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Si quisiéramos trascender la vida política y buscar una semejanza que definiera su génesis, no se me ocurre mejor parábola que la del avión. Aquí, obviamente, no hablamos de “la sección cónica de excentricidad igual a 1”; sino de una forma literaria que consista en relatar, de manera figurada, la analogía relativa a un tema explícito. En esencia, la parábola viene a relatar, de manera simbólica, un hecho basado en una observación verosímil.
Confieso que la parábola del “hijo prodigo” siempre perturbó mi fe, por lo injusto del resultado, aún mitigado por la enseñanza de algún bienaventurado amigo, teólogo. La parábola del avión la tengo interiorizada como un trayecto no vital, en el que un numero de ciudadanos se suben a él, le otorgan su confianza, le votan, toman asiento en su interior y esperan un trayecto sin turbulencias, y el aterrizaje en el aeropuerto prometido sin sobresaltos. El avión, como símil de un partido político, además de sus siglas, color/matriculación, tiene su forma de dirigirse a los pasajeros, sus órganos de partido encargados de acomodar a quienes ven más ambiciosos y, unos pilotos, auxiliares y azafatas presentados a bombo y platillo como expertos en atravesar cualquier compleja dificultad de modo simple, principal aliciente para elegir ese avión y no otro.
¿Que hace que los pasajeros prefieran un avión, y no otro? ¿Qué decidan no volverse a subir al avión en el que habían estado, más o menos despiertos, durante un trayecto, más o menos largo? ¿Por qué se estrellan los aviones a la hora de aterrizar en un nuevo aeropuerto o al despegar hacia un nuevo destino? Hasta ahora, gracias a Dios, ningún avión se estrelló en vuelo, como en el pasado, dejando un reguero de muertos, aunque muy poco faltó en Cataluña el 27 de octubre de 2017, de infausto recuerdo. Sonoros y estrepitosos accidentes incruentos, han llevado al desguace a rutilantes aviones como el de UCD; CDS; UPYD; y seguirá el mismo camino Ciudadanos y Unidas Podemos, en menos de dos años.
El desencanto es peor que la niebla y el viento, para el vuelo de la política, y llevan mucho hielo de desencanto, cada una de las alas del avión. La peor turbulencia viene cuándo el pasaje empieza a descubrir que el coste del avión y vuelo le resulta inasumible; que el piloto les engañó, variando la ruta, y que los auxiliares de vuelo van borrachos, embriagados de negra codicia. Cuando el pasaje comienza a encolerizarse, no hay navegación posible y, o aterrizas de manera brusca y convocas nuevas elecciones, o te arriesgas a que asalten la cabina y busquen un sustituto del piloto, de urgencia. En esa tesitura se encuentra el sistema político en España. O realizamos un “overhaul” del sistema o podemos encontrarnos con una previsible catástrofe. El sistema se ha quedado viejo y obsoleto y su fuselaje, motor y piezas básicas.
La cota de hartazgo, desencanto, frustración y ruina que vienen soportando los viajeros que han ocupado periódicamente casi todos los aviones es de tal naturaleza y gravedad, que amenaza la propia navegación aérea y el funcionamiento del aeropuerto. Comienza a escasear el combustible y el pasaje, en tierra, a percibir la escasa fiabilidad de los aviones y la nula pericia de sus pilotos, por mucho que lo intentan ocultar los altavoces mediáticos, desde la barrera de la subvención publica o, desde el apoyo a los papanatas privados con créditos blandos o prestamos a fondo perdido. Al deterioro irreversible del sistema aeronáutico político, han contribuido dos aviones en franco monopolio bifocal: PSOE y PP.
El sistema electoral, establecido con la democracia, limita el tráfico aéreo a dos aviones de gran tonelaje, de calculada historia y reconocible peso en las estructuras del “nuevo estado”; uno a la izquierda que marcará la ruta y, otro a la derecha, que le seguirá, contentándose con una temporal alternancia de poder, sin variar las reglas impuestas por la izquierda. Se permite la circunvalación de nuestro cielo a otros aviones, llamados autonómicos, a los que se deja cogobernar en virtud de su sola implantación territorial. La ventaja otorgada sirve para desestabilizar y destruir toda acción común o de gobierno de la nación. Pero nadie se molesta en modificarla y esta ucronía viene tolerándose desde hace más de cuarenta años.
El deterioro del monopolio político es tan profundo, la corrupción generada tan palmaria, la desafección hacia los dos partidos tan notoria, que la sociedad civil aglomerada en el aeropuerto nacional y deseando un mayor protagonismo auspició el flete de otros tres aviones. Uno, fue creado desde el totalitarismo irredento, con fondos bolivarianos, para aprovecharse del caos aeroportuario, de la modorra social y del vacío histórico. Quería prenderlo todo y casi se abrasa con una cerilla. Otro, creyendo que una parte de la política virtual, era el todo, buscó el centro, existente en la geografía, pero no en la política. Aún muchos pedantes politólogos, siguen situando la virtud y el acierto, en esa calculada equidistancia entre la verdad y el error.
El tercer avión, sale del hangar como una necesidad vital de supervivencia nacional. Rueda en la pista de despegue para impedir que los españoles dejemos de ser libres e iguales; que se nos discrimine en el idioma común y en según que territorio. Entra al ascenso y vuela a exigir regeneración de las instituciones democráticas. Llega para evitar la discriminación legal por ser hombre. A frenar la ruina el tejido empresarial y los impuestos confiscatorios. A prohibir que se acoja a ilegales y vivan en mejores condiciones que nuestros propios ciudadanos. A imposibilitar que se forme gobierno con separatistas y terroristas. A derogar la ley que impone la historia como venganza, mediante un relato político, falso y discriminador. A vetar la continuidad de un poder judicial al servicio del poder político, y unos medios de comunicación financiados y dominados por servilismo al poder. Vox es la voz de los sin voz, ni esperanza de la sociedad civil, larvada durante mucho tiempo. De ahí su rápido crecimiento.
Ya en velocidad crucero los distintos aviones de lo política, con sus sobresaltos diarios y, su avión nodriza comunitario, van descendiendo, en aproximación, a futuras contiendas electorales. Desde este satélite de la pluma, con más deseo que realidad, vislumbro que el PSOE Sanchista y el PP Casadista, puedan terminar como sus homónimos italianos, el socialismo de Bettino Craxi y la Democracia Cristiana de Giulio Andreotti. Ya queda menos tiempo a similar nivel de corrupción. Sólo queda que el poder judicial recobre su independencia o, al menos, luche por ella, contra la corrupción política; que se forme un “pentapartito” con el PP; y que Isidre Fainé, termine como Roberto Calvi, aunque el nuestro es “el banquero de Dios, del separatismo, del Emérito, del Sistema” y, si hubiera querido, del sistema métrico decimal.
Mucho debe cuidarse Vox por la trascendencia de su misión, la urgencia de su presencia y la dificultad de la empresa, dentro de un sistema corrompido en instituciones, ideas y costumbres. La subida a un avión, como el voto a una opción política, tiene mucho de emocional, de sentimentalidad voluble y efímera. La velocidad define, hoy, el vuelo de la política, y los cambios son bruscos y profundos. Sólo la solidez de las ideas y la trascendencia de las mismas, sometidas al tamiz de la experiencia, pueden servirnos en la travesía. En el avión, tan aparentemente bien acomodado, tiene que haber algunos arribistas, otros con escasa formación, varios egoístas; puede que resentidos, envidiosos, en fin, lo que ocurre en todas partes. Pero aquí no puede, ni debe, ser igual. Tienen, quienes dirigen el pasaje, que poseer, con carácter previo, una moral y un estilo definidor, ejemplo del ideario que propugnan.
Como señala Sir John Templeton en referencia a los mercados, pero trasladable a la política: los gobiernos de derechas vienen como consecuencia de estados emocionales de pesimismo; se desarrollan en el escepticismo; maduran en el optimismo; y desembocan, por la euforia, en el socialismo. En el período actual de espera para el aterrizaje, mucho debe agilizar Vox la incorporación de lo mejor de la sociedad civil, y estructurarla en cuadros meritocráticos con capacidad y dialéctica para hacer frente a la destrucción que se avecina. Mucha implantación se requiere en todo el territorio patrio para que el mensaje llegue nítido y sin interferencias mediáticas interesadas. Ardua tarea, a la altura del reto.
La actual organización debería darse la vuelta como a un calcetín, sin contemplar los éxitos obtenidos, sino los futuros envites a sortear para que el reto del éxito continúe. Peor que los enemigos, son los indolentes amigos. Peor que la dificultad es la impericia. Peor que el error es el amiguismo. Peor que la maldad es la torpeza. Peor que la indisciplina es la arbitrariedad. Todo ello no puede adherirse a la acción del mando, sin erosionarla; sin restar eficacia y solidaridad a la empresa.
El avión de Vox, en cuyo aeropuerto, España, espera su aterrizaje en forma de gobierno, viene escoltado por los ángeles al viento de los concebidos que merecen vivir; el viento de cola de cuanto anciano no desea morir; la turbulencia pandémica del desgobierno; y el permanente pasado macizo de una raza pugnando por renacer. De ahí la trascendencia de la empresa que exige no sólo expertos y valientes pilotos, sino un selecto pasaje capaz de no desfallecer y unos auxiliares de vuelo, con identidad de objetivos, firmeza en las convicciones e implantación ejemplar en toda España. Sé que no ha dado tiempo, pero también que no hay tiempo que perder. Vamos a volar sobre los acontecimientos, sin esperar que la niebla del sistema nos impida aterrizar, estrellándonos contra los montículos de la vanidad, la codicia y la cobardía.
La hoja de ruta de los cien puntos para regenerar la política hispana, vienen escritos en su programa. Que el pueblo los conozca, asuma y se sume, por convicción, es la tarea perentoria. Toda componenda será inútil y hasta perjudicial, como nos lo viene demostrando estos cuarenta años de bipartidismo, corrupción y cada vez mayor pobreza e indignidad.
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