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«Galdós afirma en Zaragoza que el destino de España es “poder vivir, como la salamandra, en el fuego”. El ruso, como el español, cree las palabras del inglés o del francés, y no mira los hechos, porque piensa que las palabras remiten a los hechos automáticamente.»

Elvira Roca Barea, Imperiofobia y leyenda negra [2022: 109.]

«La expresión “publishing freedom”, o “libertad de prensa”, o “libertad de expresión”, son sintagmas mágicos, como lo ha sido también la frase “libertad religiosa”. Cuando se dejan de lado las palabras y se va a ver en qué consisten en realidad, encontramos que denominan un conjunto de restricciones muy severas para expresar libremente las ideas religiosas o los contenidos políticos discrepantes con el gobierno vigente, sea este el que sea. En el mundo católico las leyes de este tipo no se habrían llamado libertad de prensa sino simple y llanamente censura. Esta manía de los católicos de llamar a las cosas por su nombre es una fuente constante de tergiversaciones y malentendidos a dos niveles, interno y externo. En el mundo católico se cree que esas expresiones remiten a un referente real que se corresponde con las palabras usadas.»

Elvira Roca Barea [2022: 456-457.]

El Correo de España es un medio de desinformación” sentenciará con newtralidad de malditobulo(y punto) el verificador socialcomunista o very(plani)fikator globalitario.

Ignoro el tiempo que hace que el hablante hispano, el lector habitual en nuestro caso, ha leído o escuchado, conoce, incluso ha empleado alguna vez el palabro, arrastrado por su puesta en circulación, dando carta de naturaleza a una “normalización” lexicográfica dictada por los subnormalizadores del lenguaje políticamente correcto de la neolengua.

En cualquier caso, no más de un lustro, me temo, y asociado a un virus lingüístico que con el puño de hierro en guante de seda del prestigio y la mano izquierda de “lo breve”, nos inocula con virulencia el hegemón cultural a través de los miedos de comunicación.

¿Qué estamos diciendo por boca de ganso ¿capitolino? en virtud o defecto del sentido práctico? O lo que es aún peor, ¿qué se le está transmitiendo al oyente de boca a oreja o de boca en boca (que no de boca a boca), qué semema genéticamente modificado se le contagia al hemisferio verbal del lector o e-lector—por medio del cerebro electórnico?

Desinformación” es ‘falta de información’, privación o carencia (por el prefijo des-) o, en cualquier caso, ¿INinformación? Dudo que haya un hispano que entienda, en esa pedrada en el océano de su sistema lingüístico, “información sesgada, errónea, falsa o malintencionada (mediante medias verdades o engañando con la verdad), tergiversada (por medio de ocultación o exageración) o descontextualizada; y, en fin, manipulada.

No es producto nacional. De la comunidad lingüística nativa hispánica. Y no reparo en tal discriminación por un prurito de purismo lingüístico ni por autarquismo cultural en un mundo global (que no globalista), sino porque cuando me llevo a la boca un producto importado quiero saber, al menos, cuál es su denominación de origen y cómo se come eso, sin tragármelo como un pavo empapuzado para el Día de Acción de Gracias.

Una cosa es un “préstamo” lingüístico (que ya conlleva intereses) y otra, un presunto “neologismo” léxico que resulta ser, como dicen en su jerga los traductores, “falso amigo”, proverbialmente anglosajón, moneda fiat de los monederos falsos, falsa moneda de (dis)curso aparentemente legal y referenciada en la mercancía de matute que se/cuela en NOMbre de la libertad de mercado lingüístico bajo su anglicismo de lengua franca, neolengua anglobalista, mientras ejerce el Monopolyo cultural de la libertad de expresión.

Creo que fue Claude Lévi-Strauss, padre fundador de la antropología estructuralista, quien expuso la paradoja del conocimiento de la tribu, a saber: que, si el investigador de campo observa su objeto de estudio desde fuera, es incapaz de comprender sus ritos y, si se integra en ella, pierde la necesaria perspectiva científica para su objeto de su estudio.

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Pues bien, dado que observo la Anglosfera desde el desconocimiento del idioma —y pese a las adherencias de curioso conocimiento pasivo inevitable en varios decenios—, el diccionario —y cualquier cipayo dispuesto a hacer una paternalista obra de caridad que refuerza, a la vez, su autoestima y retribuye siquiera moralmente tanta dedicación— me confirma la SOSpecha de oído no viciado para el cuerpo extraño de un barbarismo. Y más allá del xenismo de pedigrí o del trasladado calco semántico, es una adaptación perfectamente acomodada al español de DISINFORMATION (en inglés en el original). De modo que el sentido de una voz desconocida que se presenta en español asociada a un significado nuevo, con un sentido sobrevenido y una acepción sobreañadida, remite al anglicismo y no ya como préstamo léxico, sino impuesto o carga verbal, volviendo a encerrar al hispanohablante en el círculo vicioso de la Anglosfera, en esa interminable rueda del hámster, en el torno inquisitorial —que diría la leyenda negra anglosajona—.

Quod erat demostrandum.

¿DISINFORMATION O THIS IS FORMATION?

«Ya sabemos que el lenguaje crea la realidad. El eufemismo es la manifestación más visible y el lector está rodeado de ellos por todas partes. Ahora mismo suelen proceder de la lengua inglesa y se difunden a través de las agencias de prensa. […] No importa cuál sea la realidad, sino qué palabras se usan para referirse a ella. Luego el lenguaje hace el resto del trabajo. […] Esto el mundo católico no ha sido capaz de verlo ni de analizarlo nunca. Y mucho menos de responder adecuadamente a ello. Y sus intelectuales han estado tan ocupados imitando “las novedades” que no han atinado ni a planteárselo.»

Elvira Roca Barea [2022: 457.]

La mal llamada “desinformación”, pues, no sólo no desinforma, sino que forma y conforma al hablante semicolonial en el programa ideológico export-import de la metropoli(cía), sin consentimiento informado, pero con un sentimiento de conformidad.

Formatea el cerebro electrónico de una población sometida a un inconsciente imperialismo informal de hegemonía cultural y reforma su conciencia mediante el anglicismo protestante, expresión de un trasfondo anglicano de salvación por la fe en el NOMbre del Señor (de las moscas) del Globalismo —esa religión universal que nos religa, cazándonos con Liga—, más la predestinación racista (de la Reforma) de unos elegidos.

De modo que, en definitiva, el hecho de ahormar nuevos moldes cognitivos mediante conceptos ajenos con referentes prefabricados deforma la percepción del nativo, del indígena al que se regala los oídos con baratijas, del indigente expoliado por el Ogro filantrópico, incorporándolo de forma activa (¡voluntaria!) o pasiva al Anglobalismo.

De forma que, tras un breve período de inversión e inmersión en el nuevo término, y la nueva recalificación de la información y la creación del nuevo marco puritano, la policía del lenguaje “políticamente correcto” —por incurrir en otro “falso amigo” que traduce “politically” por ‘políticamente’ en lugar de por ‘socialmente’, aunque con el tiempo la realidad haya acabado pareciéndose al lenguaje— persigue lo obsceno (que ‘debe quedar fuera de escena’, en griego) y lo blasfemo (todos esas fobias declaradas enemigas públicas, de pensamiento, palabra, obra y omisión, perseguidas por la Ley).

E “informar” se transforma, se trasviste, se cuela en el campo ¿o jardín? semántico de “prohibir informar”: suprimir contenidos sin contraste con la verdad, censurar, borrar, tachar, eliminar, cancelar, bloquear, capar (su reproducción) o handicapar (la comunicación)… Desautorizar, en una palabra, no en virtud de la auctoritas (el conocimiento de los autores) sino de la potestas (el poder puro y duro), que hace de la libertad de expresión, libertad de (ex)presión o, en el peor de los casos, de (ex)prisión, con la proverbial intolerancia protestante que viene focalizando la censura, hace ya siglos, desde lo permitido, en vez de hacerlo desde lo prohibido. Así, «Locke [s. XVII] escribe su Epístola de la tolerancia usando esta palabra mágica para denominar lo que no lo es. Si un católico hubiera escrito que protestantismo, islam y ateísmo son errores que deben ser extirpados de la sociedad, no hubiera denominado a su a su escrito “epístola de la tolerancia”, y habría sido considerado un fanático, como mínimo. Esta existencia a dos niveles, realidad y lenguaje, es clave para comprender la mentalidad protestante y el mundo moderno», como explica Roca Barea acerca de “la censura universal” [2022: 457].

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Aplíquese, pues, idéntica receta al diccionario falsario y la neorrealidad virtual que nos invade desde teletipos de agencias (dizque) de información o medios (dizque) de comunicación — del tipo “réplica”, como ‘copia exacta’, que desplaza ‘responder a una respuesta’ o “replicante”, como ‘humanoide’ que arrincona ‘respondón’—, y uno irá descubriendo en sí mismo un vaciado idiomático que nos va llevando a hablar un español traducido del inglés, a escribir en aljamiado —como los encriptados textos árabes o hebreos medievales escritos con grafía castellana—, y que ocupa, igual que en La invasión de los ladrones de cuerpos (1956), el lugar de la lengua natural, al tiempo que la sintaxis sirve de correa de transmisión de neosignificantes para tales neosignificados, “vertiendo nuevo vino en odres viejos” —por enmendar la plana a don Marcelino (no, “Marcelino, pan y vino”, no; Marcelino Menéndez y Pelayo)—, y terminar usando no ya símbolos verbales, sino iconos, globos de cómic —ni siquiera bocadillos de tebeo—.

Hasta el punto de que, ante tamaño rapto de la lengua, no basta al hablante consciente parapetarse tras el burladero de “el/la mal llamado/a”, locución valorativa previa a las comillas, porque se vería obligado a poner entre comillas todo el texto o a engarfiar el índice y el corazón de ambas manos, en la conversación, como icono de comillas, “inglesas” para más INRI, en lugar de las «latinas», o «de sargento», propias del español.

Y, correlato de tal okupación lingüística en NOMbre del capitalismo filantrópico, la autocensura —del derecho a réplica al pensamiento único dominante para no ser invalidado por “facha”, de aquel a quien le ha comido la lengua el gato—¿gato de Cheshire?

Porque la paralización por el miedo, aquí inducido —y más aún cuando está metabolizado y uno no es consciente siquiera de sentirlo—, provoca una autosugestión colectiva, al igual que los invitados de El ángel exterminador (1962) de Buñuel son incapaces de traspasar la puerta de salida o, sin ir más, lejos, que ese efecto hipnótico inmovilizador que provoca en la gallina (o el gallina) trazarle delante una línea (¿roja?). Miedo pánico ante el que no se antoja mala terapia el lopesco “menosprecio alegre” de la hispanofobia negrolegendaria en los siglos áureos al que se refiere Roca Barea en vademécum [2022].

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Aliena

Un artículo para enmarcar.

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