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El grana Sócrates, mártir de la intemporal filosofía clásica, llegó a decir como apóstol natural de la razón en aquella época pagana de la Atenas del siglo IV (a. C.): “Dios me puso sobre esta ciudad, como el tábano sobre el caballo, para que no se duerma ni amodorre”.
Genial ejemplo aguijoneador contra los sofismas de su tiempo y el manejismo de aquellas gentes ante la estrenada democracia helénica.
Esto ha pasado con este toque de atención de la subida del partido político VOX, a la cobarde derecha tolerante con las falsas “memorias históricas” de los piojos rojos revanchistas; con el horrendo crimen del aborto auto suicida de una nación que se llama “la España despoblada”; con la despenalización de la blasfemia, contradictoria con el derecho al respeto de la religión católica (de la que se nutre principalmente el electorado de ese partido); con la permisividad del matrimonio homosexual y en fin, con la ideología masónica-liberal-antitea, como la del socialismo rampante, siendo ambos líderes dos caras de la misma moneda…, pero falsa.
La subida de votos de VOX representa un voto de protesta de tantos españoles ya aburridos de ideologías in efectivas, multiplicación de funcionariado de políticos parasitarios, que no amantes de la Patria, ni perseguidores del bien común, afanados en protagonismos chulescos de la lucha continua entre partidos políticos más que luchadores anónimos por el verdadero progreso moral, primero, para que brote como lluvia espontánea el bien material.
Una nación, no progresa a base de multiplicar partidos políticos que, en esencia, acaban en esa desintegración de la fortaleza de la unidad nacional, la confrontación con otras regiones patrias, el protagonismo del “quítate tú para ponerme yo”, la deslealtad a los fines propios de la conducción de la gran familia nacional hacia su desarrollo integral moral, cultural y económico.
Sólo en la “reconquista de la unidad católica” se consigue la fortaleza integradora de la Patria y después, se cosecha como espontáneo tesoro la libertad, pero “la libertad de los hijos de Dios” (Rom. 8)., que no es la ruptura de los límites de la ética natural de la ley divin0-positivas del Decálogo, sino la racional y exigitiva obediencia al orden divino eterno, sin el cual está la destrucción del entorno social y del individuo en particular, acabando en el callejón sin salida del libertinaje.
Tampoco existe la llamada “democracia cristiana”, porque son términos antitéticos; ni la democracia se funda en verdades cristianas sino demagógicas y materialistas, ni el cristianismo se funda en la supuesta verdad del número de votos, sino en las verdades reveladas de lo alto, que por la misma altitud, está por encima de todo y de todos.
Esperemos que estos inicios del toque de atención ante el crecimiento del descontento social, de la inseguridad ante el presente y el futuro, y el aburrimiento ante la abulia por falta de ideales trascendentes, el vacío de las mentes y las cegueras del ateísmo práctico de estos sistemas liberales, hagan brotar la verdadera primavera de la alegría de la libertad, de los Hijos de Dios.
Acaso un tábano sea insuficiente para hacer despertar al caballo de las Constituciones ateas, pero puede ser un esperanzador comienzo.
Al fin, todo es posible al que cree, aunque no fuese más que por único remedio forzoso…, y sin derecho a quejarse.
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