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A la memoria de Blas Piñar

Siendo el destrozo de España mucho más complejo de lo que se supone, pues es el daño a toda lógica de razón a través de una narrativa basa en la más burda de las simulaciones, entiendo conveniente partir de una reflexión. Me refiero a la cuestión de la “manos sucias” que acuño Jean-Paul Sartre como dilema ético entre el hacer y el deber. O para ser más explícitos, entre las convicciones y los intereses. Intereses que pueden ser de Estado o personales, que en esto ha habido de todo, solapándose los unos con los otros. Que es por lo que hoy vemos a tanto converso, a tanto travestido de patriota. Que será, digo yo, en lo que algunos devienen después de haber conseguido posicionarse, y la conciencia hace acto de presencia. Personajes a los que yo, particularmente, no tengo ningún aprecio, incluso podría decir absoluto desprecio en base al daño que hayan hecho España, aunque bien es verdad “que bien está lo que bien acaba”.

Dando por descontada la responsabilidad de los diferentes gobierno que se han venido sucediendo en la quiebra de España. No podemos obviar el hecho cierto de la dimisión que la sociedad civil ha hecho de sus obligaciones en el ámbito público, porque como ciudadanos se tiene el deber de ir más allá de los propios intereses personales; siendo entonces que el término “soberano” aplicado al pueblo es un simple recurso retórico sin valor real. Y esto es así, porque la lógica nos indica que tanto el éxito como el fracaso de una nación dependen en buena medida de los mandos altos e intermedios de la Administración, de los funcionarios públicos y de los responsables de las instituciones que conforman la sociedad, sobre cuyo conjunto de personas cae una responsabilidad máxima tanto en su hacer como en el quehacer de los gobiernos. Demos sólo este ejemplo, ¿qué hubiera pasado si la muy ponderada e ilustre Real Academia de la Historia, pongamos por caso, hubiese censurado desde su docto criterio la ley de memoria histórica socialista, tan injusta y lesiva, y que tanta división ha causado en la sociedad española?

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De lo dicho deducimos que se ha creado en la sociedad española la idea de que todo lo malo que nos ha sucedido ha sido inevitable, descargando la responsabilidad que compete asumir a un maleficio. Ahora bien, que una sociedad como la nuestra no crea ser responsable de nada, siquiera sea por omisión, es una sociedad que ha finiquitado de su horizonte vital todo atisbo de moralidad, y de ese túnel, señores, no se sale de rositas, porque la historia, que es censura impenitente, consignará que durante todo este tiempo de España hubo dejación en un gran número de personas, en cuanto a alertar de las amenazas que asediaban a la nación, haciéndose cómplices de las políticas erráticas y hasta suicidas que debieron enmendarse con la fuerza de la razón o por la razón de la fuerza.

Con la fuerza de la razón o por la razón de la fuerza, que en sus dos dimensiones protagonizan en forma y modo sobresaliente Don Antonio Tejero Molina y Don Ricardo Pardo Zancada, porque si es de hablar de los diferentes gobiernos de la Monarquía, sea sólo a través de algunas pincelas. ¿Qué decir del de Adolfo Suárez, con todos aquellos miles de españoles obnubilados de su capacidad de movilizar a las masas al dictado del engaño que acuño un simulador, Torcuato Fernández Miranda? ¿Y del de Felipe González?, ahora sí, ahora no, de raíz corrupta, que termina articulando una política antiterrorista a los que no hacia tanto defendía sobre el reparto de los “fondos reservados y la cal viva”, valores que hoy sigue defendiendo el iletrado electricista que fue ministro de Interior, el nefasto Corcuera: la patada en la puerta y el encarcelamiento de los jóvenes a los que la Movida socialista condujo al infierno de la droga. ¿Y del de José Aznar, en cuya etapa los empresarios quedaron prendados de su capacidad para vender el Estado al mejor postor, entre otros a sus amigos de pupitre, que es el causante principal de la inmigración desbordada que hoy soportamos? ¿O el de Zapatero?, arrastrando el país a la quiebra y abduciendo a los intelectuales (?) con su maniqueo discurso historicista. Y del Rajoy, ¿qué?, pues, que lo tuvo todo y todo lo perdió hasta terminar completamente beodo entregando los trastos a un psicópata y a su tropa.

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El destrozo de España es mucho más complejo de lo que se supone, pero hoy muchos españoles comienzan a ser conscientes que el problema ha consistido que una porción considerable de personas actuaron de acuerdo a los partidos políticos que les auparon o por no poner en peligro sus particulares intereses. Un destrozo que hoy, agravado como consecuencia del Covid-19, necesita arriesgar la vida de los españoles y abrir las fronteras porque los datos están ahí, y son demoledores. España batió el año pasado un nuevo récord de visitantes extranjeros, casi 84 millones de turistas internacionales, el doble de nuestra población. ¿Qué nación puede soportar tal afluencia? ¿Dejan tanto dinero? ¿Por qué no dejamos de ser un país de camareros rastreros y prostitutas baratas, y empezamos a producir algo, lo que sea, o a recoger nuestras patatas en vez de llamar a moros, sudamericanos y negros?

Todo comenzó en 1966, con aquél artículo firmado por Blas Piñar en la revista Fuerza Nueva: “El 18 de julio ni se pisa ni se rompe”. Artículo que simplemente cito, y que me obligo a comentar en otra ocasión.

Con una deuda disparada y la separación de poderes abolida de hecho, nada impide al gobierno pasar su rodillo totalitario. El resto que hemos comentado es historia, y como bien sabemos, la historia en España se puede falsificar.

Por edad no pude conocer a la señora Aixa, la mamá de Boabdil, pero seguro que fue una gran mujer.

Autor

Pablo Gasco de la Rocha