23/11/2024 11:25

Uno de los grandes avances de la civilización occidental ha consistido en apaciguar los ánimos de los ciudadanos ante los abusos de los poderosos, el saqueo de los impuestos y la parasitación de la minoría política contra la gran masa popular que antes linchaba a los causantes de sus infortunios, los decapitaban o descuartizaban por las calles en aquello que llamaban revoluciones que era la expresión más sólida y vehemente del hartazgo del pueblo. Aunque llamarlo avance no es del todo cierto cuando esos parásitos carroñeros que sucumbían ante la ira popular, con lo que se dice sociedad civilizada siguen existiendo para robar a los ciudadanos lo poco ganado con el sudor de sus frentes. Los ladrones políticos perviven pese a la lección de las masacres y la plebe ya no está asilvestrada tanto como para condenar a muerte a la casta que en otros tiempos comprobó lo peligroso que era hartar a la gente. Pero el problema sigue existiendo: el robo sin consecuencias, el diezmo torturador más allá de la lógica de las ganancias, el trabajar duramente para que una pandilla de vagos y maleantes robe a destajo con la seguridad de que sus cuerpos no colgarán de las farolas. Aunque la rebelión es un concepto histórico, no debería considerarse extemporáneo al considerar lo que millones de personas pueden arrastrar si dan rienda suelta a las iras sin control. Es cierto que hay un estado policial en Europa que salvaguarda a los políticos de la rebelión de los pueblos, pero nunca se sabe qué puede suceder si esa rebelión se traspasa y cruza los límites de los teóricos guardianes del orden establecido y toman conciencia para unirse a los subyugados.

Si antes las sociedades civilizadas no lo parecían era por la existencia de esas minorías que obligaban al pueblo a salir en busca de sus captores para convertirse en verdugos del despotismo, de la tiranía y del nepotismo. Y si ahora las sociedades dizque civilizadas no lo son en realidad, es por la proliferación de la lacra política que sigue asaltando las economías de millones de ciudadanos, de millones de familias obligando a una innúmera cantidad de satisfacciones impositivas, con el mismo abuso que entonces provocó las decapitaciones en las calles pero con una impunidad que favorece tensar la cuerda del latrocinio estatal con la relativa seguridad de que el pueblo dormirá en su largo letargo de paz social. En el caso de una hipotética guerra en tierras lejanas, ¿ cuántos no estarían dispuestos a saldar las deudas pendientes con los victimarios que hoy los explotan seguros de sentirse protegidos con un latrocinio miserablemente convertido en legalidad? ¿Morirían los inocentes o se tomaría cumplida Justicia rebelándose las víctimas contra quienes pretendieran alistarlos para morir en tierras lejanas contra un enemigo al que no se odia? ¿No es más fácil guerrear contra quien es aborrecido?¿No es la casta política el peor mal a nivel mundial-salvo honrosas excepciones-contra el que despertar en rebelión?

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Antes que marchar a una guerra que esas minorías elitistas pretenden con sus juegos macabros de manipulación y control, ¿no sería menos costoso, más justo y ético una rebelión que los sacara de sus mansiones a empellones para practicar historia revolucionaria? Una rebelión de las masas que denominó Ortega y Gasset filosofando con la salvaje rebeldía de una sociedad en apariencia mansa, capaz de ejecutar a los orquestadores de sus miserias. ¿Es factible una asonada definitiva que desemboque en la destrucción de un estado de esclavitud impositiva? Los políticos son minoría y confían en que mientras ellos juegan sucio y viven muy bien del miserable expolio que se practica por ley, la gente, la mayoría que podría aplastarlos, se adapta al totalitario mandamiento de los impuestos y la sumisión al poderoso que aprovecha la democracia para montarse una tiranía. ¿Puede ser este siglo XXI una réplica de revoluciones violentas en el mundo, agotado el estándar de una civilización abocada al fracaso en tiempos de paz? No es lo deseable, pero desde la idea civilizada deberían existir mecanismos de defensa democráticos para llevar ante los tribunales, sin sectarismos, los delitos de los abusadores. Antes que la violencia siempre cupo la Justicia, la verdadera Justicia que de cumplirse llevaría a los corruptos a ser juzgados cuando amenazan, podridos de corruptelas, la vida de los cargadísimos ciudadanos.

Autor

Ignacio Fernández Candela
Ignacio Fernández Candela
Editor de ÑTV ESPAÑA. Ensayista, novelista y poeta con quince libros publicados y cuatro más en ciernes. Crítico literario y pintor artístico de carácter profesional entre otras actividades. Ecléctico pero centrado. Prolífico columnista con miles de aportaciones en el campo sociopolítico que desarrolló en El Imparcial, Tribuna de España, Rambla Libre, DiarioAlicante, Levante, Informaciones, etc.
Dotado de una gran intuición analítica, es un damnificado directo de la tragedia del coronavirus al perder a su padre por eutanasia protocolaria sin poder velarlo y enterrado en soledad durante un confinamiento ilegal. En menos de un mes fue su mujer quien pasó por el mismo trance. Lleva pues consigo una inspiración crítica que abrasa las entrañas.
https://www.linkedin.com/in/ignacio-fern%C3%A1ndez-candela-59110419/
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Nemesio García

Os falta la foto de ceacescu y sra.

Hakenkreuz

Los impuestos, como la prostitución, han existido siempre. Son males de todo tiempo. De hecho, san Mateo evangelista escribía que el Señor comía con publicanos y prostitutas para liberarles del pecado, pues comer con pecadores no significa que el pecado esté justificado, que ese es un error muy pre y postconciliar de nuestros tiempos, pero error. Una cosa es la misericordia con el pecador y otra el consentimiento al pecado. El propio Mateo era publicano y fue llamado por el Señor, dejando inmediatamente de ejercer el robo de los impuestos. Y, a partir de Jesucristo Nuestro Señor, es la caridad cristiana, magistralmente enseñada por el Espíritu Santo por medio del puño y letra de san Pablo en 1 Co 13, el don gratuito y desinteresado el que ha de sustituir a todo otro modo pecaminoso de vivir. El propio apóstol san Juan lo recuerda de Dios mismo en sus cartas católicas: romper con el pecado, guardar los mandamientos, especialmente el de la caridad, guardarse del mundo y de los anticristos.

La única forma de acabar con los impuestos es dejar valiente y masivamente de pagarlos (medida sin duda brutal, pero necesaria que tarde o temprano tendrá que llevarse a cabo ante la ruina generalizada de décadas de irresponsabilidad criminal política con quiebra masiva de estados), sustituyendo los mismos por donaciones libres hechas en conciencia y con el destino que en conciencia cada cual quiera darle (orden, defensa, sanidad, educación de los pobres, infraestructuras, equipamiento público, administración, justicia y todo otro tipo de partidas estrictamente necesarias, pues lo no necesario para la vida no debería ser objeto de financiación pública, pues de lo contrario, la corrupción pasa a ser el modo de vida más generalizado). Y se debe hacer para limitar el poder, de otro modo, los límites al ejercicio del poder NO existen (tiranía), por mucha mentira y engaño jurídico que quieran hacer tragar a la población jueces, fiscales, juristas, políticos y adláteres. Y NO existe mejor y más efectivo límite al ejercicio del poder que sustituir TODOS los impuestos (no solo el IRPF y Sociedades), por donaciones libres y en conciencia de la población (en dinero, activos, trabajo, etc.). De hecho, se defiende de modo tan hipócrita y fariseo la «democracia», que parece ser una cosa para cada persona según su subjetivo criterio, y nadie parece considerar seriamente que no puede haber mejor forma de hacer partícipes a todos, sin excepción, que esa sustitución, que implicaría no solo una asignación eficiente de recursos, un tamaño del Estado óptimo por ser decidido por todos conforme a voluntad popular total, un límite efectivo al ejercicio del poder y un mayor control del gobierno por parte de TODOS, no solo de unos pocos corruptos elegidos con engaño, sino también una forma de hacer responsable también al conjunto de la población, del hecho de que nada llueve del cielo, que no existe otra gratuidad que la caridad cristiana de la que todo hombre y mujer es beneficiario eterno, salvo rechazo de Dios por soberbia. Esta sustitución obligará también a las personas con autoridad a ser responsables o a padecer las consecuencias de su mala administración en forma de recorte acusado de dinero que le es confiado y asignado, así como a su sustitución inmediata, facilitando así el acceso al poder a los que deberían tenerlo, los santos y santas, elegidos de Dios.

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