
El pasado 21 de mayo el digital iSanidad publicaba una noticia que titulaba «La confianza, elemento clave de los profesionales ante el auge de los discursos antivacunas» con el que se quería rendir homenaje al medio siglo del calendario vacunal, aunque fue un «invento franquista» ya que tiene sus raíces en campañas de vacunación desde 1963. En ese artículo se recogen declaraciones de «seis expertos de sociedades científicas» durante el acto patrocinado por la compañía farmacéutica GSK, una de las empresas que fabrica y vende vacunas.
Por un lado, el Dr. Jenaro Astray, miembro de la Sociedad Española de Epidemiología (SEE), alude a brotes como «el de la meningitis en los años 1987-1990 que llevaron a unas elevadas tasas de mortalidad y morbilidad». Podría habernos traído las cifras exactas de aquellos brotes para que el lector ponderase por sí mismo si realmente aquello fue tan grave, y aclarar si se refiere a todo tipo de meningitis o sólo las debidas a bacterias, principalmente neumococo que son las subsidiarias de vacunas. Los registros oficiales de entonces hablan de que se incrementaron los casos en 1-2 por millón de habitantes sobre los 4 casos por millón que se daban al año, dependiendo del ajuste por edad. Si manejamos estos datos en términos porcentuales, podríamos decir sin mentir que la incidencia aumentó un 25-50%. Pero si los traducimos en términos absolutos, diríamos que aquellos años terribles pasamos de tener 160 a 200 casos (hablamos de las meningitis causadas por meningococo). Si a esa barbaridad de casos se le añade que la letalidad (letalidad significa cuántos de los que enferman mueren a consecuencia de ello) se estimaba en un 10%, podríamos concluir que, en términos de probabilidad (una disciplina que los epidemiólogos manejan a la perfección), en esa España tan crítica de hace casi cuarenta años, era más probable que a uno le tocase el gordo de Navidad tres años seguidos a que tuviese la desgracia de que su hijo muriese de meningitis. Puede que nos sea exactamente así, pero sería interesante que los sabios y entendidos, con un lenguaje comprensible, nos hablasen en qué se traduce ese riesgo. Y, a continuación, explicarnos en qué medida la administración de una vacuna protege frente a eso (vacunarse no significa volverse inmune necesariamente, como te lo han dicho los que salían por la tele). Y también, comentar los efectos secundarios que la vacuna pueda causar, porque negar que las vacunas carecen de efectos secundarios ya no cuela tras lo que ha sucedido ante las secuelas de las vacunas COVID, esas que se vendieron como «seguras».
A continuación el artículo menciona al Dr. Ángel Carrasco, vicepresidente de la Asociación Española de Pediatría de Atención Primaria (AEPap), del que únicamente recoge el lamento de que «con frecuencia se habla más de las desgracias y los fracasos, que de los éxitos» y uno se pregunta por qué eso tendría que ser así. ¿Acaso hay algún interés en transmitir preocupación, malestar o nerviosismo? Por su parte, otro experto, el Dr. Jesús Ruiz Contreras, a la sazón integrante del Comité Asesor de Vacunas de la Asociación Española de Pediatría (AEP), parece más triunfalista y asegura sin empacho ni autocrítica que «durante 50 años hemos estado protegiendo a la mayoría de los niños frente a enfermedades inmunoprevenibles». No pongo en duda que eso haya estado en su ánimo y propósito, aunque está por ver si realmente es lo que se ha conseguido. Esa es la raíz del debate, no dar por supuesto lo que se pretende demostrar. Porque con el mero deseo, no veo claro que esta sea, como dice, una manera de «contribuir a la justicia y la equidad».
Como médico, discrepo de lo que se asegura en ese artículo. Un artículo que ya en su titular emplea una palabra con la que muchas veces se impide el debate: antivacunas. ¿Qué es un antivacunas? ¿Es un retrógrado? ¿Un tardofranquista? ¿Un anticientífico? ¿Un conspiranoico? ¿Un terraplanista? ¿Un inconformista? ¿Un escéptico? ¿Un antisistema? ¿Un visionario o un rebotado de la vida? El que pide información precisa sobre el contenido y utilidad, beneficios y riesgos de las vacunas, ¿es un antivacunas? ¿O es el modo airado de despachar a quien te pregunta lo que no sabes? En la noticia se incide precisamente en la necesidad de informar de ello y no limitarse a repetir, por parte de los profesionales de la sanidad, lo que dice la tele. Una manera elegante y caritativa de educar la ignorancia del que no sabe y disipar sus miedos es aportando razones científicas, no desacreditando al que pregunta. El que se cierra al debate, no tiene argumentos para sostener su postura. En este sentido, me dio un respingo el corazón cuando en el artículo leo las declaraciones del Dr. Javier Membrillo de Novales, otro de los expertos, vicepresidente de la Sociedad Española de Enfermedades Infecciosas de Microbiología Clínica (SEIMC), quien hace autocrítica por no haber estado en todos los foros «que debíamos estar». Concluye con el deseo de potenciar la presencia de los profesionales en esos espacios propicios para los mensajes antivacunas, como las redes sociales, «aunque tengamos las de perder», recalca. ¿Por qué habría de tener las de perder, doctor, yendo con la verdad por delante? Enhorabuena por esa propuesta, por atreverse a contar las cosas con actitud pedagógica, constructiva, esclarecedora, crítica. Callar es alimentar el recelo del colectivo que califican de «antivacunas». No se puede esperar menos de profesionales que deben arriesgarse por la salud de sus pacientes, y, a fortiori, por el bienestar de todos los ciudadanos, pues el sacrificio es inherente a la deontología médica y, en el caso del Dr. Membrillo, como Teniente Coronel, una exigencia de las Fuerzas Armadas, «aunque tengamos las de perder».
Del Dr. Manuel Linares, que pertenece a un grupo de trabajo de la Sociedad Española de Médicos de Atención Primaria (SEMERGEN) y trabaja en un Servicio de Microbiología Clínica, el artículo resalta que efectivamente «falta por hacer mucha comunicación». Pues venga, más comunicación y menos propaganda pagada, menos repetición de eslóganes sin base científica. Comunicación, debate, contraste de argumentos. Coincide con el Dr. Membrillo en que «no vale dar mensajes globales», hay que individualizar esos para calar en la sociedad, dice el artículo. O sea que lo de vacunas para todos, habría que matizarlo, ver de qué vacunas hablamos y para quién. Como médico, me pregunto, por ejemplo, si en nuestro país tiene mucho sentido vacunar a todo el mundo de la fiebre amarilla o a las monjas con la vacuna del papilomavirus.
Y como colofón, el artículo cita a la sexta experta, la Dra. Marta Eva González, vicepresidenta primera de la Sociedad Española de Medicina Preventiva, Salud Pública y Gestión Sanitaria (SEMPSPGS, por siglas que no quede), quien aboga por implicar más a las asociaciones de pacientes (eso, que pregunten) «y recordar que las vacunas aportan realmente calidad de vida» algo que da por hecho este artículo y con lo que no estoy de acuerdo. La doctora dice: «Estamos a tiempo de seguir poniendo en valor este hecho, que ha quedado en el círculo académico y no ha llegado a la ciudadanía». No, no es un hecho: las vacunas, así en general, no aportan calidad de vida, y a la vista lo tenemos con el desastre de los productos COVID. Ni tampoco es un sentir que se ha quedado en el «círculo académico»: propiamente al círculo académico ni siquiera ha llegado. Ojalá hubiese habido algún debate realmente científico, porque esa ausencia de debate es precisamente lo que ha propiciado el auge de los antivacunas. Porque si desde el ámbito académico hubiésemos sabido hacer frente a las mentiras, ni los cantamañanas hubiesen escrito falacias y libros negros, ni a los ciudadanos les hubiesen lavado el cerebro los clichés pagados por los laboratorio, necedades como que «vacunas para todos», «las vacunas salvan vidas» o » que si no hubiese sido peor». Efectivamente, falta mucha información, mucha. Hay que poner en su sitio a los que pagan congresos y celebran eventos. Hay que formar a los médicos sin injerencias, y sin conflictos de intereses.
Combatir la desinformación comienza por no rehuir el debate, por reconocer quién paga a cada uno para que diga lo que dice. Pasa por saber medicina, epidemiología. Combatir la desinformación implica conocer la eficacia de los productos que se administran, su composición, su utilidad real, su indicación y sus efectos secundarios. Quien ignora que la principal contraindicación en medicina es la falta de indicación, es que está muy desinformado. Y por ende, quien concluye que «lo importante es la vacunación», está declarando qué objetivo persigue. Desde ese prisma de ignorancia, de oscurantismo y de intereses ajenos a la medicina, veo difícil recuperar la confianza de los pacientes.
En el mundo del periodismo, sacar frases sueltas de los comentarios de las personas puede derivar en una alteración del mensaje. Por eso quiero concluir este artículo llamando la atención sobre las limitaciones y el riesgo de sacar las declaraciones de los aludidos fuera de contexto. Pido disculpas por ello. Acabo reivindicando, una vez más, un verdadero debate científico para que sepamos trasladar al público lo que la ciencia puede dar de sí y no lo que quieren los que pagan las noticias.`Y recordar al director de iSanidad que parafrasear el dicho popular (a quien lo conozca le resultará obvio) como titula su artículo de opinión, «Aquí te cojo, aquí te vacuno», creo que no promueve precisamente la confianza en las vacunas.
Autor

- Luis Miguel Benito de Benito, médico especialista de Aparato Digestivo desde 2000 y Doctor en Biología Celular. Licenciado en Filosofía. Máster en Dirección Médica y Gestión Clínica por el Instituto de Salud Carlos III y Experto Universitario en Derecho Sanitario y Ciencias Forenses por la UNED. Facultativo Especialista de Área del Hospital Universitario de El Escorial y Director Médico de la Clínica Dr. Benito de Benito desde 2011. Autor del libro "Coronavirus. Tras la vacuna" ISBN 978-84-9946-745-0
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