21/11/2024 15:28
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Esta es la tercera parte del repaso al libro Mis recuerdos, de Largo Caballero. Las partes anteriores están aquí.

Carta tercera: En el ayuntamiento de Madrid

 

Aquí trata Largo Caballero de desacreditar al régimen de la Restauración, pintándolo de caciquista, corrupto y todo lo demás (que lo era y aun así fue mejor que la República lo que siguió):

Ésta era la letra; la práctica era muy diferente. El mismo Código fundamental del Estado autorizaba a los gobiernos, en caso necesario, para suspender esas garantías constitucionales. Yo publiqué en «El Socialista» un trabajo estadístico que comprendía veinte años, del que resultaba que las garantías constitucionales habían estado suspendidas más de la mitad de ese tiempo. Los derechos individuales eran una ilusión. De ahí las frecuentes razias de obreros asociados.

 

Pues eso, mucho mejor panorama que el de la República “burguesa” en que él fue ministro. No digamos en la “frentepopulista” en que fue Presidente del Consejo.

En algunos casos, han infligido verdaderos martirios, comparables a los que la Inquisición imponía a los incrédulos para convertirlos al catolicismo. En las ciudades era la policía la encargada de esa misión civilizadora, que tanto nos ha desprestigiado ante el mundo civilizado.

Otra comparación tópica de esta tropa… Lo de la Inquisición es discutible y queda bastante lejano. Dado lo que sucedió en las checas durante su gobierno, estaría mejor callado.

Los pucherazos liberales (que hacen reír actualmente por su ingenuidad):

En las elecciones, la democracia, la libertad eran tan amplias, que votaban hasta los muertos.

Los candidatos oficiales no hacían más que entregar al Secretario los miles de pesetas calculados para gastos de la elección. Con eso tenían derecho a recibir el Acta.

Los muñidores organizaban varios equipos de electores profesionales, casi toda gente presidiable; se entregaba a cada uno una lista con las señas y antecedentes del elector que iba a ser suplantado y… a votar a tanto el voto.

A estas prácticas de buenas costumbres políticas, ayudaban las damas catequistas organizando a priori dos o tres días a la semana conferencias sobre «Doctrina Cristiana» a las que acudían las mujeres e hijos pequeños de obreros en mala situación económica. Después de rezar por la salvación del alma, tales damas ofrecían a las mujeres asistentes prendas de vestir para ella, para los hijos o para el marido, o algunas prendas de cama, siempre, naturalmente, que su hombre votase la candidatura que se le diera. También visitaban las casas de préstamos, panaderías y tiendas de comestibles, inquiriendo qué ropas tenían empeñadas o qué deudas tenían contraídas. Se entrevistaban con las mujeres de los obreros cuando éstos estaban en el trabajo o buscándolo; les prometían la liberación de todo, a condición de que su hombre votase la candidatura de la moralidad.

Los partidos actuales reparten “merchandising” cutre made in China. Elijan ustedes, que hay democracia.

No eran raros los casos en que el Presidente de la Mesa electoral «en un exceso de celo» introducía subrepticiamente en la urna un paquete de candidaturas favorables al candidato oficial, dando lo que en terminología electoral se llama el pucherazo.

 

Nada comparable a lo que ellos organizaron en febrero del 36. Paco Largo tiene menos memoria que vergüenza.

Además cuela esta reivindicación de su nefasta “Ley de términos”:

 

Por esos motivos, siendo Ministro de Trabajo publiqué disposiciones prohibiendo ocupar obreros forasteros en las labores del campo, en tanto hubiera parados en la localidad. Estas disposiciones, que dieron en llamar «Ley de términos municipales», hirió de muerte al caciquismo rural, permitiendo, de hecho, que los trabajadores de la tierra dieran sus votos a los candidatos de su preferencia. Por eso fueron tan combatidas por los caciques y sus representantes en las Cortes, no por otros motivos.

 

El PSOE se prepara para las elecciones municipales, con una jugada que no entiendo muy bien pero tampoco me parece juego limpio:

Las papeletas de votación se confeccionaron con doble candidatura, a saber: en la parte superior con tipo de imprenta pequeño, pero muy legible, los nombres de los tres candidatos socialistas designados por la Agrupación. En la parte inferior, con letras gruesas pero machacadas, que hacían imposible su lectura, la imitación de los nombres de los tres candidatos ministeriales. El papel era un tanto transparente y dejaba adivinar el apellido Mazantini —el torero famoso—, que era uno de los candidatos oficiales. Los socialistas trabajaron con gran entusiasmo y decisión. Como se trabaja por la defensa de un ideal. Algunos interventores —cuando conocían a la persona— hacían oposición a los votos de los socialistas, alegando infinidad de pretextos, pero los presidentes apoyaban a los electores, ignorando su filiación, y en la creencia de que votaban la candidatura ministerial. Al verificarse los escrutinios en los colegios electorales del distrito de Chamberí, único donde luchábamos, y en el que yo nací, a fin de concentrar allí todas las fuerzas de que disponíamos, la sorpresa de los presidentes e interventores ministeriales no puede describirse. Resultaba ridículo y cómico ver cómo los presidentes leían los tres nombres de los socialistas, y se les trababa la lengua para intentar pronunciar los de los otros. Los socialistas obtuvieron la mayoría en casi todos los colegios. Hubo que invadir los locales para evitar que se marchasen los presidentes con las actas en blanco para falsificar los resultados, como acostumbraban a hacerlo.

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El golpe de audacia se había dado. El hielo estaba roto. Por primera vez entraban concejales socialistas en el Ayuntamiento de Madrid. Parecía un sueño.

Su experiencia de concejal (hay algunas cosas con gracia):

Entramos en el Ayuntamiento como gallinas en corral ajeno. Concejales, empleados y periodistas nos miraban por encima del hombro. Parecía que había entrado la peste en la Casa de la Villa. Nos temían como los gitanos temen a la Guardia Civil. Comprendieron que se había terminado la vida plácida y la impunidad para los chanchullos. No nos desagradó esa actitud; se iniciaba una lucha que había de tener consecuencias importantes para el pueblo de Madrid.

La Agrupación Socialista acordó que me dedicase exclusivamente a la concejalía, y me vi obligado a abandonar el oficio. Por tal motivo la Agrupación Socialista acordó indemnizarme con cincuenta pesetas semanales; primera retribución que percibía de la organización obrera.

La actuación municipal era difícil para quienes, como nosotros, íbamos a defender los intereses generales de Madrid. A los que iban a defender lo suyo, les era cómodo y sin complicaciones. El estudio de expedientes tan numerosos y de tan diversas naturalezas; el buscar los antecedentes; el desentrañar el aspecto moral o inmoral de los asuntos, requerían un tacto y cuidado especiales; ocupaba muchas horas del día y de la noche. La minoría socialista no podía ir a las sesiones de Comisiones o del pleno sin conocer al detalle los problemas que se iban a discutir. Esto producía un cansancio físico e intelectual considerable. Salíamos todos los días asqueados de los debates, por el cinismo con que se resolvían negocios nada limpios.

Me fue más penosa la función de concejal, que el desempeño del cargo de Ministro de Trabajo.

Era alcalde don Alberto Aguilera, hombre complaciente con sus amigos y compañeros

Vista la escrupulosidad con que nosotros fiscalizábamos todo y dada la circunstancia de que Iglesias y yo siempre íbamos juntos, un buen día hubo de declararles: —Señores, hay que sacrificar ciertas costumbres, porque ha entrado en la Casa ¡la pareja de la guardia civil!

 

Trata a continuación del atentado del anarquista Morral en la calle Mayor, con muchos muertos. En el ayuntamiento quieren hacer constar la satisfacción porque los reyes no fueran heridos, a lo que ellos, los socialistas, se oponen con este razonamiento hipócrita:

«Somos los primeros en protestar contra todos los atentados personales, y lamentamos como el que más las víctimas habidas en la calle Mayor; pero vosotros no os acordáis de éstas y sí de felicitar al monarca, lo que interpretamos como un acto político, y a esto, no otorgamos nuestro voto». El alcalde comprendió que era peligroso que continuase discutiéndose el incidente, y dio por terminado el asunto, pasando al Orden del Día.

Nótese que después estos frentepopulistas quitaron el monumento a las víctimas del terror anarquista y le darían a la calle Mayor el nombre del asesino…

El capítulo se cierra con algunos casos de corrupción municipal. Lo habitual, desgraciadamente. Nuestro escayolista tendría que haber visto a sus actuales sucesores en el partido y el sindicato.

Carta cuarta: El arma de la calumnia

En esta carta Largo Caballero trata de defenderse de las “calumnias” de que eran objeto. Las típicas que se aplican a los sindicalistas: que son unos vividores. En aquellos tiempos vivían de las cuotas de los asociados, más o menos modestamente, ahora vive de las subvenciones, a todo trapo.

Se ensañaron con Iglesias, con Besteiro, con Saborit y también a mí me tocó mi parte. El tema era el mismo de siempre. Éramos unos vividores, engañábamos a los obreros… Le dejé despotricar, pero, antes de marcharme, cuando él descansaba de su buen trabajo, tranquilamente saqué del bolsillo mi carnet de diputado y se lo entregué. —¿Qué es esto? —me pregunta. —¡Véalo usted! Lo examinó y cuando hubo terminado le dije: —Es usted un embustero. ¿Es usted capaz de insistir en lo dicho? Me miró bastante asombrado y se deshizo en solicitar perdones, manifestando que en realidad él hablaba por haberlo oído, pero que no tenía motivo alguno para censurar a los socialistas, a quienes no conocía.

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Sin embargo, también tuvieron reconocimientos por lo que hicieron bien. Esto son palabras públicas del Duque de Tetuán, Capitán General y Gobernador Civil de Madrid,

«El Gobierno se complace en reconocer la honrada gestión de los socialistas en el Municipio de Madrid, y a mí me satisface hacerlo público». Esta manifestación fue el origen de la visita que posteriormente hizo a la Casa del Pueblo y a la Cooperativa Socialista, lo que pone de manifiesto la autoridad que los socialistas iban conquistando a favor de la clase trabajadora por sus rectas actuaciones.

Y ahora cuenta el caso de su hotelito, que ciertamente no era para tanto escándalo; de hecho, para ninguno:

Antonio García Quejido y Vicente Barrio, compraron al señor Jausas, propietario de terrenos colindantes con la Dehesa de la Villa, unas parcelas de terreno a diez céntimos el pie en la calle de los Pirineos. Una Sociedad constructora de casas baratas se encargó de construir una a cada uno, a pagar en veinte años o más. Me invitaron con insistencia a comprar otra parcela situada detrás de las suyas; la adquirí, y Luis Navarrete, amigo desde la infancia, constructor de obras, con grandes simpatías entre los obreros, me construyó una casa pequeña de una planta, a pagar cuando pudiera o quisiera. Por ese medio pude tener vivienda propia para mí y mis familiares. Todos los días tenía que andar varios kilómetros para ir a cumplir mis obligaciones a Madrid, pero me proporcioné una satisfacción.

Pero fueron sus camaradas los que más le afearon la conducta:

 

habían acordado apoyar en la Agrupación Socialista mi candidatura para concejal siempre que renunciase a la propiedad de la pequeña casa, a la que me he referido anteriormente.

Al oír a Saborit, apoyado por Besteiro y los otros compañeros de la Juventud, me indigné del aspecto de chantaje que aquello tenía. Contesté que la casa aún no era mía; la estaba pagando con cuentagotas. Dije que por nada ni nadie me desprendería de ella, porque la había adquirido por procedimientos honradísimos, como lo podía demostrar con documentos; que en tal caso habría de hacerse lo mismo con otros correligionarios propietarios de casas en los alrededores de Madrid, construidas por ellos mismos, ayudados por sus mujeres y sus hijos en sus horas libres; cosa que sería absurda, injusta y antisocialista.

Pasados algunos años, Saborit y Besteiro cambiaron de opinión, ya que cada uno adquirió un hotel para vivir con su familia.

En la Diputación Provincial:

Es elegido para la diputación, no se dice cómo:

Lo mejor de la Diputación era el Hospital Provincial, convertido en General porque se admitían enfermos de todas las provincias. El personal facultativo era excelente. Había lo mejor en todas las especialidades. Se sostenía económicamente con los ingresos del arriendo de la Plaza de Toros y la corrida de beneficencia. Recibía donaciones, incluso de los médicos tocólogos o cirujanos, que incluso reformaban salas pagándolo de su bolsillo.

En la Diputación me encontré con un Diputado de la familia de los Soria, creadores y caciques de la Ciudad Lineal. Esta familia, por su conducta despótica con los obreros, daban trabajo suficiente para una minoría socialista.

En todo caso, vemos a los socialistas y a Caballero participando en todas las instituciones de la Restauración. Lo harán también en las de la Dictadura.

Autor

Colaboraciones de Carlos Andrés
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