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(La verdad sobre Unamuno en este acto) 

(Necesario texto dada la versión oficial actual de la película que acaba de sacar el sistema sobre ello)

La razón de aquel incidente fue la posición centralista y reaccionaria de Francisco Maldonado y de Millán Astray contra los vascos y los catalanes. Esa posición explica que, en España, los nacionalistas vascos y catalanes tuvieron que unirse con su peor enemigo, los marxistas internacionalistas, para huir del centralismo recalcitrante y extremo de «los nacionales». Unamuno, vasco apasionado, se indignó ante esos ataques a vascos y catalanes, y por eso les dijo: «Vencer no es convencer», en un contexto en el que Unamuno quería vencer y convencer. Y era cierto. El incidente le costó su cargo de Rector de la Universidad de Salamanca. Pero sobre todo se perdió la oportunidad de que el mando nacional recapacitara, y se convenciese de la necesidad del apoyo a las regiones y culturas de todos los pueblos de España frente al centralismo que entonces privaba. Francisco Maldonado era catedrático de Literatura, amigo y compañero de Unamuno en la Universidad de Salamanca, había sido Rector, y fue cesado por la República, colaboraba en periódicos de la derecha. Fue Francisco Maldonado el que pronunció un discurso polémico, duro, agresivo y excesivo que indignó a Unamuno, al que le sentó mal que un intelectual y catedrático universitario como Francisco Maldonado diera ese discurso antivasco y anticatalán. En concreto, Francisco Maldonado se centró en su discurso en ataques a la España roja, a la anti-España, a la que calificó de reducto del primitivismo y la barbarie. Pero también Maldonado criticó a los catalanes y a los vascos, de los que dijo que eran «dos pueblos industriales disidentes, explotadores del nombre y del hombre españoles». Maldonado añadió en su discurso que catalanes y vascos «han vivido hasta ahora en un paraíso fiscal y de altos salarios a costa de los demás españoles». Esto enfadó mucho a Unamuno por su condición de vasco y provocó su posterior reacción e intervención improvisada y fuera del programa. Los discursos los publicó la prensa del día siguiente y una emisora de radio los retransmitió. Pero ni la prensa ni la radio recogieron la intervención de Unamuno ni su posterior rifirrafe con Millán Astray, a pesar de que los testimonios señalan que el acto fue radiado en directo, aunque no hay ninguna grabación, por lo que entre los asistentes y los radio oyentes, mucha de la gente lo escuchó, pero ninguna versión de los asistentes coincide del todo, y la más difundida es la de alguien que no estuvo allí y la escribió de oídas. Está documentado que, durante el acto, Unamuno tomó unos apuntes en el dorso de una carta que llevaba en el bolsillo y que ahora se encuentra en la Casa-Museo de Unamuno en Salamanca. (En el archivo adjunto se pueden ver esas notas que escribió Unamuno en ese momento). Pero que la prensa no lo recogiera no significa que Unamuno no interviniera, sino que su intervención, que fue breve pues no estaba escrita, sino que fue improvisada, fue censurada, pues en aquel momento, el responsable de prensa del régimen era Millán Astray. Además, tras aquel incidente, Francisco Maldonado traicionó a Unamuno y le dejó tirado cuando éste fue cesado como Rector. Millán Astray siempre fue un hombre impulsivo, al igual que Unamuno, y por eso chocaron en ese momento, pero se despidieron más o menos bien, como se puede ver en la fotografía tomada a la salida de aquel acto del 12 de octubre de 1936 en el Paraninfo de la Universidad de Salamanca, que se puede ver en el artículo adjunto del blog del escritor Fernando Alonso Barahona.

Adjunto el testimonio de Eugenio Vegas Latapie y el de Moises Dominguez (testigo presencial)
Adjunto el interesante y clarificador artículo del escritor Fernando Alonso Barahona en su blog:

https://barahona611.blogspot.com/2019/10/unamuno-mas-alla-de-la-guerra-fernando.html?m=1&fbclid=IwAR2MgjW-4hHP5Np4eKBqmtzb4yijMS2CY_B8ghb3wP3_YkSGmn2F1IqSTc8

Adjunto la entrevista al escritor Fernando Alonso Barahona en el programa «Tiempos modernos» sobre Unamuno y Salamanca en 1936:

EL TESTIMONIO DE EUGENIO VEGAS LATAPIE

En nombre del jefe del Estado, presidió Unamuno la Fiesta de la Raza. A poco de haber comenzado el acto, hizo su entrada en el paraninfo la señora de Franco y hubo que modificar algo el orden de la presidencia. Quedó ella a la derecha de Unamuno; a la izquierda, el obispo de la diócesis. Pemán, que había cedido el puesto a la señora de Franco, vino a quedar en algún lugar a su derecha; tal vez incluso en el primero de los bancos del estrado, para no tener que alterar toda la presidencia. A la izquierda del doctor Pla y Deniel, a su vez, el general Millán Astray.

Yo me encontraba en uno de los bancos de la izquierda del estrado, el más próximo a la mesa presidencial; es decir, en la parte derecha del paraninfo. Estaba, pues, muy cerca de Millán Astray, a quien recuerdo, sin embargo, mucho más claramente cuando Se colocó, de pie, delante de la mesa y casi junto a mí. Hasta el punto de que podría haber llegado a dudar que estuvo en la presidencia.

Reconozco que, después de todo lo que allí ocurrió, las distintas versiones ofrecidas por distintos testigos de un mismo hecho suelen ofrecer, a veces de buena fe, versiones diferentes de lo que han visto al mismo tiempo.

Por eso prefiero limitarme a señalar, de acuerdo con el desarrollo del acto académico, los recuerdos de que tengo más viva y fija impresión.

Los nombres de los oradores y el orden en que intervinieron son los que siempre se han dado, que figuran, además, en la nota autógrafa de Unamuno que se reproduce en estas páginas. El primero que habló fue el catedrático de Historia, José María Ramos Loscertales. Y fue precisamente al citar éste unas palabras de El Criticón, de Gracián, críticamente despectivas para vascos –“corpulentos sin sustancia”- y catalanes –“bárbaros”, por su habla- cuando Unamuno comenzó a escribir sobre un desdoblado papel, creo que a lápiz. El problema que ahora se me plantea es la fijación del tiempo que pudo estar escribiendo. ¿Mientras hablaron todos los oradores? No lo creo, ni me parece lógico si se considera la brevedad del texto de la nota autógrafa. ¿Escribiría, además, en algún otro papel? No lo recuerdo.

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Pero doy fe de que escribió, afanosamente, mientras Pemán hablaba. Me interesaba mucho observar la impresión que pudiera causarle a Unamuno la oratoria de Pemán, de la que yo era un admirador entusiasta. Con la vista fija en él, pude comprobar que ni siquiera alzó la cabeza para mirarle, con el cuerpo vencido sobre el trozo de papel que tenía delante.

En la nota autógrafa se advierte, claramente, la duplicación de lo que pudiera considerarse el guión del improvisado discurso. A la izquierda, en grandes trazos rápidos y hasta con palabra superpuestas e intercaladas. Parece corresponder esta parte a las notas que comenzara a tomar Unamuno cuando hablaba Ramos Loscertales. Lo que escribiera mientras habló Pemán pudieran ser las líneas de la derecha, con letras de tamaño muy reducido, mejor perfiladas y en líneas más ordenadas, con la inclusión de ciertas

modificaciones. Tal vez se explicaría así el haberle visto escribir mientras hablaban el primero y el último orador.

En la reconstrucción más verosímil de las palabras pronunciadas por Unamuno, que es la ofrecida por Emilio Salcedo, en su Vida de don Miguel, lo que en realidad se hace es desarrollar las ideas apuntadas por aquél previamente. Pero faltan dos cosas, que tampoco aparecen anotadas por Unamuno, y que aseguro, sin la menor duda, que fueron dichas por él. La primera, referida a la fiereza y brutalidad de las masas populares en las dos zonas, con la única diferencia de que en una de ella las mujeres se ensañaban matando, mientras que en la otra acudían sólo a ver matar. La segunda, la cita del poeta filipino José Rizal.

Quizá uno de los principales factores de la tensión que iba condensándose en el paraninfo radicase en el tono de voz de Unamuno. De ella dijo Maeztu, al oírle hablar en 27 circunstancias muy parecidas, que era “encalmada y grave…, sin enfatismo ni fuegos de artificio, sobria y precisa, matemática”. Pero aquel clima de encalmada pasión fue roto abruptamente, me parece estarlo viendo, por la interrupción del general Millán Astray.

En mi interior, yo estaba de acuerdo con casi todo lo que decía Unamuno. Muchas de sus afirmaciones eran de puro sentido común, aunque en aquella ocasión resultasen explosivas. Sobre todo, cuando de manera inesperada, en su característico juego de ideas y de palabras, sacó a colación el fusilamiento de Rizal, héroe de la independencia de Filipinas, como ejemplo de la brutalidad agresiva e incivil de los militares. Yo mismo sentí un cierto desasosiego al oír pronunciar con elogio el nombre de quien había luchado ferozmente contra España. Y fue exactamente el momento en que Millán Astray se puso en pie y lanzó un grito, ahogado en parte por la gran ovación con que fue acogido. Pero yo le oí perfectamente decir:

– ¡Muera la intelectualidad traidora!

Admito que muchos no pudieran oír la última palabra de la frase, por el tumulto que se desencadenó. Entre las imprecaciones, las amenazas y los insultos, llegó a percibirse el ruido característico de algún arma que se montaba. Insisto en que me encontraba muy cerca de Millán Astray; puedo por ello negar, rotundamente, que lanzara después ningún otro grito, ni mucho menos el famoso ¡Viva la muerte!, que es el grito de la Legión. ¿Lo lanzó, en medio del alboroto, dirigiéndose a los legionarios de los que siempre se hacía acompañar y que se hallaban también en el paraninfo? No tengo razones para ponerlo en duda. Lo que afirmo es que, después de lanzado aquel primer grito suyo, como réplica a ciertas palabras de Unamuno, tras unos instantes de angustiosa indecisión, él mismo, en voz muy alta y con tono imperativo, se dirigió al rector, que se mantenía erguido en pie detrás de la mesa, para ordenarle:

– ¡Unamuno, dé el brazo a la señora del jefe del Estado!

Es muy posible que esto salvara la vida del rector. Del brazo de doña Carmen salió del paraninfo, entre los insultos y amenazas de muchos de los allí presentes.

Después del acto marchamos a almorzar, creo que, invitados por el Ayuntamiento, al restaurante de la Viuda de Fraile, en la plaza del Corrillo. Era la primera vez que yo comía allí. Naturalmente, no se habló de otra cosa que de lo ocurrido por la mañana en la Universidad. Antes de emprender viaje Pemán, aquella misma tarde, convinimos en que hablaría yo con el Generalísimo, para poder precisar el alcance y las consecuencias del hecho. En carta fechada en Cádiz, el día 16, me preguntaba Pemán: “Estoy preocupado por cómo terminó todo lo de Salamanca. ¿Hablaste con Franco?”

No llegué a entrevistarme con él. Por mi amigo Martínez Fuset supe que en el cuartel general se pensaba, con muy buen sentido, restar toda importancia al incidente y ni siquiera volver a mencionarlo. Claramente revelaban este criterio, aunque no reflejasen la realidad histórica, las reseñas publicadas al día siguiente por la prensa salmantina, y más concretamente por el ABC de Sevilla: “Después de breves palabras del señor Unamuno, el general Millán Astray pidió autorización para hablar, y el ilustre militar, en palabras de exaltado patriotismo, interesa del señor Pemán que continúe haciendo patria en los frentes de batalla.” Es posible que, de esta reseña de prensa, o de otra similar, saliera la versión, bastante difundida hoy, de que antes de lanzar Millán Astray su primer grito había solicitado dos o tres veces la palabra en voz alta. Yo no le oí semejante cosa.

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Marché a Burgos absolutamente convencido de que el incidente había quedado zanjado. Este era el deseo sincero del Generalísimo, según me reiteró, antes de salir yo de Salamanca, su auditor Martínez Fuset.

 

RELATO DE UN TESTIGO PRESENCIAL

 

Mientras tanto, el rector Unamuno había escrito unas líneas como apuntes durante las conferencias en un sobre: “guerra internacional; civilización occidental cristiana”, “vencer y convencer”, “odio y compasión”, “Rizal”, “cóncavo y convexo”, “lucha unidad catalanes y vascos”, “imperialismo lengua”, “odio inteligencia que es crítica, que es examen”

Tras la ovación a Pemán, tomó la palabra el rector Unamuno. En primer lugar hizo referencia a su cese del 22 de agosto por el Gobierno de Giral:

“…Aborrezco a la gentuza y a los degenerados embusteros que, esos sí, han perdido el culo para aprobar un Decreto despojándome de mi Cátedra y del Rectorado, en un gesto estúpido, ya que sus sucias manazas no pueden ejecutar lo que dicen aprobar, aunque eso sí, se han preocupado de darle publicidad y de que saliera en todos los periodicuchos rojos.”

Más aplausos. Después de esto, el rector continuó su discurso, improvisando sobre los apuntes que había ido tomando:

“Estáis esperando mis palabras. Me conocéis bien, y sabéis que soy incapaz de permanecer en silencio. A veces, quedarse callado equivale a mentir, porque el silencio puede ser interpretado como aquiescencia. Quiero hacer algunos comentarios al discurso del profesor Maldonado, que se encuentra entre nosotros. Se ha hablado aquí de guerra internacional en defensa de la civilización cristiana; yo mismo lo hice otras veces. Pero no, la nuestra es sólo una guerra incivil”.

Se escuchó aquí un murmullo. Don José María se retorció sobre el sillón que ocupaba. Sus peores presagios se hacían presente. Aquí venía Unamuno con otra de sus excentricidades. A saber por dónde iba a salir ahora el viejo profesor:

“Vencer no es convencer y hay que convencer, sobre todo, y no puede convencer el odio que no deja lugar para la compasión, el odio a la inteligencia que es crítica y diferenciadora, inquisitiva, más no de Inquisición. Dejaré de lado la ofensa personal que supone su repentina explosión contra vascos y catalanes llamándolos anti-España; pues bien, con la misma razón pueden ellos decir lo mismo. El señor obispo lo quiera o no lo quiera, es catalán, nacido en Barcelona, y aquí está para enseñar la doctrina cristiana que no queréis conocer. Yo mismo, como sabéis, nací en Bilbao y llevo toda mi vida enseñando la lengua española, que no sabéis…”

El general, además de haber perdido la pierna, el brazo y un ojo, sufría de vértigo. El tiro que le dieron en la cara en 1926 le destrozó también parte del oído. Le costaba mantener el equilibrio. A pesar de eso, hecho una furia, el glorioso mutilado se levantó de la silla como un resorte. ¡Me cago en mi puta estampa! Inmediatamente dos de sus escoltas presentaron armas, mientras el más próximo se acercaba para que no se cayese.

Miguel de Unamuno se traía un pique personal con José Millán Astray. Estaba cabreado porque habían tenido un roce en la recepción en la Universidad del día anterior. La actitud chulesca del general retirado le enervaba considerablemente. A ello había que unir que había solicitado el indulto del marido de su secretaria, que estaba condenado a muerte, y las autoridades competentes -el general Franco- no habían “reconocido el aval”. El cóctel entre la mala bebida de Millán Astray y la mala leche proverbial del Unamuno dieron como lugar a que el discurso del rector se extendiese de forma “poco cortés”, por así llamarlo.

Unamuno presagiaba una campaña larga, tanto en el Norte como en Cataluña. Era necesario poner fin a las arbitrariedades. No se podía fusilar a la gente sin procedimiento judicial. La aplicación del bando de guerra no era suficiente. De hecho, los paseos se prohibieron en diciembre. Millán Astray, por su parte, haciendo gala de su autodominio y contención de espíritu, fruto sin duda del estudio de las artes marciales orientales, al acabar el acto, entre el griterío de los falangistas y militares presentes, que reprochaban a Unamuno su actitud, terció:

“Se acabó. Dé el brazo a doña Carmen y ustedes (dijo a sus tres asistentes, uno falangista, otro requeté y el tercero, legionario) les escoltan hasta el coche.”

En medio del gentío, doña Carmen Polo, esposa del general Francisco Franco, se llevó a Unamuno agarrándose a su brazo, después de despedirse de los oradores. Le acompañó hasta su coche oficial que le llevaría a su domicilio. Por el camino, un grupo de gente, entre los que se encontraba el periodista Víctor Ruiz de Albéniz, se acercaron a despedirlo. Se le escuchó decir:

“Yo tenía que lanzar una bomba y ya la he lanzado.”

Millán se volvió a Unamuno y, como si nada hubiera pasado, dijo:

“¡Bueno, don Miguel, a ver cuándo nos vemos!”

“Cuando usted quiera, mi general.”

Se dieron la mano. Y el general, sin soltar la del glorioso escritor, gritó

“¡Vamos, muchachos, el himno de Falange!”

Al pie del vehículo, se despidieron del rector el general y el Obispo de Salamanca Monseñor Pla y Deniel, mientras el gentío los rodeaba brazo en alto, enfervorecido cantando el Cara al Sol. La fotografía que realizó Eustaquio Almaraz Santos se publicó en El Adelanto de Salamanca del 13 de octubre. Curiosamente, ahí se me puede ver a mí con la cara semi tapada. Hasta aquí lo que ocurrió en la Universidad de Salamanca aquel día.

MOISES DOMINGUEZ (testigo presencial)

Autor

REDACCIÓN