23/11/2024 12:00

Joël Diek, escritor especializado en la temática de crímenes, en una reciente entrevista afirmaba que gran parte de los actos criminales “son cometidos por psicópatas”, es más, se atreve a indicar que “podría ser cualquiera” un criminal. Sí, querido lector, incluidos tú y yo, porque como continúa este escritor, “¿qué nos detiene más allá de nuestras convicciones morales?1”.

A veces podemos caer en la trampa de pensar que los criminales son personas que hasta se les nota en la cara ser malvados y crueles. Es como lo que me decía uno de mis hijos pequeños: los ladrones tienen que ir con traje de rayas y salir sólo por la noche cuando estamos todos durmiendo. Intenté hablarle de que hay ladrones de guante blanco, pero en su inocente cabecita esa noción queda muy lejos de ser comprendida aún.

Y eso precisamente es lo que también nos puede ocurrir a nosotros de adultos si seguimos creyendo en los cuentos de niños donde se figuran a los criminales con cara de malvados, cuando salen por la noche a escondidas, con un cuchillo dispuestos a degollar al primero que gire la esquina de la oscura calle.

Hay ladrones que aparte de robar, de adueñarse de algo que no les pertenece, son unos criminales porque cometer crímenes también incluye robar a alguien lo más preciado que tiene: su vida.

Los criminales, querido lector, como supondrás, van de frente, con la cabeza bien alta y huelen a limpio. Ya se lo dijo Ruiz Mateos al juez al salir de prisión: los grandes ladrones, los de guante blanco, y los grandes golfos no están en prisión2. Los criminales se esconden detrás de grandes escritorios, viajan en transportes de lujo y celebran fiestas por todo lo alto, mientras destruyen la vida de otros.

Tienen muy diversas apariencias: lo mismo los encontramos detrás de campañas de ayuda contra la extinción de los osos polares, o para luchar en los países del tercer mundo erradicando ETS con vacunas, o para que a los menores se les respeten sus derechos sexuales.

Se oye la sangre de los inocentes clamar al cielo3, por la envidia, por las ansias de poder, por la maldad que nace de un corazón corrompido, se cometen abominables crímenes.

En el fondo, lo que mueve al ser humano a ser bondadoso o, por contra, a sentir ese odio visceral y perpetrar sin escrúpulos ni remordimientos actos aberrantes, son nuestras convicciones morales.

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Y en este un mundo que ha perdido todo referente moral, todo principio que sea universalmente válido para guiar la conducta humana, un mundo donde el relativismo ha arrasado hasta con el sentido común, no debe sorprender que el respeto a la vida humana, a la dignidad inviolable de cada persona, sea una utopía normalizada. Porque cuando uno arranca su vida de la raíz que le alimenta, Dios, su fuente, se nutre de las aguas putrefactas.

Cuando hablamos de crímenes, nos vienen a la mente imágenes impactantes de las guerras vividas en las últimas décadas hasta la actualidad. O podemos pensar en las muertes causadas por violencia callejera, familiar u otras tantas causas.

Los actos criminales también tienen como fruto la muerte de millones de vidas inocentes aún sin haber recibido los primeros rayos de luz porque son asesinadas en el vientre materno. Estas vidas, dignas por ser verdaderos seres humanos, son víctimas de las decisiones de personas cuya moralidad queda muy alejada del amor hacia el indefenso. Es criminal también que esas madres engañadas por intereses ocultos económicos e ideologías, arrastren durante el resto de sus vidas las consecuencias terribles de una pésima decisión por no obtener la ayuda adecuada a tiempo. Porque los criminales de guante blanco invierten en España el doble de millones de euros para financiar abortos, que para apoyo a mujeres embarazadas4.

Sin embargo, querido lector, los crímenes no sólo suponen la muerte física de un ser. También la muerte ontológica del alma se lleva muchas vidas por delante. El crimen perfecto es aquel que se realiza, incitando a la propia persona a suicidarse por su propia voluntad.

Porque es una crueldad que a las menores adolescentes de 16 años se les ponga la alfombra roja para ir a un abortorio, aún inconscientes de las consecuencias que sus decisiones puedan suponer para su futuro. Y tal y como acabamos de ver legalizado en España, alejándolas de la seguridad y confianza que los padres puedan aportar por el bien para su hija, a quien, como sabemos todos los padres, se llega a amar sin límite. Estas niñas, son llevadas a hombros, engañadas como el lobo feroz hizo con Caperucita, por esos criminales de guante blanco, haciéndolas cruzar la puerta grande que las va a encerrar en un matadero sin salida5.

Es un crimen perfecto que los menores sean adictos a la pornografía, la cual, generadora de grandes ganancias a esos criminales escondidos en la sombra, les corromperán para no poder amar nunca, pues tan sólo buscarán en el otro satisfacer su instinto sexual como los animales. O los menores atrapados por la ideología wok, desarraigándolos de su propia naturaleza, corrompiendo el sentido en ellos del amor verdadero, destruyendo su capacidad de formar una familia y generar nuevas vidas.

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Y es un crimen perfecto que con la eutanasia se anime a morir a una persona que no desee seguir viviendo ante una enfermedad terminal, por una depresión profunda o enfermedad mental6 en lugar de ayudarla a vivir dignamente en sus últimos momentos rodeándole de amor o a salir de esa situación tan desesperante que siente.

Porque todos, todos, queremos y deseamos vivir felizmente, sólo hace falta que nos enseñen cómo hacerlo.

Más nos vale convencer a nuestros hijos de que existen criminales reales de guante blanco que van a por ellos, antes de que sea demasiado tarde. Más nos vale formarlos en valores y virtudes que los sostengan ante estos envites durante toda su vida y no lleguen ellos a convertirse en criminales de guante blanco. Decía Antoine de Saint-Exupéry: para ver claro, basta solo cambiar la dirección de la mirada. Ayudemos a las nuevas generaciones a ver más allá de sus intereses egoístas, a descubrir un horizonte donde el amor hacia el otro sea la meta primera y última en sus vidas.

Alicia Beatriz Montes Ferrer

Colaboradora de Enraizados

3 Gn 4, 10-11

Autor

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