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¿Alguien se extraña, a estas alturas, de que una minoría -afortunadamente- de españoles vaya a los campos de fútbol con el convencimiento de que en el precio de la entrada está incluido vejar a los jugadores, al entrenador y a los seguidores del equipo contrario al de «sus amores», insultarlos, escupirles, zarandearlos, agredirlos, y un largo etc.? Sencillamente, se recolecta lo que se siembra.
Recuerdo que cuando yo era pequeño los partidos de fútbol eran vigilados por la Guardia Civil en los pueblos y en las ciudades por la Policía Armada (ese era entonces el nombre de la actual «Policía Nacional»). Mi padre era guardia civil y eso me permitió asistir a muchos partidos de fútbol, obviamente acompañando a mi padre. Siempre recordaré que un día de esos en que al club de dónde yo residía le tocaba jugar con el del pueblo más cercano, con el cual existía una rivalidad enorme, y rara vez no acababan dándose de tortas algunos seguidores de uno y otro equipo; mi padre reprendió a un hombre que estaba insultando gravemente al árbitro, a la vez que blasfemando; y le advirtió de que, si no paraba de hacerlo, acabaría sancionándolo. El hombre no le hizo el menor caso y mi padre acabó multándolo. El hombre no salía de su asombro… Mi padre, un estricto cumplidor de la norma, consideraba que las leyes se hacen para cumplirse y sobre todo, para evitar molestarnos unos a otros. Nada que ver con lo que ocurre actualmente en los campos de fútbol u otros lugares de competiciones deportivas o espectáculos de toda clase.
Tambien recuerdo hace unas cuantas décadas, cuando yo iba con un grupo de amigos a ver jugar al club de mi ciudad, el Club Deportivo Badajoz, en aquellos tiempos en los que «El Badajoz» era un club de segunda división, con aspiraciones de subir a primera (lo cual nunca consiguió, dándose el caso de que otros equipos de la región, de ciudades con menor número de habitantes y menor presupuesto sí lograron, y me refiero al equipo de Mérida y al de Almendralejo), e incluso durante años fue de algún modo un equipo filial del Atlético de Madrid, al que surtía de jugadores (el más famoso Adelardo).
Desde entonces me ha quedado en la memoria la imagen de un día que visitó Badajoz el Club Deportivo Español de Barcelona. Por entonces defendía la portería de «El Español» un jugador camerunés de nombre Thomas N’Kono. Yo estaba situado muy cerca de la portería y pude observar como un grupo de estúpidos le arrojaron a N`Kono platanos, en múltiples ocasiones, acompañando sus lanzamientos de gestos con los que imitaban a los monos y gritando a la manera de un gorila… Llegó un momento en que, indignado, cansado de semejante barbaridad, me dirigí a los cobardes energúmenos y les pedí que dejaran de hacer el imbécil y de molestar al portero de «El Español». No les extrañará si les digo que me amenazaron de aporrearme y añadieron que no lo hacían porque me conocían y ser yo quien soy, o algo parecido… Y añadieron que al comprar la entrada al campo de fútbol también compraban el derecho de hacer lo que estaban haciendo.
Circunstancias de este tipo y similares, aparte de acabar aburriéndome como una ostra en un aburrido espectáculo que dura cerca de una hora y media, y en el que generalmente nunca pasa nada, y en ocasiones excepcionalmente algún jugador mete gol; acabaron invitándome a no volver durante mucho tiempo a un campo de fútbol; pues, sin duda el espectáculo que se da en las gradas generalmente no es precisamente «edificante» y menos para niños. No salgo de mi asombro al ver por televisión a padres y madres peleando, insultándose, agrediéndose cuando acompañan a sus hijos, jugadores de fútbol de categoría infantil, cuando los acompañan en sus desplazamientos…
En una España en la que, por lo general la gente dice ser «progresista», no es de extrañar que hayan anidado ideas estúpidas, propias de eso que llaman modernidad, que se han colado en todos lados, desde la Iglesia, hasta en los poderes del Estado (en el poder ejecutivo, en el judicial, en el legislativo… e incluso en el «cuarto poder»), se han logrado introducir en la mente de todo quisqui, y que han acabado entrando hasta en nuestras casas. De la mano de los «valores progresistas» se ha ido instalando entre nosotros, casi sin apenas darnos cuenta, la estulticia… habiendo llegado a tal extremo que la idiocia ha dejado de ser vergonzante; tal cual los diversos fanatismos religiosos (al fin y al cabo, la izquierda es una forma de herejía del Cristianismo) y el «hooliganismo», el fanatismo, la sinrazón imperan por doquier.
No se olvide que la idiocia y la maldad no son excluyentes; es más, como decía Sócrates, la maldad es solo un tipo de estupidez.
Uno de los rasgos más característicos de la estupidez es que generalmente ningún estúpido piensa que lo es. Por el contrario, el más estulto de los estultos actuará y hablará con la convicción de que posee una mente privilegiada. Pues, tal cual dice, también, Sócrates si uno cayera en la cuenta de cuan estúpido es en una determinada circunstancia, elegiría no actuar como un necio.
A poco que uno se acerque a la Historia de la Humanidad, y particularmente la de los últimos siglos, acaba llegando a la conclusión de que si ha habido una causa determinante, especialmente influyente en las tragedias, maldades, desgracias, genocidios… por los que se han visto afectados millones y millones de seres humanos esa ha sido la estupidez, generalmente autodenominada progresista. Y lo paradójico del asunto es que todavía las diversas utopías intervencionistas siguen teniendo buena fama y predicamento.
Generalmente tendemos a culpar a la perversidad intencional, a la malicia, a la megalomanía, a la codicia, a la conspiración, etc. de las malas decisiones que se toman, y de los resultados de las mismas, que por supuesto «existen»; pero un estudio exhaustivo de la conducta humana nos lleva inevitablemente a la conclusión de que el origen de los terribles errores que cometen los humanos está en la pura y simple estupidez.
Volvamos al fútbol, y particularmente al asunto que en estos días ocupa las portadas de los diarios y abre los informativos de radio y de televisión: el asunto Vinicius Junior. Para empezar, ya es hora de llamar a las cosas por su nombre, lo que hay detrás del acoso, de las vejaciones, del hostigamiento, del maltrato, de los insultos, de desearle la muerte, y una larga ristra de comportamientos absolutamente detestables hacia el jugador del Real Madrid, no se llama racismo, se llama simple y llanamente imbecilidad, de gentuza, sociópatas y algunos psicópatas, una minoría -afortunadamente- de gente cobarde que en nada representa a los españoles, pese a que algunos medios de información, creadores de opinión y manipulación de masas se hayan empeñado en repetir hasta el hartazgo, llegándoselo a creer el propio Vinicius, que España tiene un problema con el racismo, que España es un país racista… de lo cual también se han hecho eco un gran número de televisiones, radios, diarios de todo el mundo en los últimos días.
Insisto: de racismo nada de nada, estamos hablando de simple estupidez, de gente idiota, fanáticos, sociópatas, cobardes que se sienten arropados cuando están en masa, junto a otros tan imbéciles o más que ellos. Es más, estoy seguro de que, salvo excepciones, esos imbéciles no se atreven cuando están sólos a dirigir ningún improperio a alguien por el hecho de ser diferente, proceder de una determinada cultura, o tener un determinado color de piel, o cualquier otra circunstancia personal.
Hablar de que España es racista y de que tenemos que flajelarnos, azotarnos, colocarnos cilicios, para expiar el pecado de la xenofobia, o estupideces por el estilo está de más. España ha sido siempre -y sigue siéndolo- un país de mestizaje durante siglos y siglos, un lugar de tránsito en el que quienes nos han visitado han dejado su huella, para bien y para mal, España ha sido una nación en la que han sido bien acogidos todos los que han venido con buena voluntad, produciéndose una constante «hibridación» y generalmente nunca han sido rechazados quienes poseen un color de piel diferente al de la mayoría de la población española. Evidentemente, hablar de España como lugar de convivencia pacífica de culturas y religiones diversas, tal como nos cuentan algunos que pretenden reescribir la Historia, es absolutamente estúpido, pero si algo caracterizó al Imperio Español fue el considerar a los diversos lugares que de él formaron parte como «provincias » (nunca colonias) y a sus habitantes como nacionales, españoles con iguales derechos y obligaciones; característica de la que ningún imperio europeo, o los actuales EEUU, han participado nunca. Tal es así que, si en América existen «indios», descendientes de quienes habitaban el continente americano cuando llegaron a él los españoles, es porque nuestros antepasados no se dedicaron a exterminarlos o esclavizarlos, sino todo lo contrario, no tuvieron inconveniente en mezclarse con ellos, matrimoniar, etc. Al contrario que en Iberoamérica (hay que incluir en ella también a Brasil) en el resto del continente no se produjo mestizaje y la población indígena fue exterminada o recluida en «reservas»…
Mientras más arriba de Méjico se dedicaban a cazar indios y cortarles las cabelleras, de Río Grande o Río Bravo para abajo los españoles fundaron ciudades, crearon hospitales, universidades y realizaron una enorme labor civilizatoria nunca vista. Sería largo, extensísimo citar lo que España, los españoles hemos aportado al mundo, mucho y bueno, de lo cual los actuales españoles (y los descendientes de españoles del otro lado del mar) ignoran, habiendo llegado al extremo de creerse la leyenda negra antiespañola, pero no puedo dejar de citar que lo que hoy se conoce con el nombre de «derechos humanos» fue una creación española. Hace ya más de 500 años que nuestros ancestros legislaron contra la esclavitud, contra el maltrato a quienes tienen un color de piel determinado o poseen otra cultura, u otras costumbres, u otra lengua… Llegando al extremo de sistematizar y confeccionar diccionarios y gramáticas de las diversas lenguas americanas.
Así que, vamos a dejarnos de estupideces, y menos de pedir perdón porque la cuota de estúpidos que nos ha tocado en suerte le haya dado por ir a los campos de fútbol (a los que ampulosamente llaman estadios) a insultar, escupir, vejar, hostigar, etc. a los jugadores, entrenadores y seguidores del equipo rival, en el convencimiento de que cuando pagan la entrada adquieren el derecho de hacerlo.
Ni que decir tiene que, el acoso, el hostigamiento a Vinicius, es resultado de que cada vez es mayor el número de niños, adolescentes y «adultescentes» que, tienen el convencimiento de que todo lo deseable es sinónimo de «derecho». Por supuesto, sin ninguna contrapartida, las obligaciones, el esfuerzo, la excelencia son cosas de gente anacrónica, carcas, fachas, etc.
Difícilmente puede haber gente que interiorice normas convivenciales, conceptos, ideas elementales respecto del bien y del mal, sobre que hay que respetar los bienes ajenos, pongo por caso, o el mobiliario urbano, si se les está invitando permanentemente a violar, transgredir las normas más básicas de la convivencia, si se denosta, se veja, se critica todo lo que guarde relación con el esfuerzo, se vende como «friki» aquello que hace la gente aplicada, estudiosa, trabajadora… y se enaltece lo lúdico, lo festivo; hasta el extremo de que, lo que hasta hace no muchos años en los centros de estudio era excepcional se ha acabado convirtiendo en la norma: si echamos cuenta, el calendario escolar está lleno de eventos festivos, celebraciones cientos, cualquier efeméride es un buen pretexto para engalanar el centro de estudios, inflar globos, hacer caretas, maquillar a los alumnos, poner la megafonía a toda pastilla, disfrazarse… pues el objetivo, según parece, ya no es enseñar, sino hacer «felices» a los alumnos en sus horas de obligada permanencia en el centro… Ya no es aquello de «instruir deleitando, con alegría», no ahora se trata de deleitar, y bueno, si aprenden algo de paso, tampoco pasa nada.
Ni que decir tiene que todo ello conduce inevitablemente a que la generalidad del alumnado considere que los que estudian, acuden al colegio, luego al instituto, posteriormente a la facultad universitaria, con intención de aprender, son tipos raros, motivo de burla, de befa, chiste, cuando no acoso, bullying.
De todos modos, por aquello de «no hay mal que por bien no venga», es muy posible que el trato cruel sufrido por el jugador del Real Madrid haya acabado haciendo despertar a muchos españoles, al gobierno, a la Federación Española de Fútbol, etc. y por fin se haya acabado considerando absolutamente inaceptable lo que nunca debió considerarse «normal». Alguno dirá aquello de «a buenas horas, mangas verdes», pero, yo prefiero lo de «más vale tarde que nunca». El camino emprendido en las últimas horas (aunque es muy posible que no consuele a la única víctima: Vinicius Junior) no debe ser nunca abandonado, hay que seguir aplicando las leyes con severidad, sin ninguna clase de contemplación, sin tentación alguna de «buenismo», pues con los imbéciles, psicópatas y sociópatas no es posible dialogar y menos hacerlos entrar en razón, y expulsarlos de los campos de fútbol o de cualquier clase de espectáculo público y sancionarlos con dureza. No hay otra opción.
Y, mientras se consigue expulsarlos, si es preciso habrá que «celebrar» determinados eventos, transitoriamente, a puerta cerrada cuantas veces sea necesario, o suspender o aplazar partidos; aparte de dotar de suficientes fuerzas de seguridad a determinados partidos cuando se prevea que pueda haber riesgo serio de alteración del orden público o que los partidos de fútbol (u otros deportes, o eventos lúdico-festivos, o de cualquier clase en los que se congregue gran número de personas) no puedan desarrollarse con normalidad.
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«Efeméride» no existe, siempre ha de usarse «Efemérides». En lugar de «hooligan» se puede, perfectamente, utilizar «hincha». No comprendo la necesidad de «traducir» «acoso» por «bullying». En español siempre se ha dicho «No-sé-cuántos HIJO», no «Junior», como un estadounidense cualquiera. Por favor, esmérense un poquito.
¿Y los políticos en los parlamentos, que hacen eso hasta el extremo, sí por haber sido votados por los que son peores incluso que ellos?
Pues creo que este señor era profesor o maestro…
¡Que nivel, Maribel!
Luego nos extraña que los ninños no sepan leer, escribir correctamente, construir las frases como Dios manda, sujeto, verbo, predicado, etc.