21/11/2024 16:20
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Steven Levitsky y Daniel Ziblatt, profesores en la Universidad de Harvard, publicaron en 2018 un libro titulado How Democracies Die (Cómo mueren las democracias). A priori, un título sugerente que, además, estaba escrito con un ritmo ágil y se seguía con facilidad. Y, de hecho, tan bien se entiende que uno no tiene más remedio que preguntarse cómo se accede al puesto de profesor en la citada universidad y cómo ésta conserva algún prestigio.

Para empezar, con la soberbia iluminada de quienes hace tiempo viven en una burbuja, distanciados de la realidad y separados de la plebe a la que desprecian, los autores no sólo se erigen en defensores de la democracia, arrogándose la capacidad de definir lo que es y lo que no es democrático, sino que, pretendiendo tomar la Historia como maestra, exhiben sin pudor un llamativo desconocimiento de la misma.

Apenas iniciada su lectura, hallamos una prueba de esta ignorancia –y de los prejuicios asociados– a propósito de Allende: “Durante su mandato, Chile se había visto sacudido por el malestar social, la crisis económica y la parálisis política. Allende había declarado que no abandonaría su puesto hasta concluir su trabajo […] Allende pronunció un discurso desafiante a través de una emisora radiofónica nacional con la esperanza de que sus muchos partidarios tomaran las calles en defensa de la democracia. […] Al cabo de pocas horas, el presidente Allende había muerto y, con él, la democracia chilena”1. Un párrafo que evidencia un punto de partida erróneo, al asumir que Allende y sus partidarios eran demócratas2; lo cual, sencillamente, era y es falso.

Como es natural, con tales mimbres, sólo podía salir un cesto deforme, y aunque, como diría Cervantes, no hay libro que no contenga algo bueno o aprovechable, lo cierto es que son muchos los razonamientos erróneos derivados de los prejuicios ideológicos de sus autores. O, dicho de otra forma, producto de un manifiesto sectarismo.

Habrá quien se sorprenda por el doble rasero de estos dos profesores de Harvard para evaluar algunas prácticas y comportamientos dependiendo de quién se trate; esto es, condenando en los demás lo que para sí perdonan. Pero si se analiza con serenidad, resulta lógico que así sea. Conscientes de la importancia del lenguaje, expertos en su manipulación y duchos en el adoctrinamiento impune desde el púlpito académico, su sensibilidad para detectar la “inmoralidad” y la “intolerancia” en el discurso ajeno es proporcional a su incapacidad para reconocer las mismas debilidades en el propio. Y, sobre todo, desvelan una nula voluntad de hacerlo.

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Un ejemplo, entre muchos, de la hipocresía mencionada, es la queja de los autores respecto al uso por los republicanos de “ciertas palabras peyorativas para descalificar a los demócratas, como por ejemplo: patéticos, enfermos, raros, antibandera, antifamilia y traidores”, atribuyendo estos excesos a una presunta nueva forma de hacer política por parte del republicano Newt Gingrich. Sin embargo, todo el libro es un intento por caricaturizar a la derecha republicana como extremista y peligrosa –empezando por el presidente Donald Trump–, etiquetando a sus integrantes como “retrógrados”3, “ultraconservadores”4 o “radicales”.

En este sentido, tampoco puede extrañar que bajo un planteamiento aparentemente a favor de la democracia, como parece indicar el título del libro, se abogue abiertamente por la vulneración de la democracia, reconduciendo la voluntad popular plasmada en las urnas o bloqueando a un candidato. Así, Levitsky y Ziblatt afirman: “cuando los mecanismos de cribado fracasan, el estamento político debe hacer todo cuanto esté en su mano por mantener a las figuras peligrosas alejadas de los centros de poder”5.

Y es más, reivindican abiertamente que una élite política ignore la voluntad popular cuando sea menester: “En 2016, los conservadores austriacos respaldaron al candidato del Partido Verde, Alexander Van der Bellen, para evitar la elección de Norbert Hofer, un radical de extrema derecha. Y en 2017, el candidato conservador francés derrotado, François Fillon, solicitó a sus correligionarios que votaran por el candidato de centroizquierda Emmanuel Macron para evitar que la aspirante de extrema derecha Marine Le Pen alcanzara el poder”6.

Lo cual nos lleva, inevitablemente, a la cuestión: si un político republicano acusa a un político demócrata de ser un peligro para la democracia, tal acusación debe entenderse como un signo “evidente” de “comportamiento autoritario”7; pero si un político demócrata acusa a un republicano de lo mismo, no sólo hay que creerle, sino que es lícito apartar “democráticamente” dicho peligro de en medio: “Si (la élite del partido republicano) hubiera explicado a los estadounidenses de manera clara y explícita que éste (Trump) suponía una amenaza para las instituciones […] y si, partiendo de esa base, hubieran apoyado a Hillary Clinton, es posible que Donald Trump no hubiera alcanzado nunca la presidencia”. ¡Toma ya! Y si mi tía tuviera ruedas sería una bicicleta. Pero la cuestión es que los ilustres “demócratas” que perpetran el texto titulado Cómo mueren las democracias, no ocultan su propósito de “proteger” la democracia de los votantes: “Si los líderes republicanos se hubieran opuesto públicamente a Trump […] el electorado republicano se habría dividido […] para derrotar a Trump sólo habría sido preciso que una diminuta fracción de los votantes republicanos cambiara de filas”. Vamos, que si los republicanos apoyaran a la candidata demócrata Hillary Clinton, no ganaría el candidato republicano Donald Trump. ¡Ojo al razonamiento! Y a los votantes de Trump, en cualquier caso, que les den morcilla.

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En definitiva, ¿ quién no cuestionaría el último proceso electoral en los Estados Unidos después de leer a estos popes de Harvard y ver cuál es su idea de la democracia?

1 Cómo mueren las democracias. Editorial Planeta, Colección Booket, Barcelona, 2022, p. 11.

2 Una idea reiterada en el libro más adelante: “Antes del golpe de Estado de 1973, Chile era la democracia más antigua y consolidada de Latinoamérica, apuntalada por sólidas normas democráticas”. Op. Cit., p. 134.

3 Op. Cit., p. 139.

4 Op. Cit., p. 159.

5 Op. Cit., p. 83.

6 Op. Cit., pp. 83-85.

7 Véase el punto 2 de la Tabla 2 “Donald Trump y los cuatro indicadores clave de un comportamiento autoritario”, p.81.

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Daniel Antonio Jaimen Navarrete

De la Gringolandia, cualquier mediocridad glorificada y desde hace tiempo. El problema de fondo es que al término «democracia» se le ha fabricado una acepción que contiene elementos contradictorios, potencialmente conflictivos y en permanente tensión: poder popular y Estado de derecho. Mientras no se disuelva el término y se expongan sus componentes tendremos este tipo de absurdos de los que quieren proteger las democracias de los votantes. En el caso de los judeogringos estos, hay que observar el componente malicioso, desvergonzado y fraudulento de alabar la democracia formal sólo mientras sus técnicas de manufactura mediática de la opinión pública funcionen y mientras el votonto se comporte como se espera y ninguna agenda oculta quede en entredicho o se haga pública y notoria. El fraude electoral con las máquinas tiene sus límites. La izquierda está acorralada intelectualmente hoy, después de ir perdiendo terreno década a década. La correa de transmisión de su discurso está rota y no llega ya al público más educado y reflexivo. Sólo les queda la propaganda, los improperios histriónicos para batirse en retirada y la mirada esquiva.

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