23/11/2024 10:48
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Yo ya era un hombre adulto, aunque todavía joven, cuando la Constitución Española actual fue aprobada. De eso hace cincuenta años. Fue el día 6 de diciembre de 1978.

Los periódicos hablaban del fin de las dos Españas. Hacía muchos años que Marañón había afirmado aquello de que “La historia de España ha sido una continua guerra civil. Desgraciadamente es verdad y en ello hemos de buscar, tal vez, la causa mayor de nuestras malas venturas nacionales.(1)

Los medios de comunicación entonces, en 1978, lanzaban a los cuatro vientos el propósito que parecía anidar en las entrañas de la sociedad española. ¡Jamás otra guerra civil! ¡A la concordia por la libertad! ¡Viva la Constitución!.

Los dos canales de televisión que entonces existían se llenaban la boca llamando a los españoles a la fraternal convivencia. Al disfrute de la libertad en paz. Aunque el miedo a un futuro incierto helaba los corazones. Algo chillaba en las honduras españolas aquella afirmación que Marañón había enunciado hacía ya muchos años.

La realidad social durante aquellos momentos históricos era que los tiros en la nuca constituían el devenir cotidiano de las calles españolas. Los secuestros. Las bombas. El terror, en definitiva, se apoderaba del corazón de los españoles de aquellos días.

En las profundidades del alma española habían echado raíces los desoladores versos de Machado:

Ya hay un español que quiere vivir,

y a vivir empieza.

Entre una España que muere,

y otra España que bosteza.

Españolito que vienes al mundo

te guarde Dios.

Una de las dos Españas

ha de helarte el corazón.

Han pasado cincuenta años. La concordia anhelada hace cincuenta años devino en una quimera. La navaja que parte España en pedazos es afilada. Las heridas abiertas en las entrañas de los españoles supuran pus de odios ignorantes y malvados. Sólo la corrupción, el robo y la miseria dan asientos a las estructuras políticas de la nación.

 Y así hemos llegado a un panorama en el que, entre los que hoy rigen los destinos de esta nación agonizante, son multitud los que queriendo mostrarse como rapsodas de la virtud, devotos del progreso y cantaores de la solidaria igualdad, no dejan de ser majaderos zampabollos, huecos y vacíos. Rebosantes tan solo de codicia y hueros de moral. De chusca y cómica pedantería. Viles los espíritus. Ruines las conductas. Rufianes y engañadores.

Llegado al punto en el que nos encontramos, es posible que quizás solo nos quepa rezar. La nación endeudada hasta las cejas; movimientos secesionistas que incluso amenazan con la disolución de la identidad española; la sociedad corrompida. Unos políticos al servicio de intereses ignotos y alejados; unos políticos dedicados a inocular en las gentes el odio, la división y el enfrentamiento, pues a rio revuelto ganancia de pescadores; unos políticos, que tienen sus mentes repletas de malévolas ignorancias; unos políticos borrachos de insaciable voracidad. Pero políticos que, no hemos de olvidar, han sido elegidos por los españoles. Luego, habremos de admitir que la mayor parte de nuestros compatriotas comparten los valores de los políticos que ellos mismos eligieron.

Sí. Es posible que rezar sea la única salida. Ojalá el Dios-Amor que Jesús de Nazaret nos vino a revelar se apiade de España. Ojalá el Buen Dios, Creador de todas las cosas, se compadezca de ésta, tal y como repitió tantas veces Benito Pérez Galdós, desdichada nación.

  1. Españoles fuera de España. Gregorio Marañón. Ed. Espasa Calpe. Colección Austral. Pág. 22. Madrid. 1968.

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Autor

Juan José García Jiménez
Juan José García Jiménez
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Daniel Antonio Jaimen Navarrete

España es un monstruo. No es ni siquiera un centauro sino un ángel con cuerpo de cerdo. El problema de España es la chusma genética, el gen rojo que buscaba Vallejo Nájera y que explicaría la transmisión, a través de generaciones, de los deformidades grotescas y esperpénticas psíquicas y morales de bulto y contumaces de una parte demasiado importante de la población. Población, que no pueblo y menos con la sociedad de masas urbana industrial y postindustrial. El hechizo está en la falta de dirigentes con la visión y la energía para reprimir sin contemplaciones las pulsiones maléficas de la chusma irracional ejpañola; algo que unos burguesitos de terciopelo vendidos a nuestros enemigos históricos no van a hacer entre mohines de asco. Además haría falta pesar y articular una posición intelectual para ello; lo que es mucho pedir para esta dirigencia entreguista, artera y huera. El folleto del 78 no fue sino una falsa tregua por parte de los vencidos y por parte de los enemigos externos con los que estos actúan en concurso. No hay peor bajeza que ofrecer la paz para poder darse la vuelta y apuñalar al que la aceptó de buena fe.

Aliena

Marañón sería un médico genial y muy admirado y alabado – de lo qeu se mofa, con mucho estilo, Jardiel Poncela – pero también decía unas tonterías impresionantes, más aún por venir de un ser supuestamente tan superior ( claro que esto pasaba también con Ortega y Gasset ). Y si el egregio, eximio doctor se hubiese molestado en repasar con ganas nuestra historia y después la de otros países cercanos, como Inglaterra, o lejanos como Japón, tal vez se habría callado la boca o la hubiera usado para comer. Y en cuanto a ustedes, no sé cómo se las arreglan para sacar citas de tres o cuatro autores entre los que Machado – Antonio, que de Miguel nadie se acuerda – ocupa el lugar preponderante. Como si no hubiesen existido Cervantes o Quevedo, de quienes se podría sacar oro puro. Pero claro, Quevedo no es políticamente correcto y, por tanto, nada socorrido; y, además, habría que leerlo, cielos.

Aliena

Bien, yo puedo estar de acuerdo y en especial en lo que se refiere la última parte, pero no acierto, pues, a encontrar un remedio posible. Ya que no vamos a llevar a cabo un programa de eugenesia que se prolongue varios siglos o milenios, se diría que la única solución es que, voluntariamente, nos extingamos. Bien es verdad que eso ocurrirá más pronto que tarde por nuestra necia inconsciencia, pero no veo yo que la carga genética de quienes han venido y seguirán viniendo con el fin de ocupar nuestro lugar sea motivo para la esperanza.

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