21/11/2024 12:11

Dejando al margen la gran ventaja de contar con una militancia y unos simpatizantes que veneran la iniquidad, el caso de Pedro Sánchez es un caso político digno de estudio: no ha dejado de perder en todas las elecciones en las que se ha presentado como líder de su secta y sin embargo no ha dejado de gobernar. Numerosos han sido los expertos y entendidos de la cosa que le han dado por políticamente muerto en incontables ocasiones. Este obseso del poder es un animal político en el peor sentido de la palabra. Y cuando como en su caso se unen la baja ambición y la psicopatía se forma una combinación mortífera.

Pedro Sánchez, terrible competidor para el control del poder, siempre ha actuado como un político desesperado que no ha dejado de merodear por el orco para aferrarse allí a cualquier diantre con el que poder formar Gobierno. Sin preocuparse, por supuesto, por el catálogo de infamias que adorna la biografía de sus socios, entre otros motivos porque él fácilmente las supera.

Hay muchas autoridades legales en el mundo, desde las que esgrimen los ladrones hasta las que blanden los violadores o los salteadores de casas y caminos. La autoridad legal de Pedro Sánchez demuestra que las autoridades legales no tienen por qué implicar respeto, verdad ni libertad, es decir, no tienen por qué ser legítimas.

La constante fundamental que presentan las personas como Pedro Sánchez es su ambición, su sed de promoción social, su afán por situarse en la cima de la sociedad, a la cual piensa poder aspirar por su belleza, o por su riqueza, o por su decisión y audacia, y es en este sentido en el que se le puede catalogar como figurón, al modo de tantos personajes de nuestras comedias del Siglo de Oro. Ninguna evolución o conciencia moral es posible en tipos así. Su desaforada egolatría le impide cualquier clase de escrúpulo, dotándole por el contrario de una absoluta confianza en sí mismo: se trata siempre de un narcisista incapaz de conocer sus límites, o de entender el rechazo que provoca entre las gentes razonables.

Es tan inmenso su amor a sí mismo que si se le pregunta si es demonio plebeyo o de los de nombre, seguro que el endemoniado responde que «de gran nombre», incluso añadirá que «el más celebrado de Occidente, por no decir de entrambos mundos». Y yo no sé si ello es así y es tan alta su categoría diabólica, pero de lo que sí estoy seguro es de que, como el demonio Zancadilla, es un espía del infierno y un sobrestante de las peores tentaciones, como la vanidad y la mentira, por ejemplo.

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El caso es que el triunfo del tirano Pedro Sánchez y de sus frentepopulistas es consecuencia de tres fracasos nacionales: el de la intelectualidad o cultura, el de la religiosidad o civilidad trascendida y el del liberalismo o socialcapitalismo democrático. Porque este bulto indeterminado de carne que engañó, engaña y engañará al pueblo torpe e inconstante, por medio de un discurso lleno de franqueza, es un malvado bribón, lo cual nunca será el hombre prudente, aunque éste tenga que incurrir en el desagrado popular. Y ello es así porque el hombre vulgar se fija en la apariencia externa, y el hombre prudente mira en el corazón.

Con la violencia de su modo de actuar abusivo y antiestético, más aún porque se sabe impune, o con la violencia de su acostumbrada palabrería vacua o engañosa, hasta el extremo de que en él la palabra se transforma en un mundo delictivo y grotesco, y a pesar de la gravísima situación a la que nos ha arrastrado él y sus frentepopulistas y cómplices, resulta inconcebible que en la sociedad no se observen oleadas de fondo que levanten a las masas; como mucho, lo único que se observa en ellas es una división que opone unos grupos a otros.

Y no sirve de consuelo saber que estos tiranuelos con ínfulas de faraones son gente ruin, obligados a valerse y acompañarse de gente ruin: de los trastos del poder, sedientos de ambición abyecta, jueces venales, testigos falsos, palmeros reptantes, sediciosos vengativos, sicarios sangrientos, insidiosos intrigantes, delincuentes de todo tipo y condición… Los tiranos de cloaca no tienen otra opción, dada la condición de su persona y de su estrado o poltrona.

Entre las escasas esperanzas de que Pedro Sánchez encuentre al fin su debacle se halla la de su prosperidad. Pues esta circunstancia es el calzador con que los seres humanos entran en el zapato de su perdición y los hace confiados: en su abundancia, en su comodidad, en sus gozos, en su vanidad, en su poder. ¿En qué tragedia el éxito no reparte todos los papeles? ¿Qué sentido común, en llegando a ella, no se resbala? ¿Qué psicopatía no se crece? ¿Qué advertencia se sigue y qué consejo se escucha? ¿Qué castigo se teme y cuál no se merece? El propio triunfo acaba por derribar al triunfador, ahíto de fortuna, y con su paso inescrutable acaba alimentando de escarmientos a todos aquellos miserables que en poder de la gloria fueron insolentes y dominantes. Que en la vida el que alcanza todo lo que quiere acaba creyéndose un dios y olvidando que sólo es barro o ceniza.

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El caso es que por muy alta que sea su autoestima, yo vengo a creer que Pedro Sánchez es un demonio plebeyo, y que los demonios de renombre son sus amos, los grandes financieros globalistas. Pero mientras le llega su San Martín, me temo que los pasos de la Providencia, que se dirigen rectamente a su objetivo por caminos torcidos, seguirán guardando al tirano de los peligros de la vida, y permitiéndole que se colme con las muchas afrentas y desesperaciones que causa a los justos y prudentes.

Y el caso es que, con el padecimiento de las interminables abominaciones causadas por él, otro año más nos han sorprendido los días del Triduo Pascual, y nos tocará conmemorar la pasión, la muerte y la resurrección del Señor en Jerusalén con Zancadilla durmiendo en la Moncloa. Pues está dispuesto a seguir allí hasta que España despierte, algo que paradójicamente tendremos que agradecerle. Pero consuélense, mis amables lectores: fuentes generalmente bien informadas me han comentado que este diablejo mentiroso duerme con terribles pesadillas, porque noche tras noche sueña que dice la verdad.

Autor

Jesús Aguilar Marina
Jesús Aguilar Marina
Madrid (1945) Poeta, crítico, articulista y narrador, ha obtenido con sus libros numerosos premios de poesía de alcance internacional y ha sido incluido en varias antologías. Sus colaboraciones periodísticas, poéticas y críticas se han dispersado por diversas publicaciones de España y América.
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