21/11/2024 15:39

A quien estas líneas lea no necesito explicarle que estamos en guerra. La guerra de las élites genocidas globalistas contra la humanidad. Y como en toda guerra, ambos bandos aplican sus propias estrategias y tácticas. El enemigo tiene como objetivo estratégico reducir la población mundial severamente, por todos los medios a su alcance, y someter a los supervivientes a control absoluto. La táctica es, simplificando mucho, el miedo y la mentira.

El principal inconveniente de esas élites es que deben fingir que siguen las reglas que ellos mismos nos imponen, es decir, las leyes. Si una inmensa mayoría de la población percibe que se las saltan, la probabilidad de una resistencia feroz es demasiado grande.

Una solución muy eficaz que llevan utilizando estos años es que, mientras los Boletines y Diarios oficiales dicen una cosa, los telediarios dicen otra distinta, más acorde con el deseo de las élites. Y la inmensa mayoría de la población, agentes de policía incluidos, no leen esos boletines. Ven la televisión.

Luego la táctica evidente del buen insurgente debe ser leerse los boletines, apagar la televisión, y adoptar las medidas pertinentes.

Un ejemplo: cuando Perro Sánchez y sus secuaces –PP y Vox incluidos- nos estabularon como al ganado, nadie se leyó el Real Decreto del estado de alarma. Nadie, salvo yo. En vista de que mi actividad laboral era una de las prohibidas, inmediatamente me di de alta fiscal (modelo 037) en la página web de la Agencia Tributaria, como PELUQUERO A DOMICILIO. Recuerdo las lágrimas de la risa mientras me daba de alta. Desde ese momento, con un peine, una tijeras y la copia del modelo 037 en el bolsillo, fue imposible encontrarme en mi casa.

Con la mascarilla, ídem de ídem. Me leí el Real Decreto-Ley 21/2020, y al ver las exenciones me acordé que tengo bronquitis crónica. Me hice con una copia de mis informes médicos, otra de la norma aplicable y ya nunca puse mascarilla. Eso sí, cientos de veces (y no exagero) tuve que discutir con cenutrios uniformados que veían demasiada televisión y no se leían los boletines oficiales. Incluso me llegaron a denunciar por falta grave de desobediencia (601 €) por desobedecer la orden de ponérmela. Sigue sin responder el recurso de alzada que mandé a mi bienamado Marlaska en julio de 2022.

En toda guerra asimétrica, como la actual de Hamás contra Israel y la de los humanos contra el globalismo, el bando en inferioridad, con no perder, gana. El bando en superioridad, con no ganar, pierde.

En suma, que lo que puede parecer “tablas”, como queda explicado no es así. Si Goliat no gana, pierde. Si David no pierde, gana.

Este enero volvieron a la carga con la infame mascarilla, y tuve que lanzar mi contraofensiva, que paso a relatar.

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 Para tener la munición legal aplicable, y saber los argumentos que utilicé frente a la policía, recomiendo leer mi anterior artículo “al infierno la mascarilla”.

Al infierno la mascarilla. Arsenal jurídico para «respiracionistas». Por Galo Dabouza

Tras varios avisos mediáticos, el 9 de enero el Boletín Oficial del Principado de Asturias (BOPA) publicó una “Resolución de 8 de enero de la Consejería de Salud”, donde, tras los sofismas y estupideces de costumbre, resuelve imponer el uso obligatorio de mascarilla en los hospitales y centros de salud, con las únicas excepciones de los menores de 6 años y aquellos pacientes que necesiten comunicarse gestualmente con el médico. Un oligofrénico diagnosticado no habría redactado un texto más idiota.

Inicialmente estaba previsto que la medida decayera el 22 de enero.

Decidido a no permitir el atropello de mis derechos, y a que se atendiese un lumbago que sufro, pedí cita a mi médico de atención primaria. A causa de la extraordinaria calidad del servicio, se me dio la cita para el 24 de enero. Ya suponía yo que, aunque tarde, sería atendido sin problemas, pero el día 22 el desgobierno asturiano prorrogó la medida otros 10 días.

Esto me obligó a planificar la operación, que decidí que fuese un reconocimiento en fuerza. Es decir, llegar al contacto obligando al enemigo a mostrar su despliegue y su táctica, pero sin empeñar una fuerza decisiva.

Ese mismo día 22 escribí por registro a la Comisaría del CNP, informando de mi intención de acudir a la cita sin mascarilla, y pidiendo que acudiese una patrulla para verificar el trato que me diera en personal.

Esto me daba la ventaja moral de ser yo quien requirió la ayuda policial.

El día 24 el personal sanitario me expulsó del Centro por no llevar mascarilla. Yo, para mostrar mi buena disposición frente a los agentes, accedí a salir. La patrulla de la policía, intoxicada de televisión, se limitó a levantar acta de mi expulsión, sin atreverse a intervenir, ni a mi favor ni en mi contra.

Conocido el despliegue enemigo, decidí repetir, pero esta vez un ataque directo. Pedí nueva cita, que me dieron para el 30 de enero, y reiteré otra vez el requerimiento policial, a modo de preparación artillera, para ablandar las defensas enemigas.

A mi llegada, el personal sanitario me intentó expulsar por no llevar mascarilla, pero esta vez no abandoné la instalación. En su lugar me parapeté en la sala de espera… a esperar a la policía.

Llegó la policía, y cuando yo ya me veía en feroz lucha jurídica con unos analfabetos uniformados y con pistola, como me ha ocurrido tantas veces, el primer agente se me acerca y me dice, –tranquilícese y no se preocupe. Tiene usted razón. La ley lo ampara. No es obligatorio usar mascarilla. Intentaré gestionarlo-.

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Si en ese momento me pinchan, no sangro. En 4 largos años de guerra, era la primera vez que me encontraba con un agente que conocía de verdad la normativa aplicable (no la versión televisiva) y defendía mi derecho.

Cuando recuperé el habla le di las gracias, que rechazó amablemente. Luego el agente habló con mi médico, Dª Silvia G.C., intentando disuadirla para que me atendiese. La doctora se negó a escuchar las fundadas y sólidas razones legales del agente y a atender mis problemas de salud.

Visto el desolador panorama, el agente me advirtió que mi presencia allí era perfectamente legal, lo ilegal era que no me atendiesen, y así lo haría constar en su informe, pero visto el talante intransigente del personal, me recomendó que abandonase el local y formulase denuncia penal.

Los buenos consejos son para seguirlos, e hice ambas cosas.

Antes de salir del Centro, el agente explicó brevemente al resto del personal, administrativos y celadores, las razones jurídicas por las cuales mi expulsión era ilegal, causando su perplejidad y profundo disgusto al sentir que no podrían seguir tiranizando a los ciudadanos.

La denuncia penal ya está presentada y las espadas están en alto.

Independientemente de lo que resuelva el juez de instrucción –mi confianza es nula-, lo ocurrido es una victoria absoluta, porque en adelante, si un ciudadano se niega a usar mascarilla, esos patanes analfabetos fanatizados con bata blanca se lo pensarán dos veces antes de llamar a la policía, por miedo a llevarse otro fiasco.

Ahora, iniciada la vía penal –veremos en qué queda- mi paso siguiente es acudir a la sanidad privada y luego reclamar en vía contencioso-administrativa la responsabilidad patrimonial de la administración, y que me devuelvan el importe de la factura.

Podemos cambiar el mundo, pero no será con nuestra opinión, sino con nuestro ejemplo.

Fiat iustitia, ruat caelum.

Hágase justicia, aunque se hunda el cielo.

Autor

Galo Dabouza
Galo Dabouza
Guerrillero insurgente. El sistema lo describe como negacionista, conspiranoico, anticientífico, egoísta e insolidario. Él se cisca en el sistema y no ceja esfuerzos para derribarlo. No usa trabuco, pero a su ordenador lo llama “La MG-42”.
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Dufresne

Galo, eres Grande.

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