El Rosario de hombres, tras ser premiado por ReL, afronta el Rosario mundial con ilusiones renovadas. Por Javier Navascués

La Santísima Virgen María, en Pontevedra (España), reveló a la beata Lucía, una de las niñas receptoras del mensaje de Fátima, luego en las Hermanas Doroteas de aquella localidad española, la necesidad de la práctica de la Comunión Reparadora de los primeros sábados en honor su Inmaculado Corazón:

«Tú, al menos, empéñate en consolarme y dí que todos aquellos que, durante cinco meses, en el primer sábado:

• Se confiesen
• reciban la Sagrada Comunión
• recen el Santo Rosario
• me hagan compañía durante 15 minutos, meditando los 15 misterios del Santo Rosario, con el fin de desagraviarme,

Yo prometo asistirles en la hora de la muerte, con todas las gracias necesarias para la salvación» (10 de diciembre de 1925).

Dado que los papas y sus prelados despreciaron a la Santísima Virgen María en su petición de consagrar Rusia a su Inmaculado Corazón (hasta san Juan Pablo II, el único que obedeció), Nuestra Señora al menos recurre a sus fieles y devotos hijos, nosotros, para que la desagraviemos y consolemos en su terrible aflición por los hijos que se pierden. No despreciemos este mensaje con soberbia descreída.

¿Por qué han de ser cinco meses y no otro número diferente? La aclaración fue dada a la hermana beata Lucía, en una comunicación del mismo Señor:

«Son cinco las especies de ofensas y blasfemias proferidas contra el Inmaculado Corazón de María:

• las blasfemias contra su Inmaculada Concepción
• las blasfemias contra su Virginidad
• las blasfemias contra la Maternidad Divina, rechazando, al mismo tiempo, el recibirla como Madre de los hombres,
• las blasfemias de los que procuran infundir en los corazones de los niños, la indiferencia, el desprecio y hasta el odio contra esta Madre Inmaculada,
• las blasfemias de los que la ultrajan directamente en sus imágenes».

(Del 29 al 30 de mayo de 1930).

Las Quince Promesas de la Santísima Virgen María a los cristianos que rezan el Santo Rosario:

1. Los que fielmente me sirven mediante el rezo del Santo Rosario, recibirán insignes gracias.
2. Yo prometo mi protección especial, y las más notables gracias, a todos los que recitasen el Santo Rosario.
3. El Santo Rosario será la defensa más poderosa contra las fuerzas del infierno. Se destruirá el vicio; se disminuirá el pecado y se vencerá a todas las herejías.
4. Por el rezo del Santo Rosario, florecerán las virtudes; y también las buenas obras. Las almas obtendrán la misericordia de Dios en abundancia. Se apartarán los corazones del amor al mundo y sus vanidades; y serán elevados a desear los bienes eternos. Ojalá que las almas hiciesen el propósito de santificarse por este medio.
5. El alma que se recomienda a mí por el rezo del Santo Rosario no perecerá jamás.
6. El que recitase el Santo Rosario devotamente, aplicándose a meditar los Sagrados Misterios, no será vencido por la mala fortuna. En su justo juicio Dios no lo castigará. No sufrirá la muerte improvisa. Y si es justo, permanecerá en la gracia de Dios y será digno de alcanzar la vida eterna.
7. El que conserva una verdadera devoción al Santo Rosario, no morirá sin los sacramentos de la Iglesia.
8. Los que fielmente rezan el Santo Rosario, tendrán en la vida y en la muerte la Luz de Dios y la plenitud de Su Gracia. En la hora de la muerte, participarán de los méritos de los Santos en el Paraíso.
9. Yo libraré del Purgatorio a los que han acostumbrado el rezo del Santo Rosario.
10. Los que permanecen como fieles hijos del Santo Rosario, merecerán un grado elevado de gloria en el Cielo.
11. Se obtendrá todo lo que se me pidiere mediante la recitación del Santo Rosario.
12. Todos los que propagan el Santo Rosario recibirán mi auxilio en sus necesidades.
13. Para los devotos del Santo Rosario he obtenido de mi Divino Hijo la intercesión de toda la Corte Celestial durante la vida y en la hora de la muerte.
14. Todos los que rezan el Santo Rosario son hijos míos y hermanos de mi único Hijo Jesucristo.
15. La devoción al Santo Rosario es gran señal de la predestinación.

La Santísima Virgen María, Reina de Cielos y tierra, no es el papa Francisco, ni sus prelados, ni teólogos, ni iluminados de la doctrina social herética esa, ni políticos o mercaderes interesados todos en sus asuntos mundanos.

La Santísima Virgen María es la Inmaculada y Excelsa Madre de Dios, por cuya intercesión innumerables almas se salvan de perecer eternamente entre las llamas del infierno. Su autoridad en todo católico verdadero es total y preeminente, pues no hay distinción con la de su Santísimo Hijo. La Santísima Virgen María tiene toda la autoridad que le otorga su Santísimo Hijo, Dios Nuestro Señor. Ni un solo teólogo verdaderamente fiel a Cristo lo discutiría. Hay que hacer lo que manda Dios, porque ella también nos lo exige: «Haced lo que Él os diga». La Palabra de Dios, transmitida también por su Santísima Madre, prevalece ante la palabra de cualquier hombre, papas, prelados y teólogos incluidos. Ésto es lo que hay que hacer, lo que manda Dios por su Madre Santísima.