Hace un par de meses, estábamos todos pendientes de la sequía a la que nos condenaba el “omnipresente” cambio climático, hacía tiempo que no llovía y sufríamos (o disfrutábamos, según se mire) de unas temperaturas por encima de la media para la época. Así nos lo recordaban insistentemente a través de los espacios meteorológicos, además de articulistas y tertulianos reconvertidos en expertos climatólogos. La situación más grave se planteaba en Cataluña, donde por falta de planificación desde hace varios años (nuestros políticos tienen otras prioridades), se preveía un verano con fuertes restricciones en el abastecimiento de agua en las principales ciudades del Condado, que hacían necesaria la traída de agua en barcos desde la desaladora de Sagunto. Esta solución (que ya se propuso hace dos décadas), dio lugar a jocosos comentarios sobre la inteligencia humana, capaz de dejar que el agua dulce se vierta al Mediterráneo en el delta del Ebro para luego desalarla y mandarla desde Sagunto a Barcelona. Como es bien conocido, muchos millones de litros se vierten inútilmente al mar durante las crecidas, pero no debe olvidarse la necesidad de mantener caudales ecológicos en los ríos, no sólo por la flora y fauna fluvial, sino también para que se depositen arenas y arcillas. Estos sedimentos mantienen el equilibrio del delta respecto de la erosión marina, permitiendo además disponer de zonas llanas de cultivo y de preciados ecosistemas de gran interés ecológico. Además de las zonas litorales (marismas, humedales, etc.), la turbidez de las aguas continentales que llegan al mar es indispensable para la reproducción de numerosas especies marinas.
Sin embargo, a pesar de las perspectivas catastróficas y pesimistas, las lluvias han regresado y hemos tenido una Semana Santa pasada por agua y por nieve, algo que es bastante habitual cuando esas fiestas son tempraneras y coinciden con finales de marzo. Durante los últimos días, con los fríos y las lluvias, nuestros embalses han empezado a llenarse, y tanto el cambio climático “catastrófico” como la sequía han quedado temporalmente en silencio, aunque no tardarán en dejarse oír. Tan pronto como haga acto de presencia un periodo seco, volverá a escucharse que el cambio climático está convirtiendo a España en un país casi desértico, olvidando que desde hace milenios, la aridez es característica de la mayor parte de nuestro territorio, exceptuando la cornisa cantábrica y el noroeste. Este hecho era bien sabido por todas las civilizaciones que en España han sido, desde los romanos hasta los árabes, incluyendo también a los cristianos de la Alta Edad Media, que construyeron grandes infraestructuras hidráulicas como embalses y acueductos, algunas de las cuales aún se conservan en la actualidad.
En un artículo anterior publicado hace algunos meses, se puso en evidencia que la verdadera causa para explicar los problemas en el abastecimiento de agua no era la escasez de lluvias, ya que las precipitaciones (a pesar de las oscilaciones seculares) se han mantenido prácticamente constantes desde que existen registros. En efecto, la razón principal debe buscarse en el desajuste entre las infraestructuras existentes (que no se han actualizado desde hace décadas) y el drástico aumento del consumo. En el presente artículo, el análisis de los datos disponibles sobre el volumen de agua embalsada, extraídos de fuentes oficiales (Ministerio para la Transición Ecológica, Agencia Española de Meteorología y el Sistema Automático de Información Hidrológica de la Confederaciones Hidrográficas españolas), permitirán confirmar esas mismas conclusiones.
La capacidad total de nuestros embalses es de 56.039 hm3 (cada hectómetro cúbico equivale a mil millones de litros), aunque de acuerdo con los datos registrados durante los últimos 40 años, el agua embalsada nunca ha superado los 45.000 hm3, es decir, el 80% de dicha capacidad teórica. Pero en realidad, la capacidad real de almacenamiento es menor, ya que muchas de nuestras presas tienen una antigüedad considerable (una buena parte de ellas rondan los tres cuartos de siglo) y durante su vida activa se van produciendo acumulaciones de arena, lodo y arcilla en el fondo de los vasos, que van reduciendo su capacidad. Pero no hemos encontrado en ninguna de las fuentes oficiales consultadas información sobre el grado de aterramiento de nuestros embalses, aunque existe la sospecha de que puede ser importante. Como ejemplo ilustrativo, se puede mencionar que durante la construcción del tramo de la autopista A66 (Autopista de la Plata) que transcurre junto al Río Luna (provincia de León), se comprobó que en el centro del valle, a partir del momento en que se cerró la presa para el primer embalsado, se habían acumulado unos 20 metros de sedimentos en tan sólo en 26 años (algo más de 75 cm/año) Así pues, como consecuencia de la falta de información sobre el grado de aterramiento de nuestros embalses, debe tomarse con precaución el dato de nuestra capacidad total de embalse, ya que no es posible asignarle un nivel de fiabilidad, a pesar de que con la tecnología actual (geofísica con ondas acústicas) sería fácil y económico evaluarlo con precisión.
Obviando esta salvedad y de acuerdo con los datos oficiales, al 15 de abril de 2024, había embalsados 37.325 hm3 (66,61% de la capacidad teórica de embalse), dato que se sitúa por encima de la media de los últimos 10 años. El análisis de la evolución temporal del agua embalsada muestra un claro patrón sinusoidal, con un periodo de lluvias que se concentra preferentemente entre mediados de noviembre y mediados de abril del año siguiente. En este período se recogen unos 11.000 hm3 de agua que deben administrarse durante el resto del año, aunque como hemos mencionado anteriormente esa administración es cada vez más difícil ya que la demanda se ha disparado mientras que la capacidad de almacenamiento lleva décadas estancada. Por otra parte, los datos históricos correspondientes a los últimos 40 años indican también que el periodo de sequía actual no es excepcional, ya que la época con menores reservas de agua embalsada fue la década de los años 90 del siglo XX, aunque en aquellos momentos no se identificaba la escasez de agua con el cambio climático, sino que formaba parte de la normalidad, de la ciclicidad de nuestros períodos secos.
En otras palabras, que los datos disponibles indican que no es posible, como hacen nuestros políticos, echarle la culpa de la escasez de agua al cambio climático, sino que necesitamos un plan nacional de infraestructuras hidráulicas que permita transvasar, en invierno y primavera, agua de los embalses de la España Húmeda (con su capacidad habitualmente por encima del 85%) a los de la España seca (con su capacidad habitualmente por debajo del 40%). Es difícil de entender como a estas alturas del siglo XXI y en un país con grandes redes de tuberías de transporte de fluidos (petróleo, gasolinas, gasóleos y gas natural), no exista todavía una red de acueductos que conecte todas nuestras presas y permita llevar agua de unos a otros, sin necesidad de desperdiciar el agua que se vierte al mar periódicamente mediante desembalses obligados por el régimen de lluvias.
Deben abandonarse excusas baratas y fáciles (el cambio climático se ha convertido en un comodín) y exigir a la política un plan de infraestructuras hidráulicas que permita aumentar la capacidad de almacenamiento (limpieza del aterramiento, construcción de nuevos embalses, recrecimiento de aquellos en los que se pueda intervenir) y conectarlos entre sí, permitiendo el transporte de agua a las zonas necesitadas. Este plan debería complementarse con el abandono de la política actual de destrucción de presas (tan sólo en 2021, en España se destruyeron 108 barreras fluviales, incluyendo presas y azudes), y con la mejora de la red de distribución, que actualmente sufre unas pérdidas por fugas y escapes que alcanza el insoportable porcentaje del 30% del agua consumida.
No cabe ninguna duda de que la implementación de un plan así concebido tendría efectos inmensamente beneficiosos para el desarrollo económico y social, estableciendo la solidaridad hidráulica como una parte esencial del acervo común entre españoles. Además, no debe perderse de vista que si extrapolamos hacia el futuro la reciente historia geológica de nuestro planeta, el calentamiento global puede continuar durante unos cientos de años más. La Humanidad no tiene capacidad para detener esa dinámica, deberá adaptarse a ella y la forma más inteligente y eficiente de hacerlo (eso sí que está en nuestra mano) es desarrollar la infraestructura que permita captar mayores volúmenes de agua y desarrollar las redes hídricas para transportarla donde se necesite.
Todo esto, con una planificación adecuada, se podría hacer sin histerias y con sensatez. Porque a pesar de las descripciones catastróficas que nos ofrecen a menudo los medios de comunicación y los, con perdón, histéricos climáticos, España no se está desertizando sino todo lo contrario.
La Figura adjunta http://www.wur.nl/en/research-results/chair-groups/environmental-sciences muestra la evolución del uso del suelo en la Península Ibérica en el periodo 1900 – 2010, donde se aprecia como durante los últimos 110 años, la superficie arbolada de nuestro país (y también la de Portugal) ha aumentado considerablemente. Y es que, una imagen vale más que mil palabras.
Una versión más extensa de este artículo puede leerse en: A vueltas con los embalses y la sequía en España – www.Entrevisttas.com
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Gracias al General Francisco Franco, tenemos los pantanos que tenemos en España, no se han construido ni uno más, no se les da el mantenimiento adecuado, y se han destruido muchas presas con estos gobiernos progresistas (que tienen menos de progresistas que mariacastaña) ESA ES LA SEQUIA.