20/09/2024 05:37
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Españoles y amigos de España:

Hoy es un día de júbilo. El pueblo español, que fue engañado, sin du­da, pero que no vendió su alma, ni por un puñado de lentejas ni por una tone­lada de mentiras electorales, ha venido aquí, a esta plaza del Caudillo, que el año pasado quisimos calificar de plaza del honor, de la dignidad, del decoro y del patriotismo, para decir a quienes nos han llevado a esta situación caótica, como fruto de su frivolidad o de su odio, que España no está dispuesta a morir. 

En situaciones difíciles, arriesgadas, decisivas, cuando las clases dirigentes y las instituciones, sin fe y sin coraje, traicionan o desertan, a los pueblos que quieren continuar su historia no les queda más que un último y varonil recurso: directamente, sin intermediarios, con la fuerza de la razón y la razón de la fuerza, impedir que se les siga amordazando, zahiriendo, escupiendo, despreciando, empobreciendo y asesinando.

Pues bien; hoy y aquí, ante los testigos de las naciones hermanas que nos contemplan, España, los españoles que no renunciamos a serlo, los que as­piramos a vivir y trabajar en una nación independiente y libre, decimos que «No» a todo aquello que desde el 20 de noviembre de 1975 pretende, con voracidad y con astucia, con habilidad y machaconería, destruir la fe religiosa, la unidad de la Patria, el concepto cristiano de la libertad, el matrimonio y la familia, y el derecho de los padres a la educación de sus hijos.

El pasado día 3, en una manifestación gigantesca, transida de entusiasmo, compacta, civilizada como dicen los homologantes de turno, «Fuerza Nueva», apoyada por los movimientos de significación nacional, demostró que ni somos pocos ni nos falta aliento.

El latido de España encontró allí su voz y su gesto, su ademán y su postura, su palabra y su canto. Ni somos grupúsculo ni nos escondemos.

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En esta Plaza de Oriente, una voz del pueblo convocó, hace más de un siglo, a los madrileños. Hoy, cuando la Patria está en peligro, me atrevo a convocaros para una acción civil, respetuosa pero enérgica, que, oponiéndose con ímpetu primero, pare después esta inmensa locura de sangre derramada a diario, de odio a flor de piel, de destrucción de las conquistas sociales logradas, del alto nivel de vida alcanzado, y nos ponga de nuevo en la ruta de los más altos destinos nacionales.

Invocar para ello a José Antonio y a Franco es una obligación de jus­ticia para con ellos, pero es al mismo tiempo una exigencia para nuestra mo­ral de combate.

José Antonio nos enseñó las lecciones sublimes e inolvidables de la persecución, del tiempo difícil y de la muerte heroica ante los fusiles cargados más de hiel que de metralla; que la vida sólo tiene sentido cuando se entrega por una causa grande.

Y Franco nos enseñó a descubrir, comprender y amar las virtudes escondidas de un pueblo, a auparlas, sacándolas de la honde dura, y a transformar, al conjuro de ellas, a una nación dormida y sin esperanza, en una nación de semidioses esperanzados. 

Así fue como Franco ganó la guerra al comunismo, edificó un Estado nuevo, nos dio una Patria rica y respetada, creó la mística del trabajo e hi­zo de los obreros, sin huelgas ni piquetes de huelga, españoles de primera línea, con empleo seguro, vivienda limpia y camino abierto para escalar niveles sociales elevados. 

¿Quién ha dado más a España y a los españoles? ¿Qué doctrina, qué partido, qué sistema puede brindarnos realidades como éstas, arrancando prác­ticamente de la miseria liberal, de los escombros de la guerra y del boicot de las Naciones unidas? 

Nosotros, cada año, pedimos a Dios por José Antonio y por Franco. Pe­ro también les pedimos a ellos que intercedan por nosotros, para que en noso­tros no falte ni el espíritu de unidad, ni la fortaleza que nos hacen falta para una aventura que a los ojos humanos puede parecer imposible.

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José Antonio y Franco han muerto, porque morir, para resucitar, es el destino temporal del hombre. Pero José Antonio y Franco, como símbolos, no han muerto. Están aquí con nosotros y entre nosotros. Su alma inmortal se ha­ce visible en esta Plaza inmensa, en el aire del Guadarrama que respiramos, en el cielo de otoño que nos cubre, en las banderas en alto que nos presiden, en la alegría de los rostros, en el fervor unánime de los corazones que se desbordan de entusiasmo contagioso.

José Antonio y Franco, hoy más que ayer y mañana más que hoy, no son ni serán nostalgia y recuerdo, sino espuela y aguijón para la marcha, luz en­cendida y caliente, a la manera de un fuego inagotable que ilumina y abrasa.

Por eso el adversario nos teme: porque no son cadáveres enterrados que se pudren, sino hitos que se levantan como emblemas, palabras que se pro­nuncian con pasión, credos cargados de dogmas que se recitan con fe. 

En esta hora extrema en que la Patria peligra, bajo la advocación de María Inmaculada y de Santiago Apóstol, del Arcángel San Miguel, del Ángel y de los santos de España, gritad conmigo: 

José Antonio Primo de Rivera. ¡Presente!

Francisco Franco. ¡Presente!

¡VIVA CRISTO REY!      ¡ARRIBA ESPAÑA!

 

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REDACCIÓN