21/11/2024 12:48

El Gran Cisma de Occidente o Cisma de Aviñón hace referencia a la división ocurrida entre 1378 y 1417, cuando dos obispos y a partir de 1410 incluso tres, se disputaron la autoridad pontificia.

Bonifacio VIII, Papa entre 1294 y 1303, preocupado por favorecer a su familia (los Gaetani) se enfrentó con los linajes romanos más poderosos como los Colonna y los Orsini. Estas tensiones estallaron cuando Estéfano Colonna, hermano del cardenal Pietro, se adueñó de una caravana de mulas que transportaban el tesoro papal. El papa emprendió entonces una cruzada contra la ciudad de Palestrina, leal a los Colonna, masacrando a sus 6.000 habitantes y regaló este territorio a su familia. Además, logró que Jaime II de Aragón firmase en 1295, la Paz de Anagni, por la que éste renunciaba a cualquier derecho sobre Sicilia. Entonces, los sicilianos se rebelaron y nombraron rey a Federico II, el hermano de Jaime. Bonifacio se enfrentó también en 1296 al rey de Francia, Felipe IV (el Hermoso) que pretendía hacer tributar al clero francés, principalmente las abadías de la Orden Cisterciense sin consentimiento papal, acusando al Papa de simonía, nepotismo, herejía y sodomía. “Que vuestra inmensa fatuidad sepa, que en cuestiones temporales no estamos sometidos a ningún hombre”. Redactó el Pontífice una bula que fue ignorada por Felipe. Terminó firmando un acuerdo y, como símbolo de buena voluntad, canonizó a Luis IX, abuelo de Felipe. En 1301, el rey ordenó la detención del obispo de Pamiers bajo la acusación de traición, constituyendo una clara violación de los privilegios eclesiásticos, ya que únicamente el papa podía juzgar a un obispo.

De los siete Papas durante el papado en Aviñón (1309-1377), todos fueron franceses. Bertrand de Got (Clemente V) fue papa entre 1305 y 1314. Nombró nueve cardenales franceses y cercanos a Felipe IV, recordándonos sutilmente a los 9 fundadores de los templarios aniquilados por él en 1307. Dado que la monarquía francesa estaba fuertemente endeudada por las continuas guerras, había recurrido a los templarios. La detención de estos últimos indispuso a Clemente, pero Felipe lo convenció a su favor. Luis IX había pagado su rescate durante la séptima cruzada a base de préstamos, empero su nieto quiso concentrar todo el poder en sus manos y controlar la Iglesia. Clemente V fue el primer pontífice que residió de forma estable en Aviñón (entonces no era territorio francés; pertenecía al Reino de Nápoles), convertido en mera herramienta en manos del monarca. El traslado tuvo inicialmente un carácter provisional, motivado por la situación de caos en que se encontraba Roma. Fue el papa Juan XXII, llamado “el Banquero” quien escogió Aviñón como sede permanente. Los ascensos clericales que hizo iban en respuesta del oro que entraba a sus arcas. Persiguió a unos frailes que se habían alzado con la herejía de afirmar que Cristo y sus discípulos habían sido pobres. A su muerte en 1334, había acumulado en sus arcas la exorbitante suma de veinticinco millones de florines de oro. En cuanto a Benedicto XII, en un comienzo, intentó fijar otra vez la sede en Roma, encontrando la oposición del rey, Felipe VI, sobrino de Felipe IV, que lo impidió por todos los medios. Empezó la construcción del palacio obispal en Aviñón, elegido en un afloramiento rocoso natural, el cual fue saqueado en 1789 por las fuerzas revolucionarias así como escenario de una matanza de contrarrevolucionarios. Su mayor defecto eran las bebidas embriagadoras. En cuanto a Clemente VI (1342-1352), anteriormente arzobispo de Rouen, financió los esfuerzos bélicos franceses para expulsar a los ingleses de Francia. Acusado de nepotismo y simonía, tenía afición por el lujo y las letras, siendo mecenas del poeta italiano Petrarca. Contrataba a orfebres, bordadores, artesanos para cubrir con arte los muros del palacio. No era secreto su afición por las damas, quienes tenían acceso libre a su recámara, entre ellas la condesa de Turenne, por medio de la cual el Papado daba cargos y favores. Al contrario, el Papa Inocencio VI (1352-1362) estaba interesado en establecer la paz entre Francia e Inglaterra. Su aspecto demacrado y sus maneras austeras le conferían el más alto respeto por parte de los nobles en ambos lados del conflicto. Con el Papa Urbano V (1362-70), el control de la corte francesa sobre el papado se hizo aún más directo pero, finalmente, la decisión más influyente del reinado de Gregorio XI fue el regreso a Roma en 1377. El fin de esta situación se explica en parte por las continuas victorias inglesas en la guerra de los Cien Años que debilitaron tanto al reino francés que permitieron la vuelta a Roma. Como anécdota, cuando Gregorio XI estableció un embargo a las exportaciones de grano durante una escasez de comida en 1374, Florencia organizó a varias ciudades en una liga en su contra. El Pontífice albergaba paralelamente quejas contra Florencia por su negativa a ayudarlo directamente en su guerra contra los Visconti de Milán. El delegado papal, Roberto de Ginebra, un pariente de la Casa de Saboya, inició una política especialmente cruel en contra de la liga, convenciendo al papa para contratar mercenarios como John Hawkwood, quien masacró a la mayoría de la población de Cesena (3.000 personas).

En su decisión de volver a Roma, Gregorio XI fue influido por Catalina de Siena (1347-1380). La Santa tuvo 24 hermanos y, desde los cinco años, tuvo tendencia al misticismo. A los doce, sus padres le planearon matrimonio, pero ella se cortó el cabello e hizo votos de castidad. Un día, mientras oraba de rodillas, una paloma blanca se posó sobre su cabeza. Su existencia transcurrió en una celda de las terciarias dominicas, siendo copista de escritos de legajos antiguos, actividad que la fue metiendo en el mundo de los letrados, filósofos y teólogos. A los 21 años, una visión de Jesucristo le hizo dejar la vida aislada, empezando a servir a los pobres y a nutrir una copiosa correspondencia con gobernantes, nobles, arzobispos, cardenales y hasta con el mismo Papa. En 1376, fue enviada a Aviñón como embajadora de la República de Florencia para lograr la paz con los Estados Pontificios y para persuadir al Papa de levantar la excomunión que pesaba sobre Florencia. Misión arriesgada ya que, el 18 de junio de 1378, intentaron asesinarla en esta ciudad italiana. La impresión que causó Catalina en el Papa significó el retorno del Pontífice a Roma. Era de asombro que ella triunfara donde dos gigantes como Dante y Petrarca habían fallado. No fue casual la edad de su muerte en Roma a los 33 años. Su cabeza fue separada de su cuerpo y escondida por algunos paisanos suyos para devolverla a Siena ya que las autoridades eclesiásticas querían conservar su cuerpo en Roma. Testigos en el proceso de canonización de Santa Rosa de Lima afirmaron que tenía a Catalina de Siena por madre y maestra.

Asimismo, Brígida de Suecia (1303-1373), gran peregrina a los lugares santos, fundó la Orden Sanctissimi Salvatoris en Vadstena, al quedar viuda. Para conseguir la aprobación de su «Regula Salvatoris» (recibida por revelación) por Urbano V, se puso en camino hacia Roma en 1349. Alfonso Fernández Pecha, obispo de Jaén, fue el confesor de Brígida y conocía también a Catalina de Siena. La familia Pecha procedía de Siena, pero llevaba tres generaciones sirviendo a la casa real de Castilla, desde que el abuelo de Alfonso vino a España en 1294 para servir al infante don Enrique, el revoltoso hermano de Alfonso X. Alfonso Pecha acompañó a Brígida en la entrevista (donde obtuvo el permiso de fundar la Orden de San Salvador) y en su peregrinación a Tierra Santa. Por añadidura, el hermano de Alfonso, el ermitaño Pedro Fernández Pecha, solicitó de Gregorio XI en Aviñón, la autorización para fundar la Orden de San Jerónimo.

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En Roma, fueron para Brígida 24 años de vida monástica, esperando el regreso del Papa, junto al Palacio Farnese acompañada de su hija Catalina y de dos obispos suecos. Fundó también una residencia para estudiantes y peregrinos suecos, participó en el jubileo de 1350 y la impresión que le produjo la ciudad fue desastrosa. Su estilo chocaba fuertemente con el espíritu mundano de Roma. Ella les parecía a los romanos, severa y exigente, hasta el punto de ser denominada «bruja nórdica escandalosa». Tenía la humildad de ir a mendigar a las puertas de las iglesias, mortificando así su orgullo. Aunque pertenecía a la primera nobleza sueca, ejercía la caridad, instruía a los pobres, practicaba el ayuno y dormía en el suelo. Se decía que levitaba, que su cuerpo despedía luz, que ella sentía en su boca un sabor amargo si pronunciaba palabras que no estaban de acuerdo con la más estricta caridad. Vidente inspirada, depositaria de mensajes divinos, advirtió a Urbano V que si no regresaba pronto a Roma, no sólo perdería su autoridad temporal, sino también la espiritual y que moriría. El Papa no le hizo caso y falleció poco después. Este Pontífice fue sepultado en la abadía de San Víctor en Marsella hasta que sus restos fueron profanados por los revolucionarios franceses. Pío IX lo proclamó Beato en 1870. En cuanto a nuestra Santa, murió tendida sobre una dura mesa, a su regreso de Tierra Santa, donde había tenido más revelaciones sobre hechos de la vida de Jesucristo no registrados en los Evangelios. Numerosos milagros ocurrieron junto a su sepulcro en Suecia. Gracias a Brígida de Suecia y a Catalina de Siena, Gregorio XI dejó el destierro de Aviñón en 1377.

Elegido Papa en 1378 sin haber sido cardenal, Urbano VI fue muy duro con los purpurados (en su mayoría franceses mientras que él era italiano), exigiéndoles un cambio de vida. Catalina le advirtió: “Justicia sin misericordia tendrá más de injusticia que de justicia. Haced vuestro negocio con moderación pues la inmoderación destruye mucho más de lo que edifica”. No escuchó el Papa el consejo de Catalina sobre una nueva configuración del Colegio de los Cardenales. Entonces, trece cardenales reunidos en Anagni, escribieron un apasionado manifiesto, en el cual declararon que la elección de Urbano había sido inválida, debido a la presión del pueblo romano, y que la Sede Pontificia se hallaba vacante.

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Claire Gruie
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