada de la realidad, en un ámbito de vida del espíritu que no guarda ninguna relación con el mundo material, con el mundo de la vida y del acontecer humano. Todo lo contrario, Dios se ha mezclado con el mundo del acontecer humano en la Encarnación y lo ha vencido en la cruz. Así pues, con toda humildad, pero también con toda seguridad creo que como historiador tengo aún más motivos para ser católico.
En segundo lugar, la Fundación obispo José Guerra Campos confió en mí la tarea de catalogación de su archivo personal. Durante el tiempo que tuve el honor de organizar y catalogar he podido descubrir un tesoro incalculable que aporta claves fundamentales para entender los avatares socio políticos y religiosos de la historia de España de la II República, la Guerra Civil, la etapa de Franco, la Transición y la evolución del actual sistema parlamentario basado en la democracia inorgánica, puesto que Monseñor Guerra Campos fue un testigo y protagonista de excepción en todos esos períodos de nuestra historia.
En tercer lugar, es una verdad de Perogrullo que nadie ama lo que no conoce. Así pues, como cualquier católico, estamos llamados a profundizar, estudiar y conocer mejor los fundamentos de la fe de la Iglesia para reafirmarnos en ella, en definitiva, para amar a la Iglesia, para amar más a Dios. Por este motivo, al estudiar sus enseñanzas como padre y obispo de la Iglesia, me he dado cuenta de cómo, especialmente tras el Concilio Vaticano II, se tergiversan cuestiones de liturgia, canónicas, doctrinales. Esta tergiversación ha arrasado la fe de muchos fieles y ha provocado esterilidad en la Iglesia, hasta nuestra época actual, marcada por la irreligiosidad y el más egoísta hedonismo. En definitiva, necesitamos un faro como las enseñanzas de D. José Guerra Campos que nos instruya en nuestra fe y nos advierta de los errores que la corrompen.
¿Qué aportó a la Iglesia este prelado y cuál fue su mayor legado?
A lo largo de toda su vida, especialmente a raíz del descubrimiento de su vocación sacerdotal y durante el desempeño de su intenso y prolijo ministerio presbiteral y episcopal, a D. José Guerra Campos solo le movió este afán de comunicar la salvación de Cristo a todos los hombres. Por ello, se dedicó en cuerpo y alma a dar a conocer que «… ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni al corazón del hombre llegó, lo que Dios preparó para los que le aman» (I Cor. 2, 9).
Monseñor Guerra Campos fue un hombre santo y sabio. De él se ha llegado a decir que desde 1940, fecha en la que falleció el cardenal Gomá, primado de España, el intelectual más excelso del episcopado, con diferencia, fue José Guerra Campos. Y utilizó sus extraordinarios talentos para ejercer de verdadero obispo, pastor solícito, para anunciar el Evangelio y transmitir la fe con nitidez y conforme al magisterio de la Iglesia, especialmente en aquellos momentos tempestuosos que le tocó vivir: la persecución religiosa durante la II República española y la Guerra Civil, la restauración de la sociedad tras la guerra, el Concilio Vaticano II, la proliferación de la heterodoxia en el seno de la Iglesia y la instauración de un nuevo régimen político en España, de espaldas a las verdades absolutas, basado en el relativismo.
Fue profesor de teología, filosofía e historia en centros eclesiásticos y de deontología en la Universidad de Santiago de Compostela, miembro del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), consiliario de la Junta Nacional de la Acción Católica Española, procurador en las Cortes Españolas, presidente de la Comisión Asesora de Programas Religiosos de RTVE, perito consultor de los obispos españoles en el Concilio Vaticano II, padre conciliar al ser preconizado obispo, secretario general del Episcopado Español, representante del Episcopado Español en el Primer Sínodo de Obispos en Roma y obispo titular de la diócesis de Cuenca.
Para muestra, un botón. Don José intervino públicamente durante la tercera sesión del Concilio Vaticano II el 26 de octubre de 1964 durante el debate sobre la Constitución Gaudium et Spes, en torno al esquema 13 sobre la presencia de la Iglesia en el mundo, con un discurso sobre el ateísmo marxista. Su intervención suscitó admiración y numerosos comentarios en medios informativos de toda Europa, incluso comunistas. En definitiva, entendía que «…a la escatología marxista había que oponer el verdadero finalismo cristiano; a la alienación, la trascendencia; a las ideologías, la presentación de la fe como una realidad que supera las ideologías».
Sin lugar a dudas, el mayor legado de Monseñor Guerra Campos es su ejemplo de sabiduría, valentía y claridad en la defensa de las verdades de la fe, contra viento y marea.
¿Cuál ha sido el criterio que ha empleado para ordenar sus escritos?
El archivo personal de Don José Guerra Campos es de un valor incalculable, ya que gracias a su fondo documental se puede reconstruir buena parte de la más reciente historia religiosa, social y política de España, así como de la historia de la Iglesia universal.
Así pues, he ido clasificando el archivo atendiendo, en primer lugar, al tipo de fuente. Configuran el archivo personal de Guerra Campos fuentes primarias (en las que él fue protagonista) de diversa tipología (manuscritos, guiones, fotografías, opúsculos, libros, correspondencia, actas de las sesiones de las asambleas de la Conferencia Episcopal Española, actas de las Cortes Españolas, artículos periodísticos, audios en diverso formato, revistas…) y fuentes secundarias (aquellas que se refieren a él o a acontecimientos que vivió pero confeccionadas con posterioridad por terceras personas), también de diversa tipología. Además, otro criterio empleado en la catalogación ha sido el de ordenar el material según su temática (filosófica, teológica, apologética, catequética, divulgativa, política…)
¿Cómo le ha ayudado espiritualmente revisar esos textos?
Sin duda, me ha ayudado a fortalecer la fe. Porque leer y releer los escritos de Guerra Campos, especialmente los de temática religiosa como sermones, homilías, escritos catequéticos y de profundización sobre las verdades de la fe, con intención de proceder a la más adecuada catalogación, ha dejado una huella imborrable en mí. Me he dado cuenta de la necesidad de seguir ahondando en el conocimiento del Credo católico, a través del estudio, de la formación, para defender a la Iglesia y para estar “siempre dispuestos a dar respuesta a todo el que os pida razón de vuestra esperanza…” (1Pe 3, 15)
¿Por qué lo titula Un faro en la tempestad?
Porque realmente se produjo una verdadera tempestad, un violento tsunami, en la Iglesia tras el Concilio Vaticano II. Empezaron a proliferar, impulsadas por personalidades del ámbito eclesiástico y aventadas por ciertos medios de comunicación y grupos de opinión, interpretaciones que deformaban buena parte de las conclusiones conciliares y, por ende, la doctrina de la Iglesia y su magisterio. En resumen, estas interpretaciones heterodoxas reducían la misión de la Iglesia en el mundo a la mera animación por mejorar, exclusivamente, las condiciones temporales de las personas, llegando a suscribir las premisas del marxismo. Abogaban también por la minusvaloración, e incluso ridiculización, de los sacramentos, de la oración y de la devoción a María y a los santos. Ponían en tela de juicio el celibato eclesiástico, la confesionalidad, la castidad, las normas litúrgicas…
Y en medio de ese mar tempestuoso, proceloso, provocado por la difusión de ideas contrarias a la doctrina de la Iglesia como si fueran ortodoxas, sin una desautorización eficaz de la jerarquía española, se erigió Monseñor Guerra Campos en faro luminoso para salvar del naufragio a tantos buenos fieles católicos que sufrían el zarandeo de la doctrina cristiana que siempre ha propuesto y comunicado la Iglesia. Por este motivo se sintió vivamente interpelado por el Papa a defender a los fieles católicos de esas falsas doctrinas usando las poderosas armas que Dios le había encomendado: erudición teológica, filosófica, canónica y doctrinal, así como la concisión y el pragmatismo en el hablar y escribir.
Esta fue la razón de ser de la creación del programa televisivo en TVE «El octavo día». Todos los lunes, desde el 17 de abril de 1972 hasta el 25 de junio de 1973, D. José Guerra Campos se dirigía a los oyentes del primer canal de TVE, por espacio de quince minutos, exponiendo de forma sencilla, nítida y amena las verdades de la fe católica mediante sesenta y tres sesiones. Hablaba como obispo, presentando la enseñanza de la Iglesia universal, no sus opiniones como pensador o teólogo. Atinadamente, eligió las antenas de televisión, medio masivo de comunicación, para realizar el encargo de Cristo a sus apóstoles: «Lo que os digo al oído, predicadlo sobre los terrados» (Mt. 10, 27).
Pero no debemos ser ingenuos y pensar que la tempestad ya pasó, que ha escampado el temporal, ya que aquellas aguas procelosas nos siguen acosando y atemorizando en nuestros días, persiste en la Iglesia actual la confusión. Por consiguiente, la figura y la obra, sus enseñanzas, son para el católico de hoy día de rabiosa actualidad, nos interpela como si fuera hoy.
¿Hasta qué punto el difícil de evitar la infiltración modernista en la Iglesia?
Don José Guerra Campos fue un profeta del siglo XX. Como los profetas del Antiguo Testamente, él anunció la verdad sin venderse a nada ni a nadie, sin acomodarse a conveniencias de grupos de opinión o de presiones gubernamentales o de la jerarquía eclesiástica.
¿Es difícil evitar la infiltración modernista en la Iglesia? ¿Cómo conseguirlo? Sí, es muy difícil porque esta muy arraigada, ya que se injertó hace muchos años y hoy es como un quiste consolidado. Pero lo primero que hay que hacer es definir el término. El modernismo es el intento de reinterpretar la historia de la revelación, de la Sagrada Escritura y, por ende, de la filosofía, la teología y la liturgia católicas mediante el tamiz del racionalismo, no a la luz de la fe, del magisterio de la Iglesia, de los dogmas de fe. La justificación de este revisionismo se resume en la necesidad de hacer más atractiva la fe. Pero, qué curioso, el modernismo ha rechazado toda la tradición intelectual católica y la ha substituido por las premisas de pensadores como Kant, Hegel o Nietzsche, filósofos que quieren sustituir la religión por algo nuevo. Es decir, el modernismo, quiere reinterpretar el catolicismo con un sistema moderno que rechaza el cristianismo. Esto es un oxímoron, una contradicción en toda regla.
Por consiguiente, para extirpar el virus del modernismo es necesario aplicar el antídoto que el mismo Monseñor Guerra Campos nos sugiere en una de sus sesiones televisivas del “Octavo día”, cuya transcripción pueden encontrar los lectores en el libro que nos ha dado pie a realizar esta entrevista:
“Si hay quien siembra el desconcierto, si los mismos pastores inmediatos dejan de orientar, cada uno debe defender su fe. Para ello lo fundamental es conocer los documentos que hacen fe. Y no es imprescindible estudiar todos los textos de los concilios o de los Sumos Pontífices. Para tomar un rumbo suficiente bastaría acudir a los viejos catecismos familiares, como el Astete o el Ripalda. Y es importante subrayar que, aunque son resúmenes escuetos que admiten desarrollo en varios puntos, ni una sola línea de estos catecismos ha sido cambiada por el Concilio. ¡He aquí una pista para comenzar a abrirse camino en la maleza de la confusión! Una pista con dos indicadores”.
Pero el veneno de sus frutos salta a la luz… ¿Cómo se puede detectar?
Ciertamente, aplicando la sentencia evangélica “Por sus frutos los conoceréis” (Mt. 7, 15-20), advertimos las nefastas consecuencias que ha provocado el modernismo tras inyectar su ponzoña en la Iglesia, con más virulencia que nunca, tras el Concilio Vaticano II: vaciado de las iglesias y de los seminarios y secularizaciones masivas de sacerdotes y religiosos.
¿Cómo nos pueden ayudar las enseñanzas de este obispo a combatir el modernismo hoy?
Esencialmente, entendiendo cuál es el verdadero y único papel de la Iglesia en el mundo. Es decir, la Iglesia no es una mera animadora social que se preocupa, exclusivamente, por mejorar las condiciones temporales de las personas llegando, incluso, a suscribir el marxismo para tal propósito (aunque se haya demostrado una ideología ineficaz para alcanzar el bienestar de los hombres). La Iglesia no es un factor más de los que concurren a la construcción de este mundo, aunque aporte tanto a esa construcción, ya que Jesucristo nos ha recordado que los Mandamientos -las reglas que tenemos que amar y cumplir los fieles para amar a Dios y, así, salvar nuestra alma- se resumen en dos: amarás a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo.
La Iglesia tiene como misión fomentar la comunicación con Dios, por Cristo resucitado, y alimentar una esperanza viva y trascendente.
¿Por qué merece la pena leer el libro?
Por todos los motivos que hasta ahora hemos ido comentando y porque, como escribió el autor latino Vegecio en el siglo IV d.C., si vis pacem para bellum (si quieres la paz, prepárate para la guerra).
Don José Guerra Campos nos advirtió en 1976 de los males que, en la actualidad, están arrasando al hombre y a la sociedad española. Él profetizó al inicio de la Transición que, si la Constitución que se estaba confeccionando basaba sus cimientos en el más puro relativismo, desechando como fundamento de esa constitución las verdades absolutas (Dios, la patria, la vida, la familia) como principios innegociables, sobrevendrían sobre España la ley del divorcio, de la despenalización del aborto, la destrucción de la familia, la desvertebración de la patria y el enconamiento del terrorismo de ETA.
Por si fuera poco, advirtió de la llegada de la ley de la eutanasia (promulgada hace escasamente dos años) y la ley de memoria democrática, cuyos efectos nocivos estamos padeciéndolos ya estos días con el anuncio del Gobierno de la desacralización del Valle de los Caídos.
Don José Guerra Campos enseñó con claridad y maestría la doctrina cristiana y nunca se vendió a nada ni a nadie. No vendió al mejor postor las verdades de la fe y los principios de la moral declarados por el magisterio de la Iglesia. No se vendió a los aires de cambio del modernismo en el seno de la Iglesia, no se vendió a un nuevo régimen político que rechazó las verdades absolutas, no se vendió por una cruz en la declaración de la renta.
Por eso, porque su enseñanza permanece, es atemporal, nos sigue interpelando a los católicos españoles de hoy, es tan necesaria la lectura de Un faro en la tempestad.
¿Por qué el libro puede valer tanto para seglares como para sacerdotes?
Nos encontramos, en la actualidad, en un contexto de tergiversación de la historia, de imposición estatal de una verdad oficial, de pensamiento único bajo pena de multa. Esta triste realidad, que más pudiera parecer propia de una novela distópica, ha sido impuesta por el gobierno socialista de Zapatero con la posterior connivencia del gobierno del PP de Rajoy, culminando en la reciente Ley de Memoria democrática de Pedro Sánchez.
Esta verdad oficial, impuesta por socialistas con el seguidismo de los populares, tiene como objetivo también exterminar los fundamentos religiosos de España, tradicionalmente católica, multiplicando los efectos de la incertidumbre y desorientación en temas de fe entre los españoles para conducirles al abandono ya abominación de su tradición cristiana.
Así pues, el libro se erige como una guía esencial. A través de la valiente y sabia perspectiva del obispo Guerra Campos, quien fuera padre conciliar en el Concilio Vaticano II, procurador en las Cortes Españolas, Consiliario de Acción Católica, miembro del Consejo asesor de RTVE, secretario de la Conferencia episcopal española y obispo de Cuenca, el autor nos invita a redescubrir y profundizar en la libertad de las personas y en la esencia del credo de la Iglesia Católica. La obra expone, explica y desarrolla este credo a la luz de la tradición y del magisterio perenne, proporcionando a los lectores herramientas para mantener una fe sólida y auténtica.
Un faro en la tempestad está dirigido al público católico que percibe las dificultades actuales en el ámbito doctrinal, así como a todos aquellos que deseen profundizar en el conocimiento de nuestro pasado histórico más reciente y tan arteramente manipulado. Es una obra imprescindible para mentes críticas, patriotas, fieles, catequistas y líderes que buscan respuestas claras y tradicionales en momentos de cambio.
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Autor

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Subdirector de Ñ TV España. Presentador de radio y TV, speaker y guionista.
Ha sido redactor deportivo de El Periódico de Aragón y Canal 44. Ha colaborado en medios como EWTN, Radio María, NSE, y Canal Sant Josep y Agnus Dei Prod. Actor en el documental del Cura de Ars y en otro trabajo contra el marxismo cultural, John Navasco. Tiene vídeos virales como El Master Plan o El Valle no se toca.
Tiene un blog en InfoCatólica y participa en medios como Somatemps, Tradición Viva, Ahora Información, Gloria TV, Español Digital y Radio Reconquista en Dallas, Texas. Colaboró con Javier Cárdenas en su podcast de OKDIARIO.
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