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No, no, don Enrique de Aguinaga no ha muerto, aunque lo digan los periódicos, don Enrique sólo ha cambiado de destino, porque eso, sólo eso, es la muerte, un cambio de destino, hoy estás aquí y mañana estás allí, ya que aunque sólo sea un amigo, sólo uno, que lo recuerde, ya está vivo (según el poeta: lo que se recuerda no muere). Y no uno si no cientos lo recordarán hoy como yo jamás olvidaré sus «lecciones» o «consejos» (querido Merino, el periodista no es una enciclopedia, si no el hombre que sabe manejarla)… La última, el pasado dos de octubre el día que cumplió los 98 años y le prometí, que si llegaba a los 100 me iba a Madrid a celebrarlo él y yo- me respondió- te apuesto la comida a que no llego.
— Estoy ansioso por cambiarme de corresponsalía. Aunque el «cabrón» de allá arriba me hará lo que le hizo a tu amigo Unamuno, cuando ya estaban las uvas del nuevo año sobre la mesa y se lo llevó.
No, nunca se quedará solo don Enrique, como equivocadamente dijo Becquer que se quedaban los muertos: «¡Dios mío, qué solos se quedan los muertos!.
Sí, es imposible recordar, o comentar lo que ha significado Enrique de Aguinaga para mí desde aquella primera madrugada cuando me acerqué a la mesa donde jugaba al ajedrez, con don Mariano Domínguez, el jefe de Nacional en el «Arriba»… y al perder, casi tirando las piezas y el tablero, (el terrible Mariano le ganaba siempre) me dijo:
— Y tú, chaval ¿sabes jugar a esto?
— Bueno, algo… le respondí ocultándole que el ajedrez era mi pasión de aquellos años.
— Pues, siéntate ahí, y juega conmigo… esta noche no me voy hasta que no le gane a alguien.
Y claro, me senté a jugar con él y no puedo describir la cara que puso cuando vio que le llegaba un «mate» inevitable..
El hecho es que cuando perdió hasta tres se levantó y muy serio dijo:
— Chaval, no puede terminar así… si hasta eres mejor que Mariano… Mañana noche te espero a la misma hora.
— No, don Enrique, mañana no puedo.
— ¿Por qué?
— Porque hoy han terminado mis Prácticas y mañana ya no vengo.
— si´, pues dile a Rufo, que hable conmigo, tú no te vas de aquí hasta que te gane una partida, una sola, con eso me conformo.
Y allí me quedé hasta que un día, ya cansado de perder, dijo:
— Bueno, don Merino, ya no me importa que me ganes. Eres muy bueno. Asi´que si me escribes en media hora dos folios sobre don José de Calasanz (era el santo del patrón de los Maestros) te meto en plantilla.
Sí, así era don Enrique, el tío más serio del mundo y el más cachondo, cuando quería..
Aquí debía terminar, pero no me quedaría a gusto sin contadles la «jugarreta» que me hizo el día de mi boda (7-octubre-1965)..
Recuerdo que la Redacción de «Arriba», que ya había reseñado en el cartel que se ponía en el tablón de anuncios cada vez que se casaba alguien o se bautizaba a un niño nuevo, cada uno con la cantidad que quisiera poner. .- Asegurándome que si no todos algunos acudirían al Hotel Mediodía (el de Atocha)… y con esos algunos acordé yo el precio de menú y al contado, pero el muy saladino de don Enrique, ya que era el supremo, se presentó, de improviso, con toda la redacción, unos 50 (y a mí casi me da un infarto, pues yo no tenía ni para pagar un menú más)
En fiin, ya sólo me queda aclararles por qué he titulado este recuerdo: «El milagro don Enrique». Ya que ello le identifica mejor que nada.
¡Qué extrañamente, es que en un país de Caínes y Abeles, de republicanos y nacionales, de «rojos» y «azules»….él…. que siempre fue falangista de los de verdad, haya vivido y haya muerto sin enemigos, es un milagro!
¡ Un verdadero milagro¡ ¡ Un milagro Aguinaga!
Compañero, amigo, profe, jefe… ¡mentor y maestro!… Ya sabes, escribe desde tu nueva dirección y estés ya en tu nueva casa. Mientras…
Recibe un abrazo fuerte del que no te olvidará mientras viva.
Autor
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Periodista y Miembro de la REAL academia de Córdoba.
Nació en la localidad cordobesa de Nueva Carteya en 1940.
Fue redactor del diario Arriba, redactor-jefe del Diario SP, subdirector del diario Pueblo y director de la agencia de noticias Pyresa.
En 1978 adquirió una parte de las acciones del diario El Imparcial y pasó a ejercer como su director.
En julio de 1979 abandonó la redacción de El Imparcial junto a Fernando Latorre de Félez.
Unos meses después, en diciembre, fue nombrado director del Diario de Barcelona.
Fue fundador del semanario El Heraldo Español, cuyo primer número salió a la calle el 1 de abril de 1980 y del cual fue director.
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