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Para Jorge Santayana, Interpretaciones de poesía y religión [1], la religión y la poesía son idénticas en esencia y solo difieren en el modo en que se relacionan con los asuntos prácticos. Se llama religión a la poesía cuando interviene en la vida. La religión, cuando simplemente sobreviene a la vida, no puede ser sino poesía. La dignidad de la religión, al igual que la de la poesía, reside precisamente en su actuación ideal, en representar ajustadamente los significados y los valores de la vida, en anticipar la perfección.

El libro parte del entendimiento humano. Y, más concretamente, de la constatación de que, cuando esta facultad de entendimiento ha comenzado apenas a descifrar los jeroglíficos del sentido y elaborar una idea de la realidad, sufre la interferencia de otra facultad: la imaginación…

De acuerdo con esto, son las mentes más profundas las que usualmente abren la puerta a la imaginación, ya que son estas mentes las que suelen percibir la grandeza de los problemas de la vida y la inadecuación del entendimiento para resolverlos con sus propios recursos. Con frecuencia estas mismas mentes sufren además la influencia de la emoción y el acuciante deseo de encontrar una solución noble a todas las cuestiones. La imaginación, por tanto, es la que ha de proporcionar a la religión y a la metafísica aquellas grandes ideas ceñidas de pasión aquellas formas supersensibles envueltas en velos de reverencia, en las que solamente una mente de gran alcance y vitalidad puede encontrar los objetos adecuados a su genio. La imaginación tiene asignado un noble papel en la vida del hombre: sin ella, sus pensamientos no solo serían demasiados estrechos para representar, siquiera de un modo simbólico, la grandeza del universo, sino también demasiado estrechos para reflejar el alcance de su propia vida. La vida emocional sería más pobre. Pero aquí no terminan los problemas, porque la imaginación sufre violencia con esta lucha, preguntándose por el valor que tienen entonces los ideales. Llega así al misticismo a falta de una palabra más específica. El ideal del misticismo es exactamente contrario al ideal de la razón, el lugar de perfeccionar la naturaleza humana busca abolirla.

Lo que resulta imposible es mantener el trascendentalismo en todas partes. El arte del misticismo consiste en ser místico a retazos y apuntar las armas pesadas de la filosofía trascendental contra aquellas realidades o ideas que resultan especialmente mortificantes. El misticismo aún siendo un principio de disolución, lleva consigo la garantía de que no puede ser aplicado nunca de manera consistente; solo lo alcanzamos en excepcionales momentos de intuición. Sirve sin embargo para dar un toque de novedad y elevación al carácter y para sugerir dones suprahumanos. Sí, a pesar de sí mismo, el místico sigue siendo humano. A nuestra conciencia le gusta perderse en la música de las esferas una música que solo los oídos más finos tienen a veces el privilegio de captar. El interés estético en unidades más amplias y en las leyes cósmicas constituye el mejor aspecto del misticismo. La actitud estética no es la moral, pero tampoco por esta razón resulta ilegítima… La única cosa que puede matar el misticismo es su propio proceso ininterrumpido, que devora gradualmente toda función del alma y al final, al destruir sus propias bases naturales, se inmola a sí mismo a su inexorable ideal.

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Seguidamente el libro se detiene en los himnos homéricos en el paganismo y su relación con la religión cristiana la presencia del ideal de belleza en Platón y el reflejo de esta problemática de religión y poesía en escritores posteriores hasta el siglo XX. Santayana se pregunta si alguna vez hubo una diferencia fundamental entre religión y poesía: la religión de los griegos no era, podríamos decir, sino poesía. Sin embargo, la religión difiere del simple juego de la imaginación en un aspecto importante: reacciona directamente ante la vida y es un factor de conducta. La fe nos trae no sólo la paz, no sólo la contemplación de armonías ideales, sino también el trabajo y la espada. Por referencia a los tiempos homéricos afirma que esta poesía, incluso de sus formas más lúdicas, no es por tanto mera poesía, sino religión. Es una poesía en la que el hombre cree. Es una poesía que embellece y justifica ante sus ojos los hechos positivos de sus cultos ancestrales, su cohesión social y su conciencia personal. Nuestra es la religión, poesía en la que creemos.

En el capítulo “La disolución del paganismo” el más inspirado de la obra dispone cómo la propia mitología desembocaba finalmente en la concepción de un único Dios. Los dioses terminaron convirtiéndose en nombres, sinónimos retóricos de los diversos compartimentos de la naturaleza. Febo no fue sino el modo poético de nombrar el sol. Hefesto al fuego… Los dioses sobrevivieron como ideales morales. Se desprenden de su origen naturalista. Hay una desviación hacia lo moral. Los dioses, dice Platón, han de ser representados como ideales morales.

Se produce una tendencia a panteísta; Platón habla del demiurgo y sobre todo Aristóteles es quien descubre eso que después hemos dado en llamar Dios. Los estoicos recomendaban una conversión al panteísmo.

El neoplatonismo pudo haber sido una alternativa del cristianismo. Pero la religión debe surgir del pueblo, debe extraer su forma de la tradición y sustancia de la imaginación nacional y la conciencia. El neoplatonismo extrajo tanto la forma como la sustancia de un sistema de pensamiento abstracto. Sus dioses nacieron muertos, puesto que fueron generados por dicotomía lógica. De hecho el neoplatonismo pasó a la teología cristiana suministrando categorías y lenguaje pero el cristianismo tenía la tradición hebrea y apostólica y una sustancia religiosa de la que carecía en cambio el neoplatonismo. Tras el discreto de la religión pagana, el neoplatonismo necesariamente carecía de todo ello y era imposible que lo generase.

El mundo de la imaginación cristiana era eminentemente un campo para la experiencia moral. La circunstancia que ennoblecía el sistema cristiano era que todas sus partes tenían alguna significación y verdad poética. La idea misma de Cristo tuvo que ser construida por la imaginación como respuesta a las demandas morales; la tradición sólo aportó unos escuetos puntos de referencia. La idea de Cristo se torna tanto en algo espiritual como en algo poético. La totalidad de la doctrina cristiana es por tanto religiosa y eficaz solo cuando se convierte en poesía. El cristianismo sedujo al intelecto pero iluminó la imaginación. Hizo que el hombre entendiera el patetismo y la nobleza de la vida. El misticismo no es una religión sino una enfermedad prodigiosa.

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En conclusión, la religión es poesía que se ha tornado en guía de la vida, poesía que ha sustituido a la ciencia o se la ha superpuesto como acercamiento a la realidad suprema. La poesía es religión a la que se le permite la inacción, religión que no tiene puntos de aplicación en la conducta y carece de expresión en culto y dogma. Es religión sin eficacia práctica y sin ilusión metafísica. Este plano superior es la esfera de la imaginación significativa, de la ficción relevante, del idealismo tornado en interpretación de la realidad que deja atrás. La poesía elevada, su poder supremo, es entonces idéntica a la religión aprehendida en su verdad más íntima. En su punto de unión ambas alcanzan la mayor pureza y beneficencia, porque entonces la poesía pierde su frivolidad y deja de desmoralizar, mientras la religión abandona sus ilusiones y deja de engañar.

Así pues, para Jorge Santayana la religión no se mide exclusivamente por su valor de verdad científica ni por su utilidad, sino por el valor de la felicidad que proporciona, o lo que viene a ser lo mismo por su valor simbólico. Exige a la poesía además de otras condiciones una cierta complejidad de estilo. La poesía es una chispa de lo divino y una incitación a la vida religiosa. La religión es poesía que se torna en guía de vida, poesía que sustituye o le sobreviene a la ciencia en aproximación a la más alta realidad. La poesía es religión con permiso de ir a la deriva[2].

            [1] Editorial Cátedra, 1993.

            [2] De la identidad de poesía y filosofía se ocupa Santayana en un libro posterior, es decir, Tres poetas filósofos, Lucrecio, Dante y Goethe, de 1910 (siguiendo al prólogo de la obra citada).

Autor

Santiago González-Varas Ibáñez
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