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Llenaron los tanatorios de muertos, cubrieron de luto y ausencia a miles de familias españolas. Sus víctimas eran sacadas por la gatera con apresurados responsos de curas miserables, redactados por obispos felones que ordenaban despojar los ataúdes de la Bandera de España y arrojarla fuera del templo como se tira a la basura un kleenex lleno de mocos. No había misericordia para los despedazados por ETA en las iglesias de Sabino Arana, cuyas sacristías eran (lo siguen siendo) los santuarios de los asesinos y el bálsamo del perdón para sus crímenes. Esos curas envilecidos por la mística del separatismo y por la lírica del crimen, lavaban las manos colmadas de sangre inocente de los sicarios de ETA, mientras sus prelados, con y sin mitra, del PNV negociaban con los gobiernos de España una nómina, un escaño y un buenpasar para los pistoleros que durante décadas llenaron las calles de España de cuajarones de sangre, y sus cómplices silentes cerraban las contraventanas de sus puercas madrigueras al oir los tiros, murmurando la letanía de todos los cobardes podridos de miedo: “algo habrá hecho”. En la cocina el marmitaco al fuego, en las aceras los muertos, solos, desangrádose sobre los adoquines, sin el consuelo último de la mano de un buen samaritano que les cerrase los ojos. Pueblo de cobardes bendecido a manos llenas por la riqueza nacida de los bolsillos y del sudor de sus víctimas, y agasajado con el perdón del Estado que cae sobre los asesinos de ETA como el maná de la infamia, como la lava intestinal de todos los gobiernos democráticos y como la baba de todos los necios como Pachi López, que leen en los excrementos dialécticos de Arnaldo Otegui la redención de los crímenes etarras en el perdón de sus rencorosas víctimas a través del histriónico y embustero “reconocimiento del sufrimiento causado”.

¡Vae victis!, con su dolor muerto en la tumba de sus bocas, con la amarga desesperación de la derrota en sus ojos y con su legítima furia convertida en impotencia, obligadas a chapotear en un albañal de hijos de puta, en una charca de cobardes y de canallas aduladores de ETA que ponen en almoneda las nucas zurcidas a balazos, los cuerpos mutilados por las bombas y el dolor lacerante de las viudas y de los huérfanos a cambio de los votos del comando parlamentario de ETA a los Presupuestos Generales del Estado, en cuyo Debe está consignada la puesta en libertad de doscientos asesinos, feroces en su fría cobardía, cuya misión sin gloria consistía en matar por la espalda a un inocente desarmado al abrigo de una celada. Piara de hijos de puta pastoreada por Zapatero y Rajoy, por Pachi López y por Arnaldo Otegui cuya lava intestinal acaba der ser derramada sobre las víctimas de ETA como una catarata de mierda incandescente que calcina a los muertos olvidados, la sal de antiguas lágrimas y la última mirada velada por la pólvora y la metralla de todos los que cayeron para acabar convertidos en el tanteo de esta timba entre hijos de puta y cobardes en la que Arnaldo Otegui es el croupier que reparte los naipes y las amenazas marcadas con el 9 mm parabellum. ¡Vae victis!

Autor

Eduardo García Serrano
Eduardo García Serrano
Eduardo García Serrano es un periodista español de origen navarro, hijo del también periodista y escritor Rafael García Serrano. Fue director del programa Buenos días España en Radio Intereconomia, además de tertuliano habitual de El Gato al Agua en Intereconomia Televisión. Desde el 1 de Febrero del 2019 hasta el 20 de septiembre del 2023 fue Director de El Correo de España y de ÑTV España.