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Las sesiones de la Diputación de la Grandeza de España comenzaban con esta expresión: Nos, los Grandes.
Y no me parece mal.
Cuestión distinta es que sean Grandes todos los que figuran, nominalmente, como tales, puesto que todos sabemos, positivamente, que hay Grandes de España, que no figuran en ese elenco de la nobleza.
Los recientes acontecimiento sucedidos en Madrid, y protagonizados por el Conde de Atarés, y Grande de España, me obligan a reflexionar sobre la institución nobiliaria, a grandes rasgos, y a vuelapluma.
Empezaré diciendo que Atares es una pequeña localidad del Sobrarbe, comarca de la provincia de Huesca, del Altoaragón, mi tierra, y que el título procede de una baronía sobre tres localidades, Atares, Liguerre y Latrás.
En España hay unos 3.500 títulos nobiliarios, y alrededor de 500 son también Grandes de España, es decir, primos del Rey, que pueden permanecer descubiertos en su presencia, andar por el Palacio Real como Pedro por su casa, etc.
Pero conviene también aclarar que hay dos tipos de nobleza, la nobleza titulada, y la nobleza no titulada, y que tan noble es un Hidalgo castellano, o un Infanzón aragonés, como un Título del Reino.
Y que, tras la legislación que establecía la denominada “confusión de estados”, se pretendía allanar por abajo, como suele suceder en los regímenes socialistas y comunistas, dónde todos somos “iguales”, pero en la práctica, unos son más iguales que otros…
Yo creo en la igualdad de oportunidades, pero no en la igualdad de resultados, que parece ser es lo que se pretende.
Y no es igual el propietario que el okupa, ni el funcionario por oposición, que el empleado público por ocupación.
En su momento estudié la Nobleza, realizando un curso en el Instituto Salazar y Castro, del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, pero tras obtener un Notable en el primer curso, lo abandoné, pues llegue a la conclusión de que a mí lo que me interesaba realmente era el rango, personal e intransferible, y no la nobleza hereditaria, que a veces no se sabe ni de dónde procede.
Felipe VI, o Leticia, tampoco deben de creer en la Nobleza, y la prueba de ello es que el rey actual no ha concedido ni un solo título nobiliario en sus ocho años de rey, a diferencia de Juan Carlos I, que concedió medio centenar de títulos, en sus casi cuarenta años de mandato.
No solo eso, sino que se han mantenido totalmente alejados de los nobles, como si transmitieran alguna enfermedad contagiosa, tal vez el respeto a la Historia de España, a la religión católica, la lealtad a la Corona y a los españoles, etc.
En ese sentido, parece evidente que si desapareciera la nobleza, la monarquía tampoco tendría ninguna razón de ser, pues ambas instituciones y tradiciones van en el mismo lote.
Y no quiero ni puedo terminar sin hacer llegar mi más sentido pésame a todos los familiares de las personas asesinadas, y también del Conde de Atarés, que se administró Justicia por su propia mano, y, muy especialmente a su hija, a la que deseo de todo corazón pueda superar este duro trance.
Rezaré por todos ellos.
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