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No es fácil escribir estos días sin caer en un profundo pesimismo. Lo que estamos viendo en España, por más que fuera anunciado, no da pie a muchas esperanzas de salir de una crisis nacional muy preocupante. Desde una perspectiva histórica no es seguramente la más grave que hemos sufrido, pues, sin que sea reconfortante, hay que reconocer que tiempos peores fueron aquellos cuando el francés ocupaba militarmente la península, cuando la pérdida de los restos del otrora imperio español o cuando la anarquía y las hordas marxistas asesinas campaban a sus anchas en los prolegómenos e inicios de la guerra civil del 36. Sin embargo y pese a todas estas desgracias pasadas es necesario ser conscientes de que pocas veces ha estado España tan cerca de la ruptura de su unidad nacional. Lo que estamos viendo suceder en Cataluña exige un análisis riguroso de porqué hemos llegado a donde estamos. Y no me refiero a los bárbaros ataques y asedios a los que se ven sometidos los candidatos del partido VOX en el ejercicio de su derecho constitucional. Graves son sin duda y no sólo por la violencia de los émulos baratos de las juventudes hitlerianas sino porque son consentidos, si no orquestados, por la propia autoridad autonómica con la vista gorda del Gobierno de la nación atento solo a sus objetivos partidistas y porque en definitiva esta violencia beneficia los correspondientes que a largo plazo contempla para convertir España en una República plurinacional de índole marxista.
No puedo evitarlo. Cada vez que observo la situación en Cataluña el subconsciente me retrotrae años atrás a los estudios que en la vieja Escuela de Estado Mayor realizábamos sobre lo que la doctrina clásica denominaba «casos particulares de la batalla». La guerra subversiva era y es uno de estos casos. De las acciones políticas que vemos todos los días en Cataluña, podemos extraer muchas similitudes con lo que cabe denominar como acciones subversivas. ¿Acaso pueden tener otro nombre?
Entendemos la subversión como un conjunto armónico de acciones diversas, mediante las que una fracción más o menos reducida en principio, y entre la indiferencia inicial de la mayoría de la población, pretende perturbar la estructura política y social de un país para derrumbarla y sustituirla por otra. En este caso la secesión de Cataluña de la patria de la que secularmente forma parte, España. En cualquier guerra subversiva la premisa fundamental para el triunfo de la subversión es la necesidad de contar con el apoyo del pueblo al que es necesario abducir mediante ideas-fuerza. Así nos encontramos con falacias como que Cataluña es una nación sometida, que España nos roba,… etc. Falacias que, sabiamente difundidas a través de medios controlados y sobre todo mediante la educación escolar, acaban por instalarse en el corazón de una población ajena al principio a estos sentimientos; de hecho ya se ha impuesto, al menos aparentemente.
Las técnicas que cualquier movimiento subversivo lleva a cabo en la sociedad que quiere subvertir incluyen no sólo las del adoctrinamiento de las masas mediante campañas psicológicas, sino también las de intimidación, las de desmoralización y, llegado el caso, incluso, como sucedió en el pasado, en el País Vasco, la de la eliminación física de autoridades o elementos irreductibles o en su caso, también, su captación, bien por convencimiento o por amedrantamiento.
Un análisis profundo de lo que está sucediendo en Cataluña en los últimos años me lleva a la conclusión de que todas las acciones antes mencionadas han sido metódicamente aplicadas y seguidas en lo que los independentistas llaman «el proceso soberanista».
Para comprobar hasta que punto es cierto todo esto basta acudir a la hemeroteca y ver el entusiasmo y fervor con el que los abuelos de los salvajes que el otro día intentaron linchar a los candidatos de VOX recibían a Franco en esa localidad. Y lo que es peor, y deprimente, es intuir, al menos por lo que se desprende de las encuestas, que los impulsores de la secesión han logrado transformar una sociedad otrora trabajadora y llena de sentido común en una rendida casi del todo al caos y a la ruina en la que le han situado. En efecto, los previsibles resultados de estas importantes elecciones autonómicas no auguran nada bueno para Cataluña y por lo tanto para España, toda vez que los partidarios de la secesión seguirán teniendo el poder en sus manos. Un poder creciente pues no olvidemos que todos los años se incorporan al censo electoral un número no despreciable de jóvenes adoctrinados que se sumarán a la campaña secesionista. Y seamos conscientes, asimismo, que el tiempo juega a su favor.
Se acerca la hora de la aplicación de la firmeza de la defensa de la unidad nacional, siempre desde lo que explicita de una parte la Constitución española y de otra la historia.
España no puede tolerar la secesión de una parte tan importante de su territorio al amparo de una supuesta legalidad democrática que no lo es tal. No es hora de buscar culpables de porque estamos donde estamos – hay muchos – sino de mirar al futuro. Ante la pasividad de tantos que deberían asumir sus responsabilidades constitucionales es la hora ya de la sociedad civil. Una sociedad que debe movilizarse en defensa de lo que es de todos.
Buen ejemplo lo veo no solo en los valientes candidatos de VOX dando la cara ante el peligro sino también en asociaciones juveniles que van surgiendo cada vez más; reconozco la enorme dificultad de todo ello en el ámbito de la presente dictadura en la que nos encontramos y a la que no se le ve fin. Una dictadura impuesta por un Estado de Alarma innecesario pero que bajo la excusa de la pandemia está sirviendo para que este Gobierno socialcomunista nos arrincone cercenando derechos fundamentales que impiden el aglutinamiento de tantos núcleos dispersos de españoles que no están dispuestos a que nos roben lo que es nuestro.
¡Ya está bien! Cataluña es de todos los españoles y no de los adoctrinados locales resultado de la aplicación continua de procedimientos subversivos. Añádase a esto la poca confianza que tenemos muchos en unas elecciones que tufan a ilegalidad y a la segura falta de transparencia de los resultados .
Cataluña está sumida en la anarquía y no será este sistema partitocrático quien lo solucione. Vándalos asaltando a los candidatos de VOX allá donde estén sin la defensa obligada por ley de la fuerza pública a las ordenes de la Generalidad y la puesta de perfil del resto de los partidos bien por cobardía o por interés partidista es la prueba más clara de lo que digo.
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