10/01/2025 08:19

Tras casi 7 años al frente del Gobierno de España, el 28 de enero de 1930 el General Miguel Primo de Rivera presentó su dimisión ante el rey Alfonso XIII, el cual la aceptó, nombrando a continuación presidente del Gobierno a un militar como Dámaso Berenguer a todas luces carente de la talla política necesaria para reconducir la complicada situación en la que se hallaba sumido el país. De hecho, nada más subir al poder D. Berenguer se dedicó con ahínco a desmontar el régimen de Primo de Rivera, sin tan siquiera pararse a diferenciar lo bueno de lo malo, que de ambas cosas había. De esta forma, España quedó inmersa en una suerte de marasmo político y económico, sin ofrecer a los españoles, como señaló Ortega y Gasset, en un artículo publicado en el diario El Sol, “nada nuevo ni bueno”.

Como consecuencia de todo ello el republicanismo fue ganando adeptos entre políticos e intelectuales, de tal forma que el 17 de agosto de 1930, bajo los auspicios de Niceto Alcalá-Zamora, los partidos republicanos de centroderecha y catalanistas firmaron el llamado “Pacto de San Sebastián”, el cual finalmente también fue suscrito por el PSOE y la UGT, creándose una junta revolucionaria. Si bien la reunión no fue secreta, lo que si se ocultó es que el pacto esencialmente consistía en iniciar un levantamiento militar en combinación con una huelga general para de esta forma derrocar a la Monarquía e instaurar en su lugar un régimen republicano. El pronunciamiento debía realizarse el 15 de diciembre de 1930, pero dos capitanes del Ejército alteraron los planes al sublevarse tres días antes de lo previsto, dando lugar a la llamada “rebelión de Jaca”, la cual fue rápidamente sofocada. Una vez descubierta la conspiración los dos cabecillas del levantamiento fueron directamente fusilados, mientras que los miembros de la junta revolucionaria fueron detenidos y encarcelados.

No habían pasado tan siquiera 24 horas desde el sofocamiento de la intentona golpista cuando el general Queipo de Llano desde el aeródromo de Cuatro Vientos inició otro levantamiento con la misma finalidad, esto es, proclamar la II República, si bien, debido a su deficiente planificación y al escaso seguimiento que tuvo por parte de los militares, también habría de cosechar un rotundo fracaso.

Tras los fallidos pronunciamientos y ante la falta de respuestas del Gobierno para paliar la inestabilidad política y social, Alfonso XIII no tuvo más remedio que cesar al general Berenguer para poner al frente del Gobierno al almirante Juan Bautista Aznar-Cabañas. Sin embargo, dicha medida no basto para calmar los ánimos de una población cada vez más crispada como consecuencia de la ineptitud gubernamental, de tal forma que Alfonso XIII, para frenar el desencanto generalizado y aplacar los encendidos ánimos, se vio en la obligación de convocar elecciones municipales y, a la vez, anunciar la posterior celebración de unas elecciones constituyentes.

A pesar de tener un carácter municipal, los partidos republicanos plantearon las elecciones como si de un referéndum contra la monarquía se tratara. A su vez, los partidos monárquicos estaban claramente divididos entre los que apoyaban sin fisuras a la Monarquía y aquellos otros que navegaban entre dos aguas en previsión de que el régimen se hundiera por no ser capaz de frenar el permanente acoso al que estaba sometido por parte de la izquierda republicana, representada fundamentalmente por el PSOE y la UGT.

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Finalmente las elecciones se celebraron en 2 vueltas, el 5 y el 12 de abril de 1931, siendo el resultado absolutamente sorprendente, ya que los partidos monárquicos cosecharon una contundente victoria al lograr 12.150 concejales, mientras que los partidos republicanos fracasaron estrepitosamente al obtener tan solo 5.875 ediles. Sin embargo, a pesar de la holgada victoria de las fuerzas monárquicas, los líderes republicanos, aduciendo que el republicanismo había ganado en las principales capitales de provincias, movilizaron masivamente a sus simpatizantes, de tal forma que una multitud prorrepublicana tomó las calles de forma violenta exigiendo la inmediata abdicación del monarca y la formación de un Gobierno de carácter republicano.

Ante tan “sui generis” situación el rey envió al conde de Romanones para parlamentar con un comité revolucionario formado por representantes de la izquierda republicana, con la finalidad de alcanzar algún tipo de acuerdo que devolviera las aguas a su cauce. Sin embargo, las conversaciones concluyeron con un sonoro fracaso, dado que las fuerzas republicanas de izquierdas, con el apoyo de la derecha republicana representada fundamentalmente por el Partido Republicano Conservador liderado por Miguel Maura y el Partido Liberal presidido por Niceto Alcalá-Zamora, no cejaron en su intención de derrocar a la monarquía. A su vez, tanto los partidos monárquicos (decepcionados por la debilidad mostrada por el rey e intentando no contribuir a la creciente conflictividad social) como el propio Ejército (sumamente molesto por el trato displicente recibido por parte de Alfonso XIII) tampoco mostraron un decidido apoyo al monarca. Así, a pesar de que los partidos monárquicos habían ganado las elecciones por una amplia mayoría, Alfonso XIII, ante la falta de apoyos concluyentes y temiendo por su vida, aceptó resignadamente su caída en desgracia y expresó su deseo de dimitir mediante un manifiesto dirigido a la nación, para acto seguido desplazarse en automóvil a Cartagena y allí embarcarse rumbo a Marsella, demostrando con todo ello una cobardía sin límites.

En consecuencia, de forma manifiestamente fraudulenta por no respetarse ni la legalidad vigente ni el normal funcionamiento de la democracia, el 14 de abril de 1931 tuvo lugar la proclamación de la II República. A partir de ese momento los acontecimientos vinieron a mostrar las que habrían de ser las señas de identidad del nuevo régimen, esto es, un republicanismo escorado hacia una izquierda revolucionaria con tintes soviéticos derivados del desprecio que los líderes socialistas, comunistas y anarquistas sentían hacia la democracia liberal. De esta forma, deprisa y corriendo y sin ningún tipo de legitimidad democrática se creó un Gobierno provisional constituido por socialistas pertenecientes a la junta revolucionaria, excepción hecha de dos republicanos de derechas que habían colaborado en la conspiración contra la monarquía, como eran Alcalá-Zamora, el cual fue nombrado jefe de Estado, y Miguel Maura, para el cual se reservó la cartera del Ministerio del Interior. A su vez el general Queipo de Llano fue nombrado capitán general de Madrid e inspector general del Ejército, cerrándose de esta forma la instalación en el poder del círculo golpista.

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Cabe destacar que en aquel momento Francisco Franco en calidad de director de la Academia General de Zaragoza redactó el 15 de Abril de 1931 una orden del día que mandó leer a los cadetes y en la que entre otras cosas se decía: “Proclamada la república en España y concentrados en el Gobierno provisional los más altos poderes de la nación, a todos corresponde cooperar con su disciplina y sólidas virtudes a que la paz reine y la nación se oriente por los naturales cauces jurídicos.” No creo que quepan interpretaciones aviesas, ya que obviamente las palabras del general Franco solo pueden ser entendidas como un apoyo explícito al nuevo Gobierno Republicano por “el bien de la nación y la tranquilidad de la patria” en unos momentos en que España, dada su problemática situación y su incierto futuro, necesitaba ante todo estabilidad política y paz social. Imagino que el psicópata monclovita y su corte de bufones de leerlo dirían que lo narrado es mentira, pero, como dijo Antonio Machado, “La verdad es la verdad, dígala Agamenón o su porquero”.

Episodios republicanos (I): Introducción a modo de declaración de intenciones. Por Rafael García Alonso

Autor

Rafael García Alonso
Rafael García Alonso
Rafael García Alonso.

Doctor en Medicina por la Universidad Complutense de Madrid, Especialista en Medicina Preventiva, Máster en Salud Pública y Máster en Psicología Médica.
Ha trabajado como Técnico de Salud Pública responsable de Programas y Cartera de Servicios en el ámbito de la Medicina Familiar y Comunitaria, llegando a desarrollar funciones de Asesor Técnico de la Subdirección General de Atención Primaria del Insalud. Actualmente desempeña labores asistenciales como Médico de Urgencias en el Servicio de Salud de la Comunidad de Madrid.
Ha impartido cursos de postgrado en relación con técnicas de investigación en la Escuela Nacional de Sanidad.
Autor del libro “Las Huellas de la evolución. Una historia en el límite del caos” y coautor del libro “Evaluación de Programas Sociales”, también ha publicado numerosos artículos de investigación clínica y planificación sanitaria en revistas de ámbito nacional e internacional.
Comenzó su andadura en El Correo de España y sigue haciéndolo en ÑTV España para defender la unidad de España y el Estado de Derecho ante la amenaza socialcomunista e independentista.
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