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Cuarto Discurso de José Antonio
(Por la transcripción Julio Merino)
Entre los artículos más divertidos de los que escribió José Antonio está el que le dedicó, todavía cuando no había fundado Falange española, al cacique español, esa figura tan denostada pero tan popular durante todo el siglo XIX e incluso el XX. Hasta don Juan Valera le dedicó uno de sus mejores artículos al Cacique de su pueblo. Pero pasen y lean y se diviertan:
Estamos muy contentos. Advertimos cómo se multiplican los homenajes y las glorificaciones. Aquí no ha pasado nada; aquí nadie ha roto un plato. La Dictadura fue un capricho, porque España estaba mejor de lo que quería antes del 13 de septiembre, admirablemente gobernada, con un paraíso en Marruecos, sin saber en qué invertir sus cuantiosos superávit ni dónde enterrar los muertos de los crímenes sociales.
Aquella política de la Feliz Arcadia vino a ser interrumpida por la Dictadura, y, claro, los pobrecitos, que nos habían hecho tan felices, se quedaron al margen de toda actuación.
Fueron unas víctimas ingratamente inmoladas, que ahora se levantan de sus sepulcros para demandar los homenajes que les son debidos y para que se les entregue nuevamente el manejo de la Nación.
Todo eso nos parece admirable; pero hay que convenir que los más sacrificados fueron los pobres caciques, tan bondadosos, tan paternales, que perdieron sus Ayuntamientos y se vieron privados de sus humanitarias y patrióticas expoliaciones.
Como son tantos, no será posible glorificarlos y homenajearlos a todos.
Nosotros proponemos que, sin perjuicio de los homenajes parciales que a cada uno se le vaya tributando a medida que se reintegren a sus funciones, se organice un solemne homenaje nacional al cacique desconocido.
Se tomará un cacique cualquiera, se le inmolará, con todos los honores correspondientes a su elevada significación, y se le depositará en un mausoleo costeado con los superávit que dejan en las arcas municipales los Ayuntamientos de la oprobioso Dictadura, para que así queden otra vez limpias y con déficit.
Sobre ese mausoleo penderá una gigantesca lámpara, a la que servirá de alimento el sudor del contribuyente.
Y todos los años desfilará el país para que no se olvide que el cacique es inmortal y que, por mucho que se le machaque, revive apenas encuentra ocasión para sacar cabeza.
Es necesario fomentar las glorificaciones, y no hay motivo para excluir de ella al más simbólico de los personajes políticos.
(La Nación, 10 de febrero de 1930.)
Autor
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Periodista y Miembro de la REAL academia de Córdoba.
Nació en la localidad cordobesa de Nueva Carteya en 1940.
Fue redactor del diario Arriba, redactor-jefe del Diario SP, subdirector del diario Pueblo y director de la agencia de noticias Pyresa.
En 1978 adquirió una parte de las acciones del diario El Imparcial y pasó a ejercer como su director.
En julio de 1979 abandonó la redacción de El Imparcial junto a Fernando Latorre de Félez.
Unos meses después, en diciembre, fue nombrado director del Diario de Barcelona.
Fue fundador del semanario El Heraldo Español, cuyo primer número salió a la calle el 1 de abril de 1980 y del cual fue director.
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