22/11/2024 01:28
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El titulo que encabeza el articulo, sirve al filosofo del modernismo Gianni Vattimo para definir un discurso ecléctico entre el marxismo y la ética tradicional del humanismo cristiano. Su visión lúdica de la sociedad cuestiona conceptos básicos como la justicia, la verdad, el ser, el poder, la revolución. Influenciado por Nietzsche o Heidegger, afirma que el pensamiento débil es una “anarquía no sangrante”, una especie de ética de la tolerancia.

 

Resulta interesante la idea de que el actual caos de la “sociedad del progreso perpetuo”, comienza por el deterioro progresivo del principio de la realidad que fija el universo creado. La transformación política, sostiene el autor, “no se consigue a través de la toma del poder social”, como defienden los comunistas; ni por la “restauración del liberalismo clásico”, como sostienen los hijos de la revolución francesa; sino por las “contaminaciones del propio sistema”. Eso que tiene muy poco de entusiasmo, de conmovedor y menos de ascético, no puede sobrevivir a un mundo de confrontación de ideas, de intereses, donde la beligerancia es la única forma de vencer.

 

Sólo es débil aquel pensamiento que no es capaz de fijar en una concreta dimensión espacio temporal las mejores soluciones a los grandes retos de la humanidad, basado en la naturaleza humana, la experiencia de la tradición y en la historia de cada pueblo. La expresión, oral o escrita, con la que expresamos el pensamiento, sirve para designar realidades y, por mucho que las retuerzas, nunca dependerán de la ficción que marquen las encuestas de opinión. Cómo Sócrates con los sofistas, debemos rechazar la rentabilidad comercial de la política, tanto cómo la veracidad de las encuestas.

 

El pensamiento que transmitimos no varía al resultar erróneo, pero tiene sus consecuencias. Idéntica a la de tomar un camino equivocado a un aeropuerto; el lugar de mi destino, el aeropuerto, no se desplazará a mi encuentro para enmendarme el error. Lo mismo ocurre en política, quinta esencia de nuestras equivocaciones. ¿Cuántos bien intencionados votantes creyeron en el acierto de las soluciones que aportaba Ciudadanos, novedad inmaculada de la “nueva política”? Y en solo cuatro años vemos el resultado. ¿Cuántos, utópicos de izquierdas, creyeron que de la universidad asamblearia salían cuerdos hombres de Estado? Estamos viendo, a tiempo, sus consecuencias. ¿Cuánto tiempo llevamos viendo a los distintos Pe Pes (Poncio Pilatos) decirnos que iban a hacer tal o cual cosa, que eran la regeneración frente a la corrupción, que se opondrían a las leyes ideológicas de la izquierda y al control del Poder Judicial? Dos mayorías absolutas acreditan lo contrario.

 

La alucinación colectiva que nos provoca el progresismo y la modernidad consiste en hacernos creer que el futuro está donde ellos habitan, dónde nos señalan, a dónde nos conducen. Desean que la historia no sea contingente, ni producto de imponderables o del azar; la quieren diseñar, desde el poder, tanto nuestro futuro como el pasado; la única incertidumbre es sobre la rapidez de su advenimiento. De ahí la Agenda 2030. La oposición de lo antiguo, a lo nuevo, no tiene otro camino que el de su rápido reemplazo.

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En el patio de corrala en que han convertido la política, cabe hasta las desventuras de una “niña apellido”, como encarnación del feminismo doliente, epítome de la lucha de sexos, como en el siglo XIX y XX, lo fue de clases. El resto, lo hacen unos medios de masas, poderosos en idiotizar y conformar mentes, con un básico mensaje de pertenencia al rebaño progresista. Ello acredita la retroacción del pensamiento a la sensibilidad emocional del momento, incapacitante para discernir lo justo, reflexivo y conveniente.

 

En el primer libro de la Política, Aristóteles, adelanta cuales son los fundamentos de la misma: “la palabra sirve para manifestar lo conveniente y lo perjudicial, así como lo justo y lo injusto. Y esto es lo propio del hombre frente a los demás animales: poseer, él solo, el sentido del bien y del mal, de lo justo y de lo injusto, y de los demás valores, y la participación comunitaria de estas cosas constituye la casa y la ciudad”. Lo que constituye una comunidad política es compartir la idea del bien y de la justicia y su adecuación a las decisiones que tomamos.

 

Lo justo nunca es relativo, ni un dogma; es la búsqueda de lo que conviene a la mayoría. Y conviene la independencia de quién la imponga y que a todos vincule. Si una legalidad se dirige a favorecer o perjudicar a unos grupos humanos; si desea perpetuar unos derechos a quien no cumple con sus obligaciones; si ampara la vulneración de los principios constitucionales que protegen nuestra convivencia y garantizan la igualdad ante la ley; la precariedad y desprestigio se cernirá sobre nuestras instituciones y, la arbitrariedad, más o menos despótica, será la forma de Gobierno.

 

La vida política comienza cuando nos preguntamos juntos en el municipio, en la autonomía y en el Estado, ¿Qué es lo bueno y lo justo? De esa respuesta individual y consciente, sin prejuicios ni aditamentos adaptables sobre: ¿Qué es lo conveniente a la mayoría de los españoles residentes en Madrid?, debe salir la respuesta. ¿Si quieren que se bajen los impuestos, se aumenten las prestaciones sociales básicas y se fomente el empleo? Pueden votar indistintamente a Rocío Monasterio (Vox) o a Díaz Ayuso (PP). ¿Si quiere que se combatan, en Madrid, las leyes ideológicas de la izquierda, dejen de financiarse los chiringuitos memorialistas, de violencia de genero y feminismo, y paguen con sus impuestos la inmigración ilegal? No pueden equivocarse, deben votar a Vox. ¿Si están en contra del aborto y de la eutanasia? Voten a Vox, es más fiable el equipo de Abascal que el de Casado. ¿Si tienen pisos en alquiler y no quiere que se los ocupen o le fijen la renta por Decreto? También resulta más fiable Vox que el PP de Casado. ¿Si consideran que el sistema Autonómico, incluido el de Madrid, resulta insostenible y será la ruina de todos los españoles? No se le ocurra tirar el voto, solo Vox, lo lleva en su programa y lo cumplirá cuando se den las circunstancias. ¿Si cree en el estado de derecho, en la igualdad de todos ante la ley, y quien nos debe preservar de esos derechos básicos, posibilitando la independencia del poder judicial? No ofrece duda, debe votar a Vox, Casado ya está deseando pactar con Sánchez, como si de cromos se tratara, los nombramientos del Consejo General del Poder Judicial. ¿Si quiere que en Madrid no se adoctrine en las escuelas, que sean los padres los que eligen la educación a sus hijos y no se discrimine la enseñanza concertada? Es más fiable al voto a Vox, aunque sea probable la coincidencia en ese extremo.

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¿Si le repugna el espectáculo de ver como se comercia con su voto, el trasvase de diputados y concejales, el transfuguismo interesado del poder que lo promueve? Su elección es segura. Solo los elegidos por Vox mantienen el respeto que da el haber salido elegidos no por unas siglas, sino por unas ideas y un programa a cumplir. Hasta en Murcia se dio el ejemplo de unos diputados, expulsados de Vox, que no fueron almoneda y preservaron su dignidad de personas fieles a su palabra y compromiso político con el mandato de sus votantes. Solo la excepción, que confirma la regla, puede darse en Melilla. ¿Si busca la utilidad del voto con los parámetros del bien común y la justicia? No debe dudarlo, aunque toda la campaña le insistan en lo contario. Cuanto más crezca Vox más posibilidades habrá de mayoría absoluta, pues si Ciudadanos se va por el sumidero de su deslealtad con los votantes; a partir del 5% todos los votos computan igual, sistema proporcional, por lo que dependerá, en gran medida, de lo que haga Vox para derrotar a la izquierda guerra civilista y totalitaria.

 

El filósofo Gustavo Bueno, nos advertía sobre la ensoñación infantil de quien concibe el mundo como la “Alicia” de Lewis Carroll, y gobierna como Zapatero y ahora Sánchez de espalda a la realidad y con el solo objetivo de permanencia en el poder. Ese pensamiento débil, acrítico, vacío de contenido, lo mismo, decía él, “es capaz de llamar personas humanas a los simios; progenitores A y B a los miembros de las parejas homosexuales a los que se les ha concedido un niño en adopción; o fascistas a quienes vencieron en la Guerra Civil española”. De esa permanente equivocidad surgen las actitudes optimistas y angelicales, de un simplismo preocupante, que encubren los problemas reales del pueblo bajo un manto de fantasía, hipócrita y de mala fe, carente de contenido.

Madrid el 4 de mayo adquiere el tinte de las batallas decisivas, aunque sea mediante el voto y tenga la forma de democrático. Como el oficial de los defensores del Cuartel de Simancas transmitió, con suprema heroicidad, al crucero Almirante Cervera: «el enemigo está dentro, disparad contra nosotros», hoy habría que decir a los indecisos, a los del voto útil, a los que temen más a la mafia política que a la ley y sus defensores: “votad por nosotros (Vox), porque el enemigo está dentro”.

Autor

REDACCIÓN