21/11/2024 20:27
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Ante la invasión de Ucrania por los ejércitos mandados por el chequista Putin, todos los Gobiernos civilizados del mundo defienden a los agredidos. Algunos, como nuestro señor Sánchez, simplemente de boquilla, gracias a Dios, porque nada podría sernos peor que este inútil metido a estratega. Tampoco podemos criticar -nosotros, los que vemos la realidad día a día- que la ayuda a Ucrania consista en material sanitario y algunos medios puramente defensivos -cascos, chalecos…-, porque somos conscientes de que es que tampoco tenemos nada más.

Pero lo que parece estar asombrando a los medios de comunicación españoles es que los ucranianos resistan la invasión rusa, que la mayoría se muestre dispuesta a combatir, que los civiles pidan y tomen las armas para defender su nación; incluso, que muchos ucranianos lleven a sus familias a la frontera para ponerla a salvo, y se vuelvan a su país, a combatir por él.

Esta actitud, para los españoles de hoy en día, es increíble, porque ellos no sólo no estarían dispuestos a luchar por España -¿saben lo que es?- sino que les parecería una tontería muy poco «progresista» eso de coger el chopo.

Así, la prensa cuenta con asombro que la cervecera ucraniana Pravda ha dejado de fabricar cerveza y toda su plantilla se encuentra ahora haciendo cócteles Molotov para apoyar al ejército ucraniano.

Y se lo toman casi a broma, como si eso de rellenar con gasolina botellas de cerveza fuera gracioso, pintoresco. Como si le quitara hierro a la muerte.

Nada más ver la noticia recordé lo que escribió Rafael García Serrano en su Diccionario para un Macuto:

 

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No sé si fue un corresponsal inglés o uno alemán el que puso la palabra en el mundo al descubrir la infantería española el primer antitanque eficaz, allá en la otoñada madrileña, cuando los carros rusos hicieron su aparición en Castilla. El periodista, en cumplimiento de su deber, transmitió la fórmula: “Los soldados de Franco cazan los tanques con una botella de gasolina, una bomba de mano y otro material llamado cojones.”

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Aquellas primeras botellas habían tenido antes vino, coñac, anís, aguardiente. Luego se fabricaron botellas especiales que se distribuían ya llenas de gasolina. Cuenta Cavero que en cierta ocasión, ante una emergencia automovilística, a él se le ocurrió acudir a estas botellas para hacer arrancar un coche ligero. No lo consiguió porque el ciclo se había cerrado, y del mismo modo que las botellas hechas para contener vino, habían contenido gasolina, las botellas fabricadas para la gasolina habían acabado por contener vino. Y con vino -o, incluso, con cazalla- los coches no se ponen en marcha. Lo que dirían los legionarios: “Marchar, no; pero lo que es arder, lo mismo arden los tanques con gasolina que con aguardiente de orujo.”

Este descubrimiento antitanque constituye, según el general Barroso, una de las novedades de nuestra guerra, junto con la maniobra de las bolsas, la cadena de los aviadores y el empleo de carros en masa. Yo añadiría el puente aéreo. Naturalmente, los rusos se han apropiado la invención bajo el nombre de “cóctel Molotov”. Si le llamasen “cóctel para Molotov” estarían más cerca del espíritu de su auténtico inventor.

 

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Por supuesto, la prensa habitual no hará esta referencia histórico-literaria. Sí persiste en su asombro ante la resistencia ucraniana; ante el hecho -tan natural, tan elementalmente humano- de que uno tome las armas para defenderse, para defender lo suyo, para defender su Patria. De que uno no corra -no ya con el rabo entre las patas, sino dejándoselo atrás- para salvar una vida sin Patria ni dignidad.

Autor

Rafael C. Estremera