22/11/2024 13:03
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Dentro de unos días se cumple el 46 aniversario de la muerte de Franco y se escribirá mucho a favor o en contra. Yo me voy a limitar a reproducir alguna de las cosas que en estos 46 años escribí y publiqué. Aunque algunos discrepen yo defiendo que hay un Franco desconocido y del que las Izquierdas y los vencidos del año 39 no quieren ni oír hablar. Pero los hechos son sagrados y los hechos están ahí. Franco además de todo lo que quieran decir que fue, fue un verdadero intelectual. Pero de esa visión y realidad de Franco hablaré en otro lugar. Aquí y ahora quiero reproducir las palabras que escribí como introducción de mi obra “El otro Franco”. Decía entonces:

“Pero, antes de entrar en el tema central de este libro, me parece fundamental dedicar unas palabras al «personaje Franco» y al marco histórico en que se desarrolló su vida, pues de lo contrario corremos el riesgo de dislocar las cosas -a favor o en contra- como les ha sucedido a tantos de sus biógrafos y a gran parte de los historiadores, quienes por una previa orientación ideológica, por rutina o por comodidad han centrado sus comentarios y su trabajo sólo en su persona y en sus bondades o maldades naturales. No, Franco no puede estudiarse aislado del contexto histórico que marca su vida y sin aceptar que para bien o para mal fue y será para siempre un «personaje», uno de los grandes personajes mundiales del siglo XX. Intentar ambas cosas -sacarle del marco histórico en el que se desarrolla su vida y no reconocerle su importancia de «personaje»- sólo puede conducir adonde han desembocado muchos de sus biógrafos panegiristas o sus enemigos declarados: al desconocimiento integral del personaje. 

Francisco Franco nació a la vida pública cuando España se lamía aún las heridas del «desastre del 98» y los intelectuales hablaban y escribían de «regeneración», «renovación», «nueva política» y «revolución» (desde arriba o desde abajo)… cuando los males de la nación estaban tocando fondo y los españoles más jóvenes pensaban que había que hacer «borrón y cuenta nueva», renovarse o morir. Son los años críticos de don Miguel de Unamuno, de Ramiro de Maeztu, de José Martínez Ruiz Azorín, de Antonio Machado, de Pío Baroja, de Ortega y Gasset, de Marañón, de Pérez de Ayala, etc., y los de Antonio Maura, Canalejas, Pablo Iglesias, Melquíades Álvarez, Azaña, Azcarate, Lerroux y tantos más. O sea, el primer período de la difícil última centuria de la historia de España. 

Pero es también la etapa crucial de Europa, la encrucijada donde se encuentran y chocan todos los «ismos» habidos y por haber, desde el capitalismo al marxismo pasando por el modernismo, el cubismo, el expresionismo o el aeromodelismo, el expansionismo y el fascismo… amén del comunismo, que va a ser la «bestia negra» a partir de la Revolución Rusa de 1917. Son los años que preceden y siguen a la Primera Gran Guerra, aquella que puso fin a la belle époque y, aunque con retraso, al siglo XIX. Un cuarto de siglo que conmociona y revoluciona el mundo de las artes, las ideologías, la técnica, la industria, la agricultura, la navegación, el arte de la guerra, las costumbres, la geografía y, ¡cómo no!, la política. 

Pues bien, en ese marco histórico, sin duda uno de los más revolucionarios de la historia de la humanidad, es donde hay que situar a Francisco Franco para entenderle como «personaje», sin olvidar, claro está, que ese marco se ampliaría después hasta abarcar una guerra colonial, dos guerras mundiales, una guerra civil y el choque a muerte entre los fascismos y el capitalismo y el comunismo. Como tampoco hay que obviar, por supuesto, los nombres que suenan durante los años de su primera juventud y los posteriores de sus etapas de gestación y gestión[3], es decir, los de Lenin, Trosky, Stalin, Churchill, Mussolini, Hitler, Roosvelt, Petain, Mao, De Gaulle, etc. Es curioso pensar, por ejemplo, que el ascenso de Franco a comandante coincide en el tiempo con el acontecimiento más importante, quizá, de este siglo: la Revolución Rusa del mes de febrero de 1917, la que destrona al zar Nicolás y al sistema monárquico (la otra revolución, la de los comunistas de Lenin, la de la matanza de Ekaterimburgo, sería, como se sabe, en el mes de octubre). 

Franco es, además, protagonista destacado en la guerra de África, siendo el general más joven de Europa en 1926, el salvador de la República en 1934, el Generalísimo en 1936 y el jefe del Estado entre 1936 y 1975 (uno de los mandatos más largos de la historia de España, incluidos los Reyes de la Casa de Austria y los Borbones), es decir, sesenta años de ininterrumpido protagonismo histórico. Por tanto, ¿quién puede negarle a Franco su categoría de «personaje histórico» sin caer en el ridículo? 

Por lo que se refiere a lo personal, el personaje Francisco Franco no puede entenderse sin tener presente las líneas maestras de su conducta y su pensamiento (un pensamiento modelado y sostenido, como se demostrará en este libro, en las intensas lecturas de sus mejores años) como hombre, como padre de familia, como creyente, como militar, como político y como español. Porque no hay que olvidar lo que Franco opina sobre la libertad, la familia, la religión, el deber y la disciplina militares, el gobierno de la nación y el ser español. Veamos. 

Sobre lo primero dirá un día: «Nosotros no negamos la democracia; nosotros queremos ser fieles a la democracia. ¡Ah!, pero no queremos que las libertades se pierdan en la anarquía; amamos la libertad, pero una libertad compatible con el orden, porque en el desorden naufragan todas las libertades…» 

Respecto de la familia dice: «Para nosotros la familia constituye la piedra básica de la Nación. En los umbrales del hogar quedan las aficiones y las hipocresías del mundo, para entrar en el templo de la verdad y de la sinceridad. No en vano sobre la fortaleza de los hogares se ha levantado nuestra mejor historia. Al correr los años, nuestra Nación ha sido, más que una suma de individuos, una suma de hogares, de familias con un apellido común, con sus generaciones y jerarquías naturales y sagradas, con la solidaridad que mueve a unos en servicio y ayuda de los otros y que hace sentir con más fuerza que si fueran propias las desgracias o los sufrimientos de los demás…» 

Como creyente opinará siempre que España y el catolicismo son dos cosas consustanciales: «La Iglesia Católica ha sido crisol de nuestra propia nacionalidad… la historia de España está íntimamente ligada a su fidelidad a Nuestra Santa Iglesia. Cuando España fue fiel a su fe y su credo, alcanzó las más grandes alturas de su historia; en cambio, cuando olvidando o negando su fe, se divorció del verdadero camino, España cosechó decadencia y desastres.» 

Como militar fijará su posición exacta en dos delicadas circunstancias. Cuando le cesan como general director de la Academia de Zaragoza, y ante la encrucijada vital de 1936. En la primera ocasión dice: «¡Disciplina!… nunca bien definida y comprendida. ¡Disciplina!… que no encierra mérito cuando la condición del mando nos es grata y llevadera. ¡Disciplina!, que reviste su verdadero valor cuando el pensamiento aconseja lo contrario de lo que se nos manda, cuando el corazón pugna por levantarse en íntima rebeldía o cuando la arbitrariedad o el error van unidos a la acción del mando. Ésta es la disciplina que os inculcamos. Ésta es la disciplina que practicamos.» 

Y durante la celebración en Sevilla del primer aniversario del 18 de julio dirá: «Al ejército no le es lícito sublevarse contra un partido ni contra una Constitución porque no le gusten; pero tiene el deber de levantarse en armas para defender a la Patria cuando esté en peligro de muerte.» 

Como político, Franco tendrá dos obsesiones: el comunismo 

y la ingobernabilidad del Estado. «El comunismo -diría un día­ es un peligro universal y evitar que triunfe en España es el mejor servicio que podemos prestar al mundo occidental…» «Ocurrirá lo que tiene que ocurrir, señor presidente -le dirá a don Niceto Alcalá Zamora en 1936, el día que va a despedirse de él para incorporarse a su nuevo destino en Canarias, como comandante general- pero, desde luego, donde yo esté no habrá comunismo.» 

La otra obsesión queda enmarcada en estas palabras: «Nunca nos han preocupado las palabras, sino los hechos. En política, las palabras son fáciles: libertad, autoridad, fraternidad, derecho, progreso, justicia, y así, sucesivamente se pueden combinar de muchas maneras en discursos elocuentes. Nuestros archivos parlamentarios están llenos de ellas; pero hay que leer al mismo tiempo el resto de la crónica de aquellos años. Se puede hablar de democracia y luego interpretarla cada uno a su manera: democracia liberal, parlamentaria, popular, socialista, dirigida, gobernada, etc. Lo que es difícil es darle a un pueblo en un momento dado, la realidad de una mejor economía, de una más auténtica justicia social, de una más efectiva participación, de una mayor cultura, de una verdadera libertad… los hechos, y no las palabras, son los que avalan para bien o para mal el sistema democrático.» 

Y sobre el ser español y sobre los españoles dice: «El Cid es el espíritu de España… aquel espíritu que no se hinca de rodillas y exige el juramento de Santa Gadea o aquel que se pone en pie de guerra para expulsar al invasor Napoleón…» 

O también: «Los españoles somos solidarios en el destino y no podemos hurtamos a los dictados de la geografía y de la historia; a golpe de invasiones se forjó nuestra nacionalidad. Mucho antes que otros pueblos, España ya era nación, y al templarse nuestro carácter en la lucha fuimos fieros de nuestra independencia y proyectamos nuestro ingenio por el mundo, hasta que la invasión de doctrinas extrañas acabó sumiéndonos en la decadencia. El secreto para anulamos o vencemos fue siempre el mismo: el dividirnos interiormente; así perdimos los mejores años en que el mundo se transformaba, con un siglo de constantes luchas intestinas.» 

Éste es Franco. Éste fue Francisco Franco. Un hombre de ideas muy claras y de pocos pero firmes principios. Lo demás, todo aquello que quieran poner en su «haber» los adictos o cuanto pongan en el «debe» de su biografía los enemigos, sólo será fruto o consecuencia de la circunstancia histórica que vivió y de los graves acontecimientos con que hubo de enfrentarse. De ahí que tan error sería subirle a los altares como borrarle de la historia. 

Franco fue simplemente un hombre… el hombre que protagonizó los destinos de España durante gran parte del siglo XX y «personaje» que en la vida y en la muerte convivirá ya para siempre con los grandes personajes de nuestra última centuria. 

Pero, insisto, el personaje Franco sigue siendo, a pesar de todo, un gran desconocido, para muchos, incluso, un misterio, un ser de reacciones imprevisibles, encerrado en sí mismo y tímido hasta la saciedad… y, ¿por qué?, sencillamente, porque nadie se entretuvo en estudiar a fondo su formación intelectual y sus largas horas de lectura y meditación. Franco para la mayor parte de sus biógrafos sólo fue un militar, aquel soldado que al decir del político socialista Indalecio Prieto llegaba en los momentos decisivos a la «fórmula suprema del valor». Y, sin embargo, se silencia que Franco fue un lector empedernido de Galdós, de Valle-Inclán, de Unamuno, de Machado, de Pemán y, a través de ellos, de los grandes pensadores europeos de su tiempo. Lo cual me parece fundamental para conocer al «personaje» y entender su vida y su obra.

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[1] El día 18 de Brumado corresponde al 9 de noviembre de nuestro calendario. 

[2] Para saber todo lo que pasó en 1930 y 1931, consultar la obra del autor Todos contra la Monarquía, Plaza y Janés, 1985. 

[3] Ortega y Gasset divide la vida del hombre en diferentes etapas con una duración de quince años y las define así: desde su nacimiento hasta los quince años, etapa «entrada en la historia»; de los quince años a los treinta, etapa de «formación, absorción de conocimientos, sueños y proyectos»; de treinta años a cuarenta y cinco, etapa de «gestación y lucha por el triunfo»; de cuarenta y cinco años a sesenta, etapa de «gestión, predominio y mando»; de sesenta años en adelante, etapa de «supervivencia histórica» … (claro que actualmente los tiempos han cambiado). Esta «Teoría de las Generaciones» se expone y desarrolla en su obra En torno a Galileo, Obras Completas, Revista de Occidente.”

Autor

Julio Merino
Julio Merino
Periodista y Miembro de la REAL academia de Córdoba.

Nació en la localidad cordobesa de Nueva Carteya en 1940.

Fue redactor del diario Arriba, redactor-jefe del Diario SP, subdirector del diario Pueblo y director de la agencia de noticias Pyresa.

En 1978 adquirió una parte de las acciones del diario El Imparcial y pasó a ejercer como su director.

En julio de 1979 abandonó la redacción de El Imparcial junto a Fernando Latorre de Félez.

Unos meses después, en diciembre, fue nombrado director del Diario de Barcelona.

Fue fundador del semanario El Heraldo Español, cuyo primer número salió a la calle el 1 de abril de 1980 y del cual fue director.
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