21/11/2024 15:30
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Después de haber presenciado el festejo celebrado en las Ventas, subíamos despacio por la calle de Alcalá. Llegábamos a la Plaza de Manuel Becerra y en la taberna de Ángel, en el 107 de la calle D. Ramón de la Cruz, tomábamos alguna cosa y charlábamos de toros y de mil cosas más. Hoy ya la taberna de Ángel no existe. Cuando Ángel se jubiló acabó cerrando sus puertas.

 

Solíamos formar aquel grupo varios amigos: Carlos Muñoz (†), Juan José y José Mª Amate, Luis de la Morena, Miguel del Pino. Luis Gómez Rodríguez (†),) era uno de ellos. Luis Gómez Rodriguez era un hombre espigado, delgado, de cara fina, con gafas sin armadura, pelo blanco y hablar pausado. Luis era un gran erudito. Luis era Doctor en Farmacia, Coronel farmacéutico del Ejército de Tierra. Sus trabajos en el espectro científico le habían llevado a ser académico de número de la Real Academia de Doctores de España y correspondiente de la Real Academia de Farmacia.

 

Una tardenoche de aquellas, Luis nos comentó su personal y simbólica interpretación de la tauromaquia. A todos nos pareció interesante. Téngase en cuenta que en aquella época cualquier interpretación que se diera de cosa alguna debía reposar en los ámbitos, bien psicoanalíticos o bien marxistas. El sexo y la clase social eran los únicos conceptos que la sociedad aquella reconocía.

 

Estábamos atravesando los años de la movida madrileña. La postmodernidad estaba, con sus nudillos, llamando a las puertas.

 

Por mi parte le propuse a Luis dar forma escrita a sus argumentos y que me permitiera publicarlos en la revista científica que por aquel entonces dirigía.

 

A los pocos días Luis me entregó sus originales. Poco tiempo después se hicieron públicos.

 

Valga “Entropía y Tauromaquia” como homenaje in memoriam a Don Luis Gómez Rodríguez. Un hombre sabio. Un hombre cabal.

ENTROPIA Y TAUROMAQUIA

                                                Breve ensayo sobre simbología taurina

La cosmogonía mítica de Herodoto y la judeo-cristiana de la Biblia, tan profundamente dispares, tiene sin embargo, dos elementos fundamentales en común: un Caos, cuya esencia es el desorden, y un principio ordenador que establece y vigila el orden del Universo.

Para los griegos de la antigüedad Clásica, en principio existía el Caos, un abismo sin fondo donde erraban los elementos sin norte ni dirección. En el interior de este abismo  coexistián dos entidades indefinibles: las Tinieblas y la Noche. Erebo y Niete, que al separarse una de otra y ambas del caos, dieron lugar al nacimiento de Urano y Gea. El Cielo y la Tierra. La pareja Cielo y Tierra organiza el Mundo, en un Cosmos equilibrado, simétrico y ordenado. Urano y Gea tuvieron varios hijos; del matrimonio de ellos, Cronos y Rea, nace Zeus, el dios supremo, garante del orden, encargado de velar por el equilibrio del Universo y proteger a la familia y a la sociedad.

En la concepción judeo-cristiana, la Biblia comienza la exposición presentando la Tierra como un Caos sin orden, sin pobladores, sin luz. En el primer capítulo del Génesis se lee: “La tierra estaba desierta y vacía y las tinieblas reposaban sobre la superficie del abismo”; pero dice San Jerónimo, el espíritu de Dios incubaba sobre aquel Caos, como la gallina los huevos, para sacar el orden y la hermosura del Universo.

Pasados los siglos el desarrollo de la Ciencia vendría a aclarar, en el siglo XIX y de manos del físico alemán Clausius, que la organización del Caos no fue definitiva, que la transformación del desorden en orden no fue completa. Surgió el término ENTROPÍA, cuyo significado etimológico es “vuelta” y parece sugerir una vuelta a las andadas, un retorno o tendencia parcial al desorden y al caos. Con base en este concepto, la Física pudo estudiar la degradación de la energía y predecir la muerte térmica del Cosmos, al proclamar que la Entropía del Universo tiende a su máximo. Pero el concepto trascendió los límites de la Física y de la Metafísica, para llegar a la Biología; lo que sucede en el macrocosmos, en el Universo, ocurre también en el microcosmos, en el hombre. La salud resulta ser un estado que resiste al desorden; la enfermedad, un aumento del desorden corporal, esto es: Un aumento de entropía corporal que llega a su máximo con la muerte. Fue una intuición genial de los hipocráticos considerar la salud como una “Eucrasia”, mezcla ordenada de los cuatro elementos: Agua, Aire, Tierra y Fuego, y la enfermedad como una discrasia; la alteración o desorden de la mezcla.

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Saquemos, como conclusión de lo expuesto para nuestro propósito, los sinónimos y antónimos de la Entropía:

ENTROPIA: Desorden, caos, enfermedad, muerte.

 

NEGUENTROPIA O ENTROPIA NEGATIVA: Orden, organización, salud, vida.

                                                                           II

        DEL RITO AL MITO

Es noche cerrada. El pueblo está a oscuras. Por sus calles silenciosas danzan las sombras como almas en pena. Las puertas de las casas están abiertas de par en par. En el interior de los hogares reinan las tinieblas y el temor. No es un pueblo abandonado. Es una población atemorizada. Estamos en Coria, un pueblo extremeño de la provincia de Cáceres que se dispone, de singular manera, a celebrar las fiestas sosticiales de verano, al paso del Sol por el trópico de Cáncer. Un toro astifino y corniveleto, negro zaino como la noche, hace su aparición y se enseñorea de las calles. Es el “toro de San Juan”, un peligroso cinqueño que, en sus correrías, sembrando el pánico y la confusión entre el vecindario, puede llegar hasta la intimidad de los hogares.

Coria no es un caso único. El juego, el rito, variable en sus formas, pero de igual significado en el fondo, se repite en regiones alejadas, como Cataluña y Aragón, en “la Momerota” del Maresme o en el “bou roig” del Pirineo catalán. En la Fraga oscense, la “Galica Flavia” de los romanos. El “bou” es un hombre disfrazado de toro con piel y cuernos, que embiste sin piedad a los transeúntes, besa a las mujeres, solteras o casadas, y arremete contra los novios y maridos sin que tengan derecho a oponerse a sus fechorías.

Estos ritos ancestrales conforman un mito susceptible de interpretación simbólica. Los mitos no son una forma de interpretación lógica del mundo, intentan, más bien, explicar el mundo y la vida mediante imágenes o símbolos dirigidos más a la fantasía que a la realidad, más a la sensibilidad que al entendimiento. Mediante un proceso especulativo de abstracción, algunos (Delgado, 1985) añaden a los ya clásicos símbolos de la mitología taurina: fertilidad, fecundidad, fuerza, poder, realeza…uno más: el toro como símbolo de riesgo, ruina, desolación, hostilidad y peligro antisocial. En el gran teatro del mundo, el toro asume un nuevo papel mítico: EL TORO SIMBOLO DE LA ENTROPÍA.

                                                                                 III

                                        EL SILENCIO, EL ABANICO Y EL CLAVEL

 

En la lucha contra la adversidad, el hombre ha seguido, en términos generales, dos líneas de conducta: cuando considera el infortunio mayor a sus fuerzas, recurre a la Divinidad; cuando cree poder vencerlo por sus propios medios, se apresta a la lucha. De análoga manera se puede clasificar la lucha contra el toro, y por ende contra lo que el símbolo que en el presente ensayo le hemos atribuido: el desorden, la entropía.

El hombre se enfrenta al infortunio, al desorden, a la entropía simbolizados en el toro siguiendo una de estas tres sendas: la taumaturgia, la taurocatapsia y la tauromaquia.

La taumaturgia taurina queda reflejada en los milagros en los que el noble toro pierde su fiereza, quedando plasmada en numerosos casos.

Los discípulos del apóstol Santiago no podían mover el pesado mausoleo, en que las rocas, donde fue sepultado su cuerpo, milagrosamente fundidas, convirtieron su tumba. Piden ayuda a la reina Lupa, que en su corazón recela de los cristianos, y ella les aconseja que vayan a un prado cercano para uncir los toros, que allí hay, a una carreta. Los toros son bravos y la reina piensa que darán buena cuenta de los discípulos del apóstol Santiago, pero los toros se rinden a la señal de la Cruz.  Se dejan uncir mansamente y arrastran la carreta con el mausoleo del apóstol, hasta el patio central del palacio de la reina, en el mismo lugar que hoy se encuentra la Catedral de Santiago de Compostela.

En una calle de Salamanca, un toro desmandado pone en peligro a unos niños que allí juegan; Juan de Sahagún ordena al astado: ¡Tente necio! Y el toro se amansa sumiso. Hoy día , muy cercana a la Iglesia de San Juan de Sahagún, la calle del milagro recuerda el suceso: Es la calle de ¡Tentenecio!

San Pedro regalado, un humilde franciscano, es el patrón de los toreros por un hecho milagroso análogo, ocurrido en las calles de Valladolid. Los ejemplos podrían multiplicarse.

La taurocatapsia se practicaba en la antigüedad, en Tesalia. Un toro era perseguido a caballo hasta reducirlo. En una ceremonia similar. En las “polis” griegas, al llegar las fiestas targuelias, un pecador público o considerado como tal era expulsado violentamente, a veces con agresión y muerte, de la ciudad, para purificarla. Era el “chivo expiatorio”. Quedan numerosas reliquias de estos ritos; citemos por ejemplo el “toro de Tordesillas” que, tras atravesar las angostas calles del pueblo, cruza el puente sobre el Duero e intenta ganar el bosque sin conseguirlo, víctima de los caballistas que le alancean y le dan muerte. En todos los casos se presenta al toro, símbolo de la entropía, de desorden, que desde la comunidad amenazada es expulsado al exterior y allí sacrificado para asegurar la paz social.

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La tauromaquia, al contrario, es la lucha contra el toro y todo lo que simboliza, dentro de la comunidad y en su presencia. La corrida es un sistema ordenado y organizado para luchar contra el desorden. La plaza representa el Cosmos; el público es la representación de la Sociedad. En la corrida todo está organizado y reglamentado: las características de los toros, la intervención de los toreros, los terrenos, los tiempos para la expresión popular de aprobación o repulsa, los premios y las censuras, y todo bajo la mirada vigilante de la autoridad. Un detalle; los aficionados saben que por el movimiento de los caballos de los alguacilillos, cuando se va a iniciar el paseíllo, si la corrida es de toros o de novillos. Antiguamente, se permitía la presencia del público en el ruedo antes del comienzo de la corrida. Los alguacilillos procedían al “despejo de plaza”; era preciso restablecer el orden y que cada espectador ocupase su localidad. Luego, los alguacilillos, a caballo, recorrían el círculo para comprobar que todas las puertas de la barrera estaban cerradas y en orden; lo hacían uno en el sentido de las agujas del reloj y el otro en sentido contrario. El movimiento ha quedado como símbolo de orden en el ruedo, pero solo en las corridas de toros,  no en las de novilllos.

El matador asume y personifica el papel de Zeus, garante de orden, protector de la sociedad, defensor de la familia. Pero, ¿y el toro?  Observemos el arrastre. ¿Por qué en las antiguas corridas le hacían el honor de ser arrastrado después de los caballos muertos durante la lidia? ¿Por qué se destina un periodo para el aplauso en su honor? ¿Por qué en ocasiones se le perdona la vida, se le indulta? Pues, porque desde la mentalidad mágica, el toro asume el papel de víctima, se viste con el sambenito de la entropía, carga con la representación de chivo expiatorio, para mover a la Sociedad y al individuo a la búsqueda del orden y del bien a costa de su propia sangre, en actitud de indudable resonancia religiosa; pero desde el pensamiento lógico, el pueblo sabe que es un noble animal que defiende su vida con nobleza y gallardía.

La puntilla del último toro acaba con la corrida. Luego se vacían los tendidos, se apagan los focos y se cierran las puertas: la puerta grande por donde salen los toreros triunfantes, la puerta de la enfermería, que es la alternativa de la gloria, la puerta de arrastre, por donde salen las victimas del sacrificio. El ruedo queda vacío y oscuro, silencioso y solitario.

Solo algún mugido del toro sobrero rompe el silencio, solo algún rayo de luna, escapado entre las nubes, tiñe de plata la arena ensangrentada del ruedo. Se ha celebrado el rito; el mito se ha cumplido.

Pemán, en un bello poema sobre la corrida, deja sobre el albero de la plaza, como signo que la terminación de la ceremonia, tres símbolos: el silencio, un clavel y un abanico. Son símbolos de entropía negativa, de neguentropía; el silencio es signo de paz, el clavel es belleza y armonía, el abanico es indício de viento en calma. Son señales de que el rito ha logrado su objetivo.

El poema de Pemán termina así:

Silencio en el redondel.

Inmóvil, triste, callado.

Un abanico olvidado

…y un clavel.

Autor

Juan José García Jiménez
Juan José García Jiménez
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