22/05/2025 13:31

El aprendizaje es algo inherente al desarrollo del ser humano. Todos tenemos algo que enseñar y mucho que aprender. Se pueden adquirir conocimientos sistemáticos que se imparten en estudios formalizados, cursos o carreras. También es origen del saber la experiencia de haber pasado por situaciones de las que se aprende más que de los libros, la vida misma es maestra.

En mi vida profesional, cuando algún alumno requería mi atención con un «se me ha ocurrido….» no ponía tanto interés como cuando decía » he venido observando…». Porque las ocurrencias pocas veces son geniales mientras que de la observación se pueden extraer conclusiones muy útiles para la vida.

Este es el momento de apelar a los observadores, a los que son capaces de extraer conclusiones de la realidad que nos circunda. Los que sean capaces de analizar lo que sucede alrededor podrán entender la deriva que llevamos y tomar posiciones más o menos seguras para mañana. Pero conviene antes hacer una advertencia importante: aclarar qué es eso de la realidad que nos circunda. Porque si su entorno se reduce a lo que le cuenta la televisión, el análisis que haga estará de inicio muy sesgado. Si todo el debate que usted lleve a cabo va a estar entre lo que dice una cadena de televisión u otra, un periódico u otro,… si sus fuentes de información son exclusivamente los medios de comunicación, probablemente su horizonte de observación es muy corto, aunque se le antoje diverso, porque no podrá ver más que lo que le quieran mostrar.

Los seres humanos vivimos encuadrados en un entorno de coordenadas espacio-tiempo. La amplitud de ese campo es lo que nos permitirá hacer una valoración más adecuada y útil para afrontar el futuro inmediato. Tan impropio es reducir el ámbito de mi interés en el espacio a la comunidad de vecinos como ampliar el horizonte espacial hasta la nebulosa de Orión. O pensar que la política de los Reyes Católicos tiene tanta repercusión en la sociedad actual como la de los últimos gobiernos. El conocimiento en general no deja de tener su utilidad en el encuadre global, de nuestra situación en el universo, pero no todos los conocimientos tienen la misma importancia práctica. Quizás ahora pueda ser más práctico conocer cómo fluctúa la cotización de los metales preciosos que analizar las estrategias bélicas de Zumalacárregui.

Predomina en la población general la mentalidad cortoplacista. La masa social tiende a olvidar pronto lo que en su momento se vivió con intensidad y angustia. Las riadas de Valencia en otoño o incluso el reciente apagón nacional, no dejan en la sociedad más que el temor de que puedan volver a pasar. Además suele existir dificultad para establecer nexos causales entre esas situaciones o su repercusión en el presente y, acaso, en el mañana. Así, reducido el horizonte temporal y acotado el universo de conocimientos a lo que cuentan los medios de comunicación, vamos fomentando una sociedad miope y apocada. Se atrofia cualquier afán emprendedor, y el ideal de buscar la verdad suscita una sonrisa irónica. Los nombres que ocupaban los titulares de la prensa no hace mucho (COVID, pandemia, Koldo, Delcy,…) cada vez dicen menos, como se va olvidando la persona de Miguel Ángel Blanco y se transforma a Franco en una figura tan mítica como el conde Drácula.

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Observemos tan solo lo acontecido en la sociedad española en los últimos cinco años en el ámbito de la salud. Veremos que el eje pandemia-COVID-vacunas ha transformado la realidad sanitaria. Como ya hemos advertido en otros artículos, la comunidad médica reconoce que nos encontramos ante una nueva forma de enfermar que no conocíamos, desconcertante. Cada vez son más los sanitarios que lo reconocen abiertamente, y muchos más los no sanitarios que lo saben, porque lo padecen en sus carnes o en las de los familiares presentes o ausentes: nuestra salud, en términos generales, se ha deteriorado a consecuencia de la administración indiscriminada de productos experimentales. Ni siquiera abriendo el cajón de «COVID persistente» a más de doscientos síntomas podemos dejar de ver lo que son claramente efectos secundarios de las vacunas. Los médicos no hemos sabido poner freno al despropósito de esta medida de inyección masiva de productos nocivos, algunos abiertamente reconocidos por los propios laboratorios fabricantes como promotores de cáncer. Como colofón a nuestra desidia, con la clase médica noqueada, la OMS se arroga ahora pactar con los Estados un Tratado de Pandemias con la pretensión de que dejemos a los lobos cuidar al rebaño. Nuestros políticos, ignorantes de medicina y propensos a sobornos, entregan de nuevo nuestra salud a las multinacionales que financian la OMS. Ajenos a esta posible y grave injerencia, y descuidando el deber de salvaguardar la salud de los ciudadanos, nuestros colegios de médicos andan llorando por eso de que el Consejo de Ministros esté tras la aprobación de la Ley de los Medicamentos, que abre la posibilidad de prescribir fármacos a personal no médico. ¿Pero no es acaso lo que se lleva haciendo durante la pandemia? ¿O simplemente basta con decir que las vacunas no son medicamentos y que puede prescribirlos perico el de los palotes?

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Cinco años han bastado para destruir la autoridad de los médicos pese al repugnante lloriqueo de los Colegios de Médicos que no han sabido defender lo que rige en nuestro Código de Deontología. La población sufre las consecuencias. Y calla. Pero no olvida a los que tenían que haber aplicado su ciencia y su conciencia. No es una ocurrencia, es una observación.

Autor

Doctor Luis M. Benito
Doctor Luis M. Benito
Luis Miguel Benito de Benito, médico especialista de Aparato Digestivo desde 2000 y Doctor en Biología Celular. Licenciado en Filosofía. Máster en Dirección Médica y Gestión Clínica por el Instituto de Salud Carlos III y Experto Universitario en Derecho Sanitario y Ciencias Forenses por la UNED. Facultativo Especialista de Área del Hospital Universitario de El Escorial y Director Médico de la Clínica Dr. Benito de Benito desde 2011. Autor del libro "Coronavirus. Tras la vacuna" ISBN 978-84-9946-745-0
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