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Las civilizaciones que están en trance de desaparición o de colapso total, cuando llegan a los estertores de su existencia, hacen casi siempre alardes excesivos de crueldad. Y casi siempre, las víctimas de esa crueldad apocalíptica suelen ser los más débiles, aquellos que no pueden defenderse por sí mismos y que, por tanto, dependen de la caridad y conmiseración del resto de la sociedad. Los niños, los ancianos, los enfermos…, siempre han sido ellos los destinatarios de la ira de aquellos que elevaron el odio a la categoría de ideología política.
Como venimos denunciando, Europa y Occidente chapotean desde hace décadas en un insano relativismo moral que, presumiendo de haber dejado a Dios metido en un cajón, caminan sin rumbo ni brújula por el desfiladero de la Historia. Liberales y marxistas, casi por igual, lograron desarmar moralmente la civilización más próspera e ilustrada de cuantas han existido a lo largo de los siglos, dejando a la Humanidad en un limbo moral en el que todo vale. En el que la vida de una persona vale lo mismo que la de una alcachofa. En donde un niño en el vientre de su madre no merece más protección que un cachorro de mastín. Una civilización, la nuestra, en la que cualquier politiquillo de todo a cien se atreve a poner en solfa la Ley Natural y la Moral Objetiva.
Por desgracia, en cuestión de aberraciones morales, España va siempre a la cabeza en el Viejo Continente. Y de la misma forma en que nos apresuramos a legalizar el mal llamado «matrimonio homosexual», y a despenalizar el aborto prácticamente en todos los supuestos, ahora nos ponemos también al frente de los países que legalizan la eutanasia, o lo que la izquierda y los liberales llaman «derecho a una muerte digna», encargándose ellos mismos de determinar lo que es digno y lo que no. Decidiendo ellos (personas, algunas, sin la EGB terminada, o que hicieron su «doctorado honoris causa» como cajeras de supermercado), quién tiene derecho a vivir y quién debe morir en función de su utilidad y coste social.
Porque al final, no nos engañemos, detrás de su habitual farfolla argumental sobre los derechos y las libertades, lo que subyace es un odio visceral a la especie humana, y sobre todo a los más débiles e indefensos. Es lo que ha caracterizado al comunismo desde su mismo origen, y es lo que un liberalismo ateo y mayormente masónico ha elegido como forma de desmontar cualquier vestigio del cristianismo en Occidente. Abramos la puerta a que cualquiera pueda matar con la excusa de que la vida que se elimina no era una vida digna, nos ahorramos lo que cuesta mantenerlo conectado a una máquina, y ya de paso, la pensión correspondiente. Y encima quedamos como grandes defensores de la dignidad, en vez de como unos vulgares asesinos.
La dignidad de la vida humana procede de nuestra condición de hijos de Dios. No nos la da, por tanto, ni el Estado, ni el Gobierno, ni ningún partido político, y mucho menos un diputado. Con esa dignidad nacemos y con esa dignidad morimos cuando Dios nos llama a la Vida Eterna, sin que perdamos un ápice de ella, sea cual sea el estado en el que nos podamos encontrar. Igual si gozamos de la salud de un atleta, como si cargamos la Cruz de Cristo atados de por vida a la cama de un hospital. No hay vidas bonitas ni feas, no hay vidas perfectas e imperfectas, caras ni baratas, agradables o desagradables. Hay vidas dignas, en todo tiempo y lugar, porque somos los más privilegiados de toda la Creación. Somos, nada más y nada menos, que hijos de Dios.
Pero esta generación de piltrafillas que hemos tenido la desgracia de conducir a lo más alto de las instituciones, no solamente ignoran el origen de nuestra dignidad como personas, sino que han cerrado sus ojos y sus oídos a la Verdad, y no contentos con chapotear ellos en el lodazal del ateísmo militante, nos conducen a todos al abismo de la inmoralidad. Al más que dudoso honor de ser el cuarto país de Europa y el sexto del mundo en legalizar un tipo de crimen, como ya lo era el aborto libre. Primero dijeron que el niño no nacido no era una persona (abriendo la posibilidad de que podamos llamarlo calabacín o artrópodo, justo hasta el momento en que nace humano), y ahora afirman que sólo son dignas las vidas que ellos deciden que son dignas. Casi siempre, las que le cuestan menos dinero al Estado.
Algunos ya estamos convencidos de que nos encontramos al final de una era, y que probablemente estemos en la última recta del Fin de la Historia. Lo que tenemos claro, en todo caso, es que estamos obligados a denunciar cada uno de los ataques que esta civilización desnortada e inhumana lance contra cualquier persona o colectivo. Contra cualquiera, y especialmente contra los más débiles. Y aquí estaremos algunos, mientras tengamos libertad para poderlo hacer, aunque sólo sea para poder presentarnos algún día delante de Nuestro Padre del Cielo con algo en las manos. Aunque sólo sea para saber que luchamos en desigual batalla y que estábamos en el sitio correcto.
Autor
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Nació en Madrid en 1975. Es Doctor en Periodismo por la Universidad San Pablo CEU. Ha dedicado casi toda su vida profesional a la radio, primero en Radio España y desde 2001 en Radio Inter, donde dirige y presenta distintos programas e informativos, entre ellos "Micrófono Abierto", los Domingos a las 8,30 horas. Ha dirigido la versión digital del Diario Ya y es columnista habitual de ÑTV en Internet. Ha publicado los libros "España no se vota" y "Defender la Verdad", "Sin miedo a nada ni a nadie", "Autopsia al periodismo". Esta casado y tiene un hijo.