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Teresa de Cepeda y Ahumada tuvo problemas en Ávila para reformar la orden femenina de las carmelitas calzadas (1562). Definitivamente, las carmelitas descalzas hacían voto de pobreza y una simple vocación que no aportaba dotes o dinero no era conveniente. En el oratorio del convento, en 1554, su encuentro con las estatua de Jesucristo en agonía y humillado la había cambiado interiormente, empezando sus visiones y levitaciones. En 1560, durante el éxtasis místico de la transverberación, su corazón fue traspasado por un fuego sobrenatural.

En 1567, conoció a Juan de Yepes Alvarez en Medina del Campo y lo unió a su proyecto de reforma. Ella tenía entonces 52 años y él 25 y su relación fue la de maestra-discípulo. Lo llamaba “medio monje” por su baja estatura (medía 1m50). Juan de la Cruz fue pobre del nacimiento hasta la muerte, encarcelado en Toledo en 1977 (durante 9 meses) por orden del nuncio apostólico italiano en España, Filippo Sega. Maltratado, flagelado, casi se mató al escapar, saltando por la ventana de su celda. Amaba particularmente el Cantar de Salomón o Cantar de los Cantares, en el cual no se habla de la Ley ni de los profetas, ni se examina tampoco la alianza y ni siquiera se alude a Dios. En el Cantar, los amantes se regocijan en la intimidad de su amor ¿él de Teresa?. El Cántico espiritual de Juan de la Cruz, escrito en cautiverio, representó el crisol adelgazado del Cantar. En 1591, rodeado por la comunidad, en su lecho, minutos antes de fallecer, escuchó del prior el Cantar, por última vez.

Hay que subrayar que Teresa, así como Juan, era de ascendencia judía. Su abuelo paterno, Juan Sánchez de Toledo fue un judeoconverso que renegó de su anterior conversión y volvió a la práctica secreta de la religión hebraica. Posiblemente, se debiera a los consolidados intereses comerciales adquiridos con la comunidad judía, que le obligaban a moverse sobre el filo de la navaja, por ser un acomodado comerciante y prestamista. Con sus secciones de lujosos paños y sedas, imponía la moda entre las damas, algo que incomodaba a la austera reina Isabel la Católica. En cuanto al padre de Teresa, Alonso, trató de convertirse en un labrador con hidalguía mediante lazos matrimoniales. Para ello, necesitó conseguir la “limpieza de sangre”. Dejó la actividad mercantil, porque el comercio, la especulación y la usura eran considerados oficios viles propios de judíos. Ya que los hidalgos tenían que poseer su propia hacienda, se dedicó a vivir de las rentas de las propiedades de sus dos esposas, que prácticamente dilapidó. Llevó un nivel de vida muy por encima de sus posibilidades, de pura apariencia de “cristiano viejo”. Cuando murió, únicamente dejó deudas que sus hijos no quisieron asumir. Teresa siempre vivió angustiada con la posibilidad de que se conociera su origen judío. No hizo ninguna alusión de ello en su autobiografía “ El Libro de mi vida » en 1588. Su obsesión por la “limpieza de sangre” la llevó a estar siempre vigilante y a controlar el modo de vida de sus hermanos. Más difícil lo tuvo con los 7 hermanos que se embarcaron a América. Cuando su hermano Lorenzo volvió con oro, Teresa le pidió que fuera prudente y no generara tal envidia para que no se emitiera sospechas sobre sus raíces hebraicas. De Sánchez de Toledo, su madre Beatriz Dávila y Ahumada (emparentada con muchas familias ilustres de Castilla), pasó a llamarse Sánchez de Cepeda. Solo en 1947, se empezó a difundir este secreto de familia, tras varios siglos de silencio. Además, no fueron los de “sangre limpia” quienes más ayudaron en la empresa teresiana sino los mercaderes descendientes de judeoconversos con quienes ella se entendía mejor.

En cuanto a Juan, fue hijo de una morisca y un judeoconverso. Su tío, Juan de Yepes era médico en el pueblo toledano de Gálvez. En la primera mitad del siglo XV, aún era excepcional que un médico no tuviera sangre judía. En segundo lugar, la ostensible predilección del Santo por el Antiguo Testamento, del que había memorizado gran parte y del que tenía un dominio admirable hizo que en sus cuatro obras principales, las dos terceras partes de las citas de la Biblia correspondan al Antiguo Testamento. Sus modelos preferidos fueron concretamente Job, Jeremías y David.

Fueron estos dos místicos influenciados por el mundo del judaísmo, así como por el Islam. Por un lado, las moradas del Castillo Interior de Santa Teresa recuerdan las 7 moradas del alma mencionadas en el Sefer ha-Zohar (Libro del Esplendor), los siete recintos celestiales del mundo de Beriah del Corazón, escrito por el rabino Moshé ben Sem Tob de León (1240-1305) que vivió en Ávila, donde se asentó una de las academias talmúdicas más importantes de los siglos XIII-XIV. En diferentes textos talmúdicos y cabalísticos, se pueden encontrar estas enseñanzas sobre los 7 cielos. Teresa habla de un palacio celestial como “diamante de muy claro cristal” y los Kabbalistas se refieren a “palacios hechos de piedras preciosas duras como el diamante”. Ella escribió Las Moradas al estar confinada en Toledo por el citado Filippo Sega.

Por otro lado, evocan también los 7 castillos concéntricos del sufismo, con el centro “donde mora el rey”, la cámara más secreta de lo Interno. La poesía de Juan de la Cruz se asemeja mucho a los versos místicos de Ibn Arabi y de Ibn al-Farid y maneja el lenguaje castellano como si fuera una lengua semítica. La imagen de la transmutación del alma en ave coincide estrechamente con la de los sufíes. El vino y la embriaguez son metáforas del éxtasis místico que tan frecuentemente usa Juan de la Cruz y se encuentra igualmente entre los sufíes. Juan alude a la variante del “mosto de granadas” y es precisamente esta fruta, que marca la llegada del sufí a la cuarta etapa del jardín místico. En cuanto a la noche oscura, ya desde el siglo XII, Abu al-Mawahib al Sadili celebraba su noche espiritual en apasionados versos.

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En suma, estos grandes místicos del Catolicismo no fueron tan católicos, aun considerando la gran cercanía de Teresa con el rey Felipe II “El gran amor que tengo a vuestra majestad me ha hecho atreverme”(13.09.1577), con su hermana Juana (fundadora de las Descalzas reales de Madrid) y aun habiéndose ganado a toda la aristocracia española.

 

Autor

Claire Gruie
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