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Ahora que se acercan las elecciones municipales y autonómicas de mayo, como antesala de las elecciones generales de diciembre, los distintos partidos políticos se han lanzado de lleno a intentar atraer el
voto de los electores, mediante campañas cuidadosamente diseñadas por los expertos en marketing y comunicación. Como no podía ser de otra forma, los mensajes lanzados a los ciudadanos por cada uno de los contendientes en tan singular batalla intentan magnificar las virtudes propias y, a la vez, ocultar las miserias consustanciales a su naturaleza, mientras que con los adversarios políticos se realiza la ecuación inversa. En líneas generales, los acontecimientos acaecidos son hasta tal punto tergiversados en aras del propio interés partidista que la mismísima realidad aparece unas veces desfigurada y otras directamente falsificada. Mientras tanto la ciudadanía, en buena parte ajena al razonamiento analítico, asiste con la conciencia anestesiada por preferencias ideológicas preconcebidas, sin apenas tomar en consideración los datos que se desprenden de las experiencias vividas. Estamos, por tanto, asistiendo al triunfo del populismo, por más que la utilización del factor emocional como elemento fundamental del discurso político solo haya traído al mundo servidumbre, miseria y desolación.
Así, el PSOE, lastrado por una pésima gestión de Gobierno que ha llevado a España a la degradación de la democracia, la deslegitimación de las instituciones del Estado, la vulneración del Estado de Derecho, la confrontación social, el descontrol migratorio, la inseguridad ciudadana y el desastre económico, está desarrollando un relato que tiene como líneas maestras la manipulación interesada de los hechos, el globalismo progre y la demonización de la derecha. En consecuencia, Pedro Sánchez, secundado por sus más excelsos mamporreros, ha dibujado en sus comparecencias públicas una España paradisiaca, donde la ciudadanía goza de un bienestar sin precedentes gracias a sus beatíficas políticas y a pesar del perverso proceder de una derecha montaraz. Evidentemente, encontrar cualquier atisbo de realidad en tan cínico discurso es más difícil que hacer pasar a un camello por el ojo de una aguja, ya que los hechos denotan exactamente lo contrario, como señalan diferentes fuentes bien contrastadas. Así, la agencia estadística europea Eurostat ha situado a España como el país con peores datos macroeconómicos y mayor tasa de desempleo de toda la Unión Europea, por su parte el Instituto de Estudios Económicos ha estimado que, debido a las enormes sumas de dinero dedicadas a a la creación de redes clientelares de voto cautivo, la eficiencia del gasto público en España se sitúa muy por debajo de la media de la Unión Europea, a su vez Oxfam Intermón ha denunciado que actualmente hay en España más de un millón de personas por debajo del umbral de la pobreza, mientras que, para terminar de completar el desolador panorama nacional, el Instituto Gallup ha señalado que por tercer año consecutivo España, en su viaje a ninguna parte de la mano del Gobierno socialcomunista, ha descendido en el índice Mundial de Felicidad. Toda esta enumeración de indicadores no sujetos a intereses partidistas viene a demostrar de manera fehaciente que el idílico paisaje descrito por el psicópata monclovita no es otra cosa que una narración delirante alimentada en la hoguera de las vanidades por la obsesión de poder, de tal forma que su único objetivo es mantener cautivos a los incautos en un oscuro laberinto construido a base de quimeras sin fundamento.
Por lo que respecta a la izquierda comunista la situación, aunque también ilusoria y distópica, resulta, al menos, más entretenida, ya que, de alguna manera, nos recuerda al “camarote de los hermanos Marx”. Así, ocupando un espacio cada vez más reducido dentro del proceloso submundo neomarxista, nos encontramos a un partido político como Podemos irremediablemente aferrado a un discurso identitario de carácter performativo y vocación incendiaria, que solo contribuye a mermar sus expectativas electorales. De esta forma, encerrados en su propia cárcel, vemos como sus máximos dirigentes, esto es, Pablo Iglesias, Irene Montero e Ione Belarra, deambulan sin posibilidad de enmienda entre la aflicción y la ira, debido a la progresiva desafección de unas bases cada vez más ajenas a sus maximalistas disparates argumentales y a sus aberrantes iniciativas legislativas.
A su vez, en el otro rincón del rojo escenario, Yolanda Díaz, arropada por una quincena de grupúsculos de extrema izquierda con planteamientos irracionales y tendencias delictivas, se ha decido por fin a anunciar su candidatura a la presidencia del Gobierno de la nación mediante la puesta de largo de “Sumar”, un proyecto político solo apto para disminuidos intelectuales. Así, Yoli se ha presentado ante la ciudadanía con un discurso naif tan escasamente elaborado que tan pronto cae en la obviedad pueril como se adentra en el caos ideacional, probablemente por una incapacidad congénita para desarrollar pensamientos complejos. Sin embargo, tanta simpleza argumental no ha impedido su conversión en la nueva musa del feminismo LGTBI, si bien ha contado para ello con el beneplácito de un maquiavélico P. Sánchez que ha encontrado en el comunismo de muleta y salón que representa Sumar al perfecto sustituto del comunismo de fusil y barricada que abandera Podemos.
Ya en el otro lado del espectro político nos encontramos con un partido como el PP que habiendo nacido en el seno de la derecha postfranquista siente su origen como un estigma, de tal forma que a lo largo de su historia -con honrosas excepciones como Esperanza Aguirre antaño o Isabel Díaz Ayuso hogaño- ha desarrollado un discurso apocado y timorato, derivado de la aceptación tácita de una supuesta hegemonía moral de la izquierda. Esta situación de subordinación ideológica a la izquierda se ha acrecentado con la llegada a la dirección del PP de Alberto Núñez Feijóo, el cual ha hecho de la ambigüedad su principal seña de identidad. Así, lastrado por un mar de complejos, el nuevo presidente de los populares se ha presentado ante la sociedad española con un discurso centrado en la economía y ajeno a cualquier planteamiento crítico con los postulados globalistas e identitarios establecidos por la izquierda como elementos nucleares del pensamiento políticamente correcto. Con este planteamiento de base, la estrategia del PP parece pasar, en primer lugar, por distanciarse de Vox aunque ello conlleve inevitablemente renunciar al voto del electorado genuinamente conservador, en segundo lugar, por atraer al votante socialista hastiado de las políticas sanchistas y, en tercer lugar, por intentar un acercamiento al partido socialista como antesala de un posible pacto postelectoral. Si bien las encuestas parecen avalar dicha estrategia al situar a los populares como el partido más votado, ello parece “peccata minuta”, si al final el PP se muestra incapaz de acometer las reformas legislativas que la nación española necesita para no verse abocada a un declive inexorable.
Por último, ajeno a los cantos de sirena populistas, hallamos a un partido como Vox que ha supuesto un oasis donde refugiarse para esa parte del electorado de derechas que no muestra reticencia alguna a la hora de posicionarse políticamente. Y ello es así porque Vox desde su nacimiento no solo ha puesto en el centro de su discurso la indisoluble unidad de la nación española, la recuperación de la soberanía nacional, el respeto a la democracia y al Estado de Derecho, la protección de las fronteras para hacer frente a la inmigración ilegal y la defensa del bienestar, la libertad y la prosperidad de los españoles, sino que también ha emprendido la batalla cultural, enfrentándose con determinación y firmeza al marxismo identitario, a la xenofobia independentista y a la agenda globalista.
En consonancia con todo lo expuesto, parece evidente que o bien el PP y Vox logran conformar un Gobierno de coalición para revertir la lamentable coyuntura actual -propiciada por la confluencia de intereses de la coalición socialcomunista y las formaciones independentistas- o inexorablemente España seguirá inmersa en la senda de la degradación moral, la decadencia cultural, la degeneración democrática y la fractura territorial.
Autor
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Rafael García Alonso.
Doctor en Medicina por la Universidad Complutense de Madrid, Especialista en Medicina Preventiva, Máster en Salud Pública y Máster en Psicología Médica.
Ha trabajado como Técnico de Salud Pública responsable de Programas y Cartera de Servicios en el ámbito de la Medicina Familiar y Comunitaria, llegando a desarrollar funciones de Asesor Técnico de la Subdirección General de Atención Primaria del Insalud. Actualmente desempeña labores asistenciales como Médico de Urgencias en el Servicio de Salud de la Comunidad de Madrid.
Ha impartido cursos de postgrado en relación con técnicas de investigación en la Escuela Nacional de Sanidad.
Autor del libro “Las Huellas de la evolución. Una historia en el límite del caos” y coautor del libro “Evaluación de Programas Sociales”, también ha publicado numerosos artículos de investigación clínica y planificación sanitaria en revistas de ámbito nacional e internacional.
Comenzó su andadura en El Correo de España y sigue haciéndolo en ÑTV España para defender la unidad de España y el Estado de Derecho ante la amenaza socialcomunista e independentista.
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Los españoles deberían sentarse y con tranquilidad observar lo que han hecho los politicos, lo que dicen sus partidos y quedarse con la imagen final a la hora de votar.
Si hicieran esto, el sistema de 1978 se iba al carajo porque la Constitucion es el alma de toda esta canalleria