22/11/2024 19:14
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Dicen que no se valora debidamente lo que se desconoce, y en ese sentido yo, y creo que millones de españoles, debemos entonar el mea culpa.

Tengo una cuñada, Nuria, y una primera hermana, Pilar, fisioterapeutas, y en el caso de la primera, como reside en Zaragoza y nos vemos más a menudo, siempre la he hecho objeto de mis pullas, llamándole “masajista diplomada”, algo que la pobre ha aceptado con resignación cristiana, pero pensando en su fuero interno que tenía a un imbécil por cuñado… Y no le faltaba razón.

Al haberme tocado la lotería adversa el 15 de agosto pasado, resultando “agraciado”  con un ictus, he tenido ocasión de sufrir y disfrutar, las dos cosas a la vez, los servicios de varios fisioterapeutas, primero Silvia, en la planta séptima, y posteriormente en rehabilitación, Aitor y Tania, y varios más, como consecuencia de las “herencias”, es decir de la atención a pacientes de otro fisio.

Así he pasado por las manos de Iñigo,  Javier, Paula, Andrea, Paula, María, Mercedes, y alguna otra cuyo nombre ahora no recuerdo, y bien que lo siento.

Todos ellos fisioterapeutas vocacionales, que se entregan profesionalmente, y te hacen pasar, de ser una persona absolutamente incapaz de andar, y hasta de levantarse de la cama, o ponerse de pie, como sucedía en mi caso, a poder valerte por ti mismo, moverse con una cierta autonomía, etc.

Esta profesionalidad de los fisioterapeutas, fuera de toda duda, y a los hechos me remito, creo deberían obligar al gobierno a modificar la Orden de 26 de abril de 1973, Estatuto del Personal Auxiliar Sanitario Titulado, pues no estamos ante unos meros auxiliares, sino ante unos graduados universitarios en fisioterapia, de la misma forma que otros son graduados en medicina, farmacia, enfermería, etc.

Y no solo la “fachada”, pues es cierto que por Orden de 26 de diciembre de 1986, BOE de 12 de enero de 1987, pasó a denominarse Estatuto de Personal Sanitario no Facultativo, pero el fondo del asunto, sigue siendo el mismo: la falta de competencias propias y específicas de los fisioterapeutas.

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En este sentido considero que los arts. 70 y 71 de dicho estatuto, que regulan las funciones de los fisioterapeutas, deberían ser objeto de modificación, primero por lo obsoleta que resulta esta regulación, ¡de hace casi medio siglo!, y segundo para que la carrera y profesión adquiera la plenitud a que tiene derecho.

Estoy muy sensibilizado con esta cuestión, pues yo también pertenezco a un colectivo, el de los graduados sociales, que ha ido alcanzado una madurez académica y profesional, a pesar de otra profesión, a la que también pertenezco, que siempre ha querido estar por encima… Y me refiero a los abogados, obviamente.

Afortunadamente, en una sociedad democrática son los ciudadanos los que valoran el buen hacer de las profesiones, y yo, como usuario desde hace más de tres meses de los servicios de los fisioterapeutas del Hospital Universitario Miguel Servet, de Zaragoza, puedo y debo decir que son unos profesionales que dan calidad a la vida de los pacientes.

Y eso, es mucho, muchísimo.

Considero un deber ético y de conciencia alzar mi voz y mi palabra en favor de un mayor prestigio social y reconocimiento profesional de los fisioterapeutas, de los que lo mejor que podemos decir es que si no existieran, habría que inventarlos.

Por ende, y pese a las dificultades económicas (inexistentes para nombrar a dedo altos cargos políticos y “asesores” que en nada asesoran, pues nada saben), debería aumentarse notablemente el número de fisioterapeutas en las instituciones sanitarias públicas, para que la rehabilitación de los pacientes fuera plena, y no solo “medio rehabilitación”.

¡Que no todo el mundo dispone de dinero para poder pagarse unos tratamientos privados, que cuestan un ojo de la cara!

Autor

Ramiro Grau Morancho
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